sábado, 5 de abril de 2008

Más allá de la violencia

por Jiddu Krishnamurti






PRIMERA PARTE


1
LA EXISTENCIA

“Tecnológicamente, el hombre ha progresado en forma increíble, pero a pasar de ello continúa como ha sido por miles de años: pendenciero, codicioso, envidioso, agobiado por un gran sufrimiento”.



Me gustaría hablar sobre el problema total de la existencia. Probablemente ustedes saben tan bien como el que habla, lo que está ocurriendo realmente en el mundo ‑un caos total, desorden, violencia, formas de brutalidad extrema, tumultos que terminan en guerra. Nuestra vida es extraordinariamente difícil, confusa y contradictoria no sólo dentro de nosotros mismos- como si se tratara de algo bajo la epidermis ‑sino también en lo externo. La destrucción es absoluta. Todos los valores van cambiando de día en día, no hay respeto, ni autoridad, y nadie tiene fe en nada, sea lo que fuere; ni en la iglesia, ni en la sociedad establecida, ni en filosofía alguna. De manera que uno está absolutamente sólo para averiguar por sí mismo qué ha de hacer en este mundo caótico. ¿Cuál es la acción correcta? ‑si es que existe tal cosa como una acción correcta.

Estoy seguro de que cada uno de nosotros se pregunta qué es la conducta correcta. Esta es una cuestión muy seria, y espero que los que se hallan aquí reunidos sean realmente serios, porque ésta no es una reunión de entretenimiento filosófico o religioso. No estamos apoyando teoría o filosofía de clase alguna, ni presentando ideas exóticas del Oriente. Lo que vamos a hacer juntos es examinar los hechos como son, muy de cerca, objetivamente, no de manera sentimental o emocional. Para explorar en esa forma, tenemos que estar libres de prejuicios, libres de cualquier condicionamiento, de cualquier filosofía o creencia. Y si queremos descubrir vamos a explorar juntos pausadamente, pacientemente, con detenimiento. Así hacen los buenos científicos, que miran a través de un microscopio y ven exactamente la misma cosa. Porque si uno es un hombre de ciencia y usa un microscopio en el laboratorio, tiene que mostrarle lo que ve a otro científico, de manera que ambos veamos exactamente lo que es. Y eso es lo que vamos a hacer. No tendremos aquí el microscopio de ustedes o el del que habla: habrá únicamente un instrumento de precisión a través del cual vamos a observar y aprender mientras observamos. No aprenderemos de acuerdo con el temperamento, el condicionamiento, o la creencia particular de cada uno; sólo observamos lo que realmente es, y así aprenderemos. Y en el aprender está la acción ‑el aprender no está separado de la acción.

Por lo tanto, primero ‑vamos a entender lo que significa el término comunicar. Inevitablemente tenemos que usar palabras, pero es mucho más importante ir más allá de las palabras. Eso significa que ustedes y el que habla haremos juntos un viaje de investigación, donde cada cual estará en comunicación constante con el otro, o sea, participando juntos, explorando, observando juntos. Porque esa palabra comunicación significa participar, compartir. De modo que no habrá maestro ni discípulo ni orador a quien se deba escuchar, para estar de acuerdo o en desacuerdo con él ‑lo cual sería absurdo. Si estamos comunicándonos, entonces no es cuestión de que haya acuerdo o desacuerdo, porque todos estamos observando, todos estamos examinando, sin tomar en cuenta el punto de vista de ustedes o el punto de vista del que habla.

Por eso es muy importante inquirir cómo se ha de observar, cómo se ha de mirar con ojos limpios, cómo escuchar de manera que no haya distorsión. La responsabilidad de participar en esta discusión es tanto de ustedes como del que les habla ‑vamos a trabajar juntos. Hay que comprender esto muy claramente desde el principio: no nos dejaremos dominar por sentimentalismos o emocionalismos en forma alguna.

Si eso está claro, que ustedes y el que les habla, por estar libres de prejuicios, de creencias, de nuestro particular condicionamiento y conocimiento, nos sentimos libres para examinar entonces podemos seguir adelante, pero teniendo en mente que estamos usando un instrumento de precisión ‑el microscopio‑ y que todos tenemos que ver la misma cosa, porque, de lo contrario, no es posible que nos comuniquemos. Como esta es una cuestión muy seria, ustedes tienen que estar libres, no sólo para examinarla, sino también para aplicarla y ponerla a prueba en la vida diaria. No se trata de conservarla como una mera teoría o como un código de conducta, cuya meta tratan de alcanzar.

Miremos ahora lo que está ocurriendo realmente en el mundo. Hay violencia de toda clase, no sólo externamente sino también en nuestras relaciones mutuas. Hay infinidad de divisiones nacionalistas y religiosas entre los hombres, cada uno contra el otro, tanto política como individualmente. Viendo toda esta vasta confusión, este inmenso sufrimiento, ¿qué hará usted? ¿Puede usted esperar que alguien le diga lo que ha de hacer?, ¿bien sea el sacerdote, el especialista, o el analista? Ellos no han traído paz o felicidad, alegría o libertad al vivir. Por lo tanto, ¿a quién va usted a recurrir? Si asume la responsabilidad de su propia autoridad como individuo, porque ya no tiene fe en la autoridad exterior ‑y usamos la palabra «autoridad» deliberadamente en un sentido particular de dicha palabra- entonces, ¿recurrirá, como individuo, a su propia autoridad internamente?

La palabra «individualidad» significa «indivisible», no fragmentado. La individualidad envuelve una totalidad, el todo, y la palabra «todo», significa saludable, sagrado. Pero usted no es un individuo, no es sano, porque está hecho pedazos, fraccionado en sí mismo; está en contradicción consigo mismo, separado, y, por lo tanto, no es un individuo en absoluto. Así, pues, ¿cómo puede usted, dentro de esta fragmentación, esperar que un fragmento asuma autoridad sobre los demás fragmentos?

Por favor, vea esto muy claramente; es lo que estamos examinando, pues vemos que la educación, la ciencia, la religión organizada, la propaganda y la política han fracasado. Ellas no nos han traído la paz, aun cuando el hombre ha progresado tecnológicamente en forma increíble. Éste, sin embargo, continúa tal como ha sido por millares de años: pendenciero, codicioso, envidioso, violento v agobiado por grandes sufrimientos. Ese es el hecho; no es una suposición.

Para determinar qué haremos, por lo tanto en un mundo tan perturbado, tan brutal, tan completamente infeliz, tenemos que examinar no sólo qué es el vivir ‑como es en realidad- sino también tenemos que comprender lo que es el amor y qué significa morir. Asimismo debemos comprender lo que el hombre ha estado tratando de encontrar durante miles de años: si existe una realidad que trasciende todo pensamiento. Hasta tanto no comprendamos la complejidad de este cuadro, el preguntarnos: «¿Qué voy a hacer respecto de un fragmento en particular?», no tiene sentido en manera alguna. Tenemos que comprender la totalidad de la existencia, no simplemente una parte de ella, no importa lo tediosa, lo agonizante, lo brutal que esa parte sea, tenemos que ver el cuadro total ‑todo el panorama de lo que es el amor, de lo que es la meditación, si existe tal cosa que llaman Dios, lo que significa vivir. Tenemos que comprender este fenómeno de la existencia como un todo. Unicamente entonces podremos formular la pregunta: «¿Qué debo hacer?» Y si vemos ese cuadro completo, probablemente nunca formularemos la pregunta ‑entonces estaremos viviendo, y ese vivir será la acción correcta.

Así, pues, veamos primero lo que es vivir y lo que no es vivir. Tenemos que comprender lo que significa la palabra «observar». Ver, oír, aprender ‑¿qué significa «ver»?

El estar juntos mirando algo, no significa que formamos una unidad, sino que ustedes y el que les habla estamos en actitud de mirar. ¿Qué significa esa palabra «mirar»? Hay que saber el arte de mirar, cosa que es muy difícil. Probablemente usted nunca ha mirado un árbol, porque cuando de veras lo mira, surgen todos sus conocimientos botánicos, los cuales impiden verlo como realmente es. Es posible que tampoco haya mirado nunca a su mujer o a su esposo, o a su novio o novia, porque usted tiene una imagen de él o de ella. La imagen que usted ha construido de él o de ella, o sobre usted mismo, va a ser un estorbo para mirar. Por lo tanto, cuando mira hay distorsión, surge la contradicción. De manera que para mirar realmente, tiene que haber relación entre el observador y la cosa observada. Escuche, por favor, porque este asunto requiere gran cuidado. Usted sabe que cuando tiene interés en algo, realmente lo observa muy de cerca, lo cual significa que está movido por un gran afecto, entonces es capaz de observar.

Así, pues, mirar juntos significa observar con cuidado, con afecto, de manera que juntos veamos la misma cosa. Pero primero debemos estar libres de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Por favor, actúe a medida que se va explicando todo; el que le habla es simplemente un espejo y, por lo tanto, lo que ve es usted mismo en el espejo. El que le habla no tiene, pues, importancia alguna; lo importante es lo que usted ve en ese espejo. Y para ver con claridad y precisión, sin distorsión alguna, toda clase de imagen debe desvanecerse ‑la imagen de que usted es americano o católico, de que usted es un hombre rico o pobre-; todos sus prejuicios tienen que desaparecer, y éstos desaparecen tan pronto ve claramente lo que está frente a usted, porque lo que uno ve es mucho más importante que lo que «debe hacer» en relación con lo que ve. Cuando usted ve algo con toda claridad, esa claridad actúa. Sólo la mente caótica, confusa, que selecciona, es la que pregunta: «¿Qué debo hacer?» Existe el peligro del nacionalismo, de la división entre las gentes; esa división constituye un enorme peligro porque en la división hay inseguridad, guerra, incertidumbre. Pero cuando la mente ve muy claramente el peligro de la división ‑no de manera intelectual o emocional, sino de hecho lo ve- entonces surge una clase de acción totalmente distinta.

Es muy importante, pues, aprender a ver, a observar. ¿Y qué es lo que observamos? No es únicamente el fenómeno externo, sino también el estado interno del hombre. Porque a menos que haya una revolución radical y fundamental en la psiquis, en la misma raíz de nuestro ser, el mero reajuste, la mera legislación en la periferia, tendrá muy poco sentido. De manera que sólo nos interesa averiguar si el hombre, tal como es, puede transformarse radicalmente a sí mismo, no de acuerdo con una teoría o filosofía en particular, sino viendo realmente lo que es. Esa misma percepción de «lo que es» efectuará el cambio radical. Y poder ver «lo que es» tiene la mayor importancia ‑no lo que él cree que es, ni lo que le dicen que es.

Hay una gran diferencia entre ser informado que uno tiene hambre y el estar en realidad hambriento. Los dos estados son completamente distintos. En el segundo caso usted sabe que está hambriento al percibir y sentir el hambre directamente; entonces actúa. Pero si alguien le dice que puede que usted tenga hambre, llevará a cabo una actividad completamente distinta. De igual manera tenemos que observar y ver por nosotros mismos lo que realmente somos. Y eso es lo que vamos a hacer: conocernos a nosotros mismos. Se ha dicho que el conocimiento de uno mismo es la más alta sabiduría, pero pocos lo hemos logrado. No tenemos la paciencia, la intensidad o la pasión, para averiguar lo que somos. Tenemos la energía, pero hemos transferido esa energía a otros, y por eso necesitamos que nos digan lo que somos.

Vamos a averiguar esto, observándonos nosotros mismos, porque tan pronto ocurra un cambio radical en lo que somos, traeremos la paz al mundo. Tenemos que vivir libremente ‑no para hacer lo que nos guste, sino para vivir felices jubilosos. Un hombre que tiene el corazón lleno de júbilo no siente odio, ni violencia, ni acarreará la destrucción de otro. Ser libre significa que no hay condenación, en forma alguna, de lo que vemos en nosotros mismos. La mayoría de nosotros condenamos o interpretamos, o justificamos; nunca miraremos sin justificar o condenar. Por lo tanto, la primera cosa que tenemos que hacer ‑y probablemente es la última que tengamos que hacer- es observar sin condenar en forma alguna. Esto va a ser muy difícil, porque toda nuestra cultura, nuestra tradición consiste en comparar, justificar o condenar lo que somos. Decimos «esto es correcto», «esto está equivocado», «esto es cierto», «esto es falso», «esto es bello», lo cual nos impide observar lo que realmente somos.

Escuchen esto, por favor: ustedes son una cosa viva, y cuando condenan lo que ven en ustedes mismos, lo hacen con un recuerdo que está muerto, que es el pasado. Por lo tanto, hay contradicción entre lo que es algo vivo y el pasado. Para comprender lo que está vivo, el pasado tiene que desvanecerse, de manera que podamos observar. Ustedes están haciendo esto ahora, mientras hablamos; no van a regresar a sus hogares para pensar sobre ello, porque desde el momento en que piensen al respecto, están liquidados. Esto no es terapia de grupo, ni una confesión pública ‑lo que implica inmadurez. Lo que hacemos es explorar dentro de nosotros mismos como científicos, sin depender de nadie. Si confían en alguien están perdidos, no importa que sea un analista, su sacerdote, su propia memoria, o su propia experiencia, porque eso es el pasado. Y si están mirando el presente con los ojos del pasado, nunca comprenderán lo que es la cosa viva.

De manera que estamos examinando juntos esta cosa viva que es usted, la vida, o lo que sea. Esto significa que miramos este fenómeno de la violencia, observando primero la violencia en nosotros mismos y luego la externa. Cuando hayamos comprendido la violencia en nosotros mismos, puede que entonces no sea necesario observar la externa, porque lo que somos internamente es lo que proyectamos fuera. Esa violencia en nosotros mismos es el resultado de la propia naturaleza, o de la herencia, o de la llamada evolución.

Ese es un hecho: somos seres humanos violentos. Hay miles de explicaciones para esta violencia. Si nos regodeamos en ellas podemos extraviarnos porque cada especialista dice: «Esta es la causa de la violencia». Mientras más explicaciones recibimos, más seguros estamos de haber comprendido, pero la cosa continúa igual. Tengan siempre en mente, por favor, que la descripción no es la cosa descrita; la explicación no es lo explicado. Hay muchas explicaciones que son razonablemente sencillas y obvias ‑ciudades hacinadas, exceso de población, herencia y todo lo demás al respecto; podemos echar todo eso a un lado. El hecho sigue siendo el mismo: que somos gente violenta. Desde la niñez nos educan para ser violentos, competidores, brutales unos con los otros. Nunca nos hemos confrontado con el hecho. Lo que hemos dicho es: «¿Qué debemos hacer con la violencia?».

Por favor, escuchen esto con cuidado, o sea, con afecto, con atención. Tan pronto formulamos la pregunta: «¿Qué debemos hacer con ella?», la contestación siempre será de acuerdo con el pasado. Porque es lo único que conocemos: toda nuestra existencia tiene sus raíces en el pasado; nuestra vida es el pasado. Si alguna vez nos hemos mirado debidamente, habremos visto de qué manera extraordinaria estamos viviendo en el pasado. Todo pensamiento ‑lo que examinaremos dentro de poco es la respuesta del pasado, la respuesta de la memoria, del conocimiento y de la experiencia. De modo que el pensamiento nunca es nuevo, nunca es libre. Con este proceso de pensar es que miramos la vida, y, por lo tanto, cuando preguntamos: «¿Qué debo hacer con la violencia?», ya hemos escapado del hecho.

¿Podremos, pues, aprender, observar, qué es la violencia? Ahora bien, ¿cómo la mira usted? ¿La condena? ¿La justifica? Si no lo hace así, entonces, ¿cómo la mira? Por favor, vaya experimentando esto mientras hablamos de ello ‑es tremendamente importante que lo haga. ¿Mira usted este fenómeno, el ser humano violento, que es usted mismo, como un extraño que mira dentro de usted? ¿O lo mira sin el extraño, sin el censor? Cuando mira, ¿lo hace como un observador, que es diferente de la cosa observada ‑como alguien que dice: «No soy violento, pero deseo deshacerme de la violencia?» Cuando mira de esa manera está asumiendo que un fragmento es más importante que los demás fragmentos.

Cuando miramos como un fragmento que mira otros fragmentos, entonces ese fragmento ha asumido autoridad, y ese fragmento causa contradicción y, por lo tanto, conflicto. Pero si podemos mirar sin fragmento alguno, entonces observamos la totalidad sin el observador. ¿Está usted escuchando todo esto? Hágalo pues, señor. Porque entonces verá que ocurre una cosa extraordinaria, entonces no tendrá conflicto de manera alguna. Nosotros somos el conflicto y es con el conflicto que vivimos. Estamos todo el tiempo en conflicto, en lucha constante, y en contradicción en la casa, en la oficina y mientras dormimos.

Resulta claro, pues, que hasta tanto no comprenda usted mismo la raíz de esta contradicción ‑no de acuerdo con el que le habla, ni de acuerdo con nadie- no disfrutará de una vida de paz, alegría y felicidad. De manera que es esencial que comprenda cuál es la causa del conflicto, y, por lo tanto, de la contradicción, y cuál es su raíz. La raíz es esa división entre el observador y la cosa observada. El observador dice: «Debo deshacerme de la violencia», o «estoy viviendo una vida de no violencia», aun cuando él es violento ‑lo cual es un pretexto, es hipocresía. Por lo tanto, es sumamente importante averiguar la causa de esa división.

Esta persona que están ustedes escuchando no tiene autoridad alguna, no es su maestro, porque no existe gurú, ni seguidor alguno; sólo hay seres humanos tratando de descubrir una vida sin conflicto, para vivir pacíficamente, para vivir con gran abundancia de amor. Pero si siguen ustedes a alguien, están destruyéndose ustedes mismos y también al otro. (Aplausos). No aplaudan, por favor. No estoy tratando de entretenerlos, ni buscando sus aplausos. Lo que importa es que ustedes y yo comprendamos, y que vivamos una vida diferente ‑no esta vida estúpida que llevamos. Y su aplauso, su aceptación o rechazo no cambia ese hecho.

Es muy importante que comprendamos por nosotros mismos, que veamos, mediante la propia observación, que el conflicto existirá eternamente mientras haya división entre el observador y lo observado. En nosotros se manifiesta esa división, como el «yo», como el «ego», como el «mí» que trata de ser diferente de otra persona. ¿Está eso claro? Esa claridad existe- cuando uno ve el conflicto por sí mismo. No se trata de una mera claridad verbal, el oír una serie de palabras o ideas. Significa que uno mismo ve muy claramente, y, por lo tanto, sin elección, la forma en que esa división entre el observador y lo observado crea malestar, confusión y sufrimiento. De manera que cuando somos violentos, ¿podemos mirar esa violencia en nosotros sin el recuerdo, la justificación, la aseveración de que no debemos ser violentos, sino simplemente mirar? Lo cual significa que debemos estar libres del pasado. Para mirar necesitamos gran energía, debemos tener intensidad. Sin pasión no podemos mirar. A menos que tengamos gran pasión e intensidad, no podemos mirar la belleza de una nube, o las maravillosas montañas que hay aquí. De la misma manera, para poder mirarse uno mismo sin el observador, se requiere una pasión y energía tremendas. Y esa pasión, esa intensidad se destruye cuando comenzamos a condenar, a justificar, cuando decimos: «no debo», «debo» o cuando decimos: «Estoy viviendo una vida de no violencia», o aparentamos vivir una vida de no violencia.

Por esa razón todas las ideologías son sumamente destructivas. El pueblo de la India ha hablado sobre la no violencia desde tiempos inmemoriales, y ha dicho: «Nosotros practicamos la no violencia». Son, sin embargo, tan violentos como cualquier otro pueblo. El ideal les produce cierta sensación de poder escapar hipócritamente del hecho. Si podemos descartar todas las ideologías, todos los principios, y simplemente confrontamos el hecho, entonces nos enfrentaremos con algo real, no con algo místico ni teórico.

De manera que la primera cosa es observar sin el observador; mirar la esposa, los hijos, sin la imagen. La imagen puede que sea superficial, o que esté escondida en lo inconsciente; por eso tenemos que observar no sólo la imagen que hemos construido externamente, en los abismos profundos del ser ‑la imagen de la raza, de la cultura, la perspectiva histórica de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Debemos observar, pues, no sólo en el nivel consciente, sino también en el nivel oculto, en los lugares más recónditos de nuestra propia mente.

No sé si usted ha observado alguna vez lo inconsciente. ¿Está interesado en todo esto? ¿Sabe lo difícil que es todo esto? Es muy fácil citar a alguien, o repetir lo que nuestro analista o el profesor nos ha dicho; eso es juego de niños. Pero si usted no se limita meramente a leer libros sobre estas cosas, entonces esa observación resulta ser extraordinariamente difícil. Parte de su meditación consiste en averiguar cómo mirar lo inconsciente; pero no a través de sueños, ni por medio de la intuición, porque su intuición puede ser su anhelo, su deseo, su esperanza oculta. Por eso tiene que averiguar cómo ha de mirar la imagen que ha creado sobre usted externamente ‑el símbolo- y también cómo mirar profundamente dentro de sí mismo.

Tenemos que darnos cuenta no sólo de las cosas externas, sino también del movimiento interno de la vida, del movimiento interno de los deseos, motivos ansiedades, temores, sufrimientos. Desde luego, darnos cuenta sin elección es darnos cuenta del color de la ropa que alguien usa, sin decir «me gusta», o «no me gusta», sino simplemente observar; mientras estamos sentados en un autobús observar el movimiento de nuestro propio pensamiento, sin condenar, sin justificar, sin elegir. Cuando miramos de ese modo vemos que no existe el «observador». El observador es el «censor», el americano, el católico, el protestante; él es el resultado de la propaganda; él es el pasado. Y cuando el pasado mira, es inevitable que separe, condene, o justifique. Supongamos que hay un hombre hambriento, que está realmente sufriendo. ¿Diría éste: «si hago esto, recibiré aquello?» El desea librarse del sufrimiento o desea llenar su estómago; nunca habla de teorías. De manera, señor, si me permite que le haga una sugerencia, líbrese usted mismo de la idea del «si» condicional. No viva en alguna parte en el futuro; el futuro es lo que usted proyecta ahora. El ahora es el pasado; eso es lo que usted es cuando dice: «Estoy viviendo ahora». Usted está viviendo en el pasado, porque el pasado lo está dirigiendo y moldeando; los recuerdos del pasado lo obligan a actuar de esta o de aquella manera.

Por lo tanto, «vivir» es estar libre del tiempo; y cuando usted dice «si» está introduciendo el tiempo. Y el tiempo constituye el más grande sufrimiento.

INTERLOCUTOR: ¿Cómo podemos ser realmente nosotros mismos en nuestra relación con los otros?

KRISHNAMURTI: Escuchen esa pregunta: «ser nosotros mismos». Si se me permite preguntar ¿qué es usted mismo? Cuando usted dice «nosotros mismos en nuestra relación con otro», ¿qué es usted mismo? Su ira, su amargura, sus frustraciones, sus desesperanzas, su violencia, sus esperanzas, su absoluta falta de amor ‑¿es eso lo que usted es? No, señor, no diga: ¿Cómo puedo ser yo mismo con otros?- usted no se conoce a sí mismo. Usted es todo eso, y el otro es todo eso también ‑su miseria, sus problemas, sus caprichos, sus frustraciones, sus ambiciones; cada uno vive en aislamiento, en exclusión. Usted puede vivir con otro felizmente sólo cuando esas barreras, esas resistencias desaparecen.

INTERLOCUTOR: ¿Por qué separa lo consciente de lo inconsciente cuando usted no cree en la separación?

KRISHNAMURTI: Eso es lo que usted hace ‑¡yo no lo hago! (Risas). Durante las últimas décadas, se les ha enseñado, que tienen un inconsciente, y sobre eso se han escrito volúmenes; los analistas están haciendo fortunas con eso. El agua sigue siendo agua: no importa que la pongamos en un receptáculo de oro o en un jarro de barro, siempre es agua. De la misma manera, nuestro problema es no dividir, sino ver la totalidad, no ver un fragmento en particular como lo consciente o como lo inconsciente. El ver la totalidad es una de las cosas más difíciles de hacer, mientras que ver un fragmento es bastante fácil. Para ver algo como un todo, lo cual significa verlo cuerdamente, sanamente, completamente, no podemos mirar desde un centro el centro que se manifiesta como del yo», «el tú», «el ellos», «el nosotros». Esto no es un discurso, no es una plática o conferencia que ustedes escuchan en forma casual y se retiran. Se están escuchando ustedes mismos; si tienen oídos para oír lo que se dice, no podrán estar de acuerdo o discrepar eso está ahí. Por lo tanto, todos estamos participando de eso, estamos comunicándonos, estamos trabajando juntos. En ello hay gran libertad, gran afecto, compasión, y, después de todo, de ahí surge la comprensión.


Santa Mónica, California, 1 de marzo de 1970



2
LA LIBERTAD

“A menos que la mente esté absolutamente libre del temor, toda clase de acción engendra más perjuicio, más desdicha, más confusión”.

Decíamos cuan importante es que se realice un cambio fundamental en la psiquis humana y que este cambio puede surgir únicamente si hay completa libertad. Esa palabra «libertad» es muy peligrosa a menos que comprendamos su sentido cabal y absoluto; tenemos que aprender todas las implicaciones de esa palabra, y no sólo su significado según el diccionario. La mayoría de nosotros la usamos conforme a nuestra particular tendencia, o capricho, o políticamente. No vamos a usar esa palabra en un sentido político o circunstancial; más bien penetraremos en su significado interno y psicológico.

Pero antes tenemos que comprender el significado de la palabra «aprender». Como dijimos el otro día, vamos a comunicarnos todos ‑lo cual significa participar, compartir juntos- y el aprender forma parte de ello. Ustedes no van a aprender del que les habla; sino que aprenden observando, utilizando al que les habla como un espejo para observar el movimiento de su propio pensamiento, del propio sentir, de la psiquis, de la propia psicología. En esto no hay absolutamente autoridad alguna; aun cuando el que les habla tiene que sentarse en una tarima porque le es conveniente hacerlo, esa posición no le confiere autoridad de clase alguna. Podemos, pues, descartar eso completamente y considerar la cuestión del aprender ‑pero no aprender de otro, sino valerse del que les habla para aprender acerca de uno mismo. Ustedes están aprendiendo al observar su propia psiquis, su propio ego- lo que sea. Para aprender tiene que haber libertad, un gran interés, y tiene que haber intensidad, pasión y urgencia. No pueden aprender si les falta pasión o energía para investigar. Si existe cualquier clase de prejuicio, cualquier predisposición de agrado o desagrado, de condenación, no es posible aprender, porque entonces uno meramente distorsiona lo que observa.

La palabra disciplina implica aprender de una persona que sabe; se supone que usted no sabe y, por lo tanto, aprende de otro. Eso esta implícito en lo que llamamos «disciplina». Pero cuando aquí usamos esa palabra no indicamos cómo aprender de otro, sino cómo observarse uno mismo. Esto último requiere una disciplina que no es represión, imitación, o conformidad, ni aun ajuste, sino realmente observación. Esa misma observación es un acto de disciplina ‑es decir, aprender mediante la observación. Ese mismo acto de aprender es su propia disciplina, en el sentido de que hay que prestar mucha atención y se requiere gran energía, intensidad y acción instantánea.

Vamos a hablar sobre el temor, y al examinar el asunto tenemos que considerar muchas cosas, porque el temor es un problema muy complejo. A menos que la mente esté absolutamente libre del temor, toda acción genera más perjuicio, más desdicha, más confusión. De manera que vamos a inquirir juntos sobre la implicación del temor y si es del todo posible estar completamente libre de él ‑no mañana, no en alguna fecha futura, sino que al abandonar este recinto, deje de existir para ustedes la carga, la obscuridad, la desdicha y la corrupción del temor.

Para comprender esto tenemos que examinar también la idea que tenemos de lo gradual ‑esto es, la idea de irnos deshaciendo gradualmente del miedo. No existe la posibilidad de deshacerse del miedo en forma gradual. O está uno completamente libre de él, o no lo está; no existe lo gradual, que implica tiempo- no sólo tiempo en el sentido cronológico de la palabra, sino también en el sentido psicológico. El tiempo es la esencia misma del temor, según señalaremos luego. Por lo tanto, para comprender y estar libre del temor y del condicionamiento en que se nos ha educado, la idea de hacerlo lentamente, eventualmente, tiene que terminar por completo. Esa va a ser nuestra primera dificultad.

Si se me permite señalarlo otra vez, esto no es una conferencia; es más bien el caso de dos personas amigables y afectuosas que inquieren juntas sobre un problema muy difícil. El hombre ha vivido con temor, lo ha aceptado como parte de su vida, y estamos averiguando sobre la posibilidad, o más bien la «imposibilidad» de acabar con él. Ustedes saben que lo que es posible ya está hecho, ya ha terminado ‑¿no es así? Si es posible podemos hacerlo. Pero lo que es imposible se torna posible únicamente cuando comprendemos que no hay mañana en absoluto- hablando desde el punto de vista psicológico. Nos enfrentamos al extraordinario problema del temor, y el hombre nunca ha podido deshacerse por completo de él. Nunca ha podido deshacerse de él, no sólo físicamente, sino también interna o psicológicamente; siempre ha escapado de él mediante formas de entretenimiento, bien sean religiosas o de otra índole. Y esos escapes han constituido una evasión de «lo que es». De manera que nos preocupa la imposibilidad de estar completamente libres del temor ‑por lo tanto, lo que es «imposible» se torna posible.

¿Qué es el temor realmente? Los temores físicos pueden ser comprendidos de manera relativamente fácil, pero los temores psicológicos son mucho más complejos, y a fin de comprenderlos tiene que haber libertad para inquirir ‑no para formar opinión, ni para indagar dialécticamente en la posibilidad de terminar con el temor. Pero examinemos primero la cuestión de los temores físicos, los que naturalmente afectan la psiquis. Cuando encaramos un peligro de cualquier clase, surge instantáneamente una respuesta física. ¿Es eso temor?

(Ustedes no están aprendiendo de mí; todos estamos aprendiendo juntos; y, desde luego, deben prestar gran atención porque no está bien que vengamos a una reunión de esta clase para regresar con alguna serie de ideas o fórmulas ‑eso no libera la mente del temor. Pero lo que sí libera la mente del temor de manera completa y absoluta es comprenderlo totalmente ahora ‑no mañana. Es como ver algo totalmente, completamente; y lo que ustedes ven lo comprenden. Entonces es de ustedes y de nadie más).

Existen, pues, el temor físico, ver, por ejemplo, un precipicio o encontrarse con un animal salvaje. ¿Es temor físico la respuesta a ese peligro, o es inteligencia? Encontramos una serpiente y respondemos inmediatamente. Esa respuesta es el condicionamiento pasado que dice: «ten cuidado», y la reacción psicosomática es inmediata, aunque condicionada; es el resultado del pasado porque a usted le dijeron que el animal es peligroso. Al encarar un peligro físico, ¿hay temor? ¿O es la respuesta de la inteligencia a la necesidad de autoconservación?

Existe también el miedo a experimentar un dolor físico o enfermedad que se ha tenido previamente. ¿Qué ocurre en este caso? ¿Es eso inteligencia? ¿O es una acción del pensamiento, que es la respuesta de la memoria, temerosa de que el dolor sufrido en el pasado pueda repetirse? ¿Está claro el hecho de que el pensamiento produce el temor? Existen además diversas formas de temores psicológicos ‑miedo a la muerte, miedo a la sociedad, miedo a no ser respetable, miedo a lo que la gente pueda decir, miedo a la obscuridad, etc.

Antes de examinar la cuestión de los temores psicológicos, tenemos que comprender algo muy claramente: no estamos analizando. El análisis no tiene ninguna relación con la observación, con el ver. En el análisis siempre están el analizador y la cosa analizada. El analizador es un fragmento de los muchos otros fragmentos de que estamos compuestos. Un fragmento asume la autoridad del analizador y comienza a analizar. Ahora bien, ¿qué está envuelto en todo eso? El analizador es el censor, la entidad que se arruga la autoridad para analizar porque supone tener conocimiento para ello. A menos que él analice completamente, fielmente, sin distorsión alguna, su análisis no tiene valor en absoluto. Comprendan esto muy claramente, por favor, porque el que les habla no sustenta la necesidad de análisis alguno, en tiempo alguno, cualquiera que sea. Esto es más bien una píldora amarga difícil de tragar, porque la mayor parte de ustedes han sido analizados, o van a ser analizados, o han estudiado lo que es el análisis. El análisis implica no sólo un analizador separado de la cosa analizada, sino también implica tiempo. Tenemos que analizar gradualmente, parte por parte, toda la serie de fragmentos de que estamos constituidos, y eso requiere años. Y cuando analizamos, la mente tiene que estar absolutamente clara y libre.

De manera que hay varias cosas involucradas: el analizador, un fragmento que se separa él mismo de otros fragmentos y dice: «Voy a analizar»; también existe el tiempo, día tras día mirando, criticando, condenando, juzgando, evaluando, recordando También está involucrado en ello todo el drama de los sueños; nunca nos preguntamos si hay necesidad alguna de soñar ‑aun cuando todos los psicólogos dicen que tenemos que soñar, porque de lo contrario nos volvemos locos.

¿Quién es, pues, el analizador? Es parte de uno mismo, parte de nuestra mente, que va a examinar las otras partes; es el resultado de experiencias pasadas, de conocimientos del pasado, de evaluaciones pasadas; es el centro desde el cual va a examinar. ¿Tiene ese centro alguna realidad, alguna validez? Todos nosotros funcionamos desde un centro de miedo, ansiedad, codicia, placer, desesperación, esperanza, dependencia, ambición, comparación ‑desde ese centro pensamos y actuamos. Esto no es una suposición, ni una teoría, sino un hecho absoluto, observable en la vida diaria. En ese centro hay muchos fragmentos, y uno de los fragmentos se convierte en el analizador- lo cual es absurdo, porque el analizador es lo analizado. Tienen que comprender esto, porque de lo contrario no podrán seguir adelante cuando penetremos más profundamente en la cuestión del temor. Deben comprenderlo completamente, porque cuando abandonen este recinto tendrán que estar libres del miedo, de manera que puedan vivir, disfrutar y mirar el mundo con ojos diferentes; de manera que sus relaciones no vuelvan a llevar el peso del miedo, de los celos, de la desesperación; y en tal forma se convertirán en seres humanos, no en animales violentos, destructivos.

El analizador es, pues, lo analizado, y en la separación entre el analizador y lo analizado está todo el proceso del conflicto. Y el análisis implica tiempo: cuando lo haya analizado todo, uno está listo para la tumba y, mientras tanto, no ha vivido en absoluto. (Risas). No, no se rían; esto no es una diversión, sino algo terriblemente serio. Unicamente la persona formal, seria, sabe lo que es la vida, lo que es vivir ‑no el hombre que busca diversión. Por lo tanto, esto requiere gran cantidad de fervoroso inquirir.

La mente debe estar completamente libre de la idea del análisis, porque éste no tiene sentido. Tienen que ver esto, no porque lo dice el que les habla, sino viendo la verdad de todo el proceso del análisis. Esa verdad traerá la comprensión; la verdad es comprensión ‑de la falsedad del análisis. Así cuando uno ve lo que es falso, puede descartarlo completamente. Y no lo vemos únicamente cuando estamos confusos.

¿Podemos ahora examinar el temor en su totalidad ‑no los múltiples temores psicológicos, sino el temor?- sólo hay un temor. Aun cuando pueden haber varias causas del temor, que surge por diversas reacciones e influencias, sólo existe el temor. El temor no existe por sí mismo sino en relación con algo, lo cual es relativamente sencillo y obvio. Uno tiene miedo de algo ‑del futuro, del pasado, de no poder realizar sus propósitos, miedo de no ser amado, de vivir una vida solitaria, miserable, miedo de la vejez y de la muerte.

Existe, pues, el miedo que puede ser reconocido y el oculto. Lo que estamos averiguando no es una forma particular del temor, sino su totalidad, tanto el consciente como el oculto. ¿Cómo surge éste? Al formular esta pregunta tenemos que inquirir también: ¿qué es el placer? Porque el placer y el temor van juntos. No podemos descartar el temor sin comprender el placer; son los dos lados de una moneda. De manera que al comprender la verdad sobre el temor también comprenderemos la verdad del placer. Desear sólo placer y no tener miedo es una pretensión imposible. Si de otro modo, comprendemos uno y otro, tendremos una apreciación diferente, una comprensión diferente de ambos. Esto significa que tendremos que aprender la estructura y la naturaleza del temor así como la del placer. No es posible liberarse del uno y persistir en el otro.

¿Qué es, pues, el temor y qué es el placer? Según podemos observar en nosotros mismos, deseamos deshacernos del temor. Toda la vida consiste en escapar del temor. Nuestros dioses, nuestras iglesias, nuestra moral se basan en el miedo, y para comprender eso tenemos que comprender cómo surge ese miedo. Hemos hecho algo en el pasado y no queremos que otro lo descubra. Esa es una forma de temor. Tememos el futuro porque no tenemos empleo, o estamos temerosos de alguna otra cosa. De manera que tenemos miedo del pasado y del futuro. El miedo surge cuando el pensamiento mira atrás a las cosas que han ocurrido en el pasado, o a los acontecimientos que puede que ocurran en el futuro. El pensamiento es responsable de esto. Ustedes especialmente en América, han evadido cuidadosamente el pensar sobre la muerte; pero ella está siempre ahí. No quieren pensar en ella, porque tan pronto lo hacen, se atemorizan. Y porque están atemorizados, mantienen teorías sobre ella; creen en la resurrección, en la encarnación ‑tienen docenas de creencias- todo ello porque están llenos de temor, y todo ello es producto del pensamiento. El pensamiento crea y sostiene el miedo del ayer y del mañana, y el pensamiento alienta también el placer. Han visto una bonita puesta de sol; en ese momento el júbilo es grande por la belleza de la luz sobre el agua y el movimiento de los árboles; hay gran deleite. Entonces surge el pensamiento y dice: «¡Cómo me gustaría volver a disfrutarlo!» Comenzamos ‑a pensar en ello y al siguiente día volvemos al mismo sitio y no lo vemos. Disfrutamos de placer sexual y pensamos en él, lo rumiamos, construimos imágenes, cuadros; y el pensamiento le da continuidad. Está el pensamiento que alimenta el placer y el pensamiento que sostiene el temor. El pensamiento, es, pues, el responsable. Esto no es una fórmula que ustedes han de aprender, sino una realidad que tenemos que comprender juntos; de manera que no hay acuerdo o desacuerdo.

¿Qué es, por lo tanto, el pensamiento? El pensamiento es obviamente la respuesta de la memoria. Si no tuviéramos memoria no habría pensamiento. Si no recordáramos el camino a nuestra casa, no llegaríamos a nuestro hogar. De manera que el pensamiento no sólo engendra y sostiene el miedo y el placer, sino que el pensamiento es también necesario para funcionar y actuar eficientemente. Vean cuán difícil se torna el asunto: el pensamiento tiene que ser utilizado de manera completa y objetiva, cuando funcionamos técnicamente, cuando hacemos algo y el pensamiento también engendra el miedo y el placer y, por lo tanto, el dolor.

Uno se pregunta, pues: ¿qué lugar ocupa el pensamiento? ¿Dónde está la línea divisoria entre el instante en que el pensamiento debe ser utilizado completamente y aquel en que no debe intervenir? ‑como cuando uno ve la más bella puesta de sol, la vive por ese momento, y en ese mismo momento la olvida-. El proceso total del presente nunca es libre porque tiene sus raíces en el pasado; el pensamiento nunca es nuevo. No hay libertad en la selección porque el pensamiento está funcionando cuando seleccionamos. Tenemos, por lo tanto, un problema muy sutil, que es: vemos el peligro del pensamiento que genera miedo ‑el temor destruye, pervierte, hace que la mente viva en la obscuridad, en la desdicha- y, sin embargo, vemos que el pensamiento tiene que ser utilizado eficientemente, objetivamente, sin emoción. ¿Cuál es el estado de la mente cuando observa ese hecho?

Miren, señores, es de suma importancia comprender esto muy claramente, porque no es nuevo que ustedes se sienten aquí y escuchen un cúmulo de palabras sin sentido, cuando al final de todo ello todavía tienen miedo. Al marcharse de aquí no debe haber temor alguno, no porque se hipnoticen ustedes mismos en el sentido de que el temor no existe, sino porque han comprendido realmente, psicológica e internamente, toda la estructura del temor.

Por eso es muy importante aprender, mirar. Lo que estamos haciendo es observar muy de cerca cómo surge el miedo. Cuando ustedes piensan en la muerte, o en perder su empleo, cuando piensan sobre docenas de cosas, tanto del pasado como del futuro, inevitablemente surge el miedo. Cuando la mente ve el hecho de que el pensamiento tiene que funcionar, y ve también el peligro del pensamiento, ¿cuál es la cualidad de la mente que ve eso? Ustedes tienen que averiguarlo y no esperar a que yo se lo diga.

Escuchen cuidadosamente, por favor; es realmente tan sencillo. Dijimos que el análisis no nos sirve y explicamos por qué. Si ustedes han visto la verdad de eso, lo han comprendido. Anteriormente ustedes aceptaron el análisis como parte de su condicionamiento. Ahora, cuando ven la futilidad, la falsedad del análisis, éste es descartado. ¿Cuál es, pues, el estado de la mente que ha desechado el análisis? Es más libre, ¿no es así? Es, por tanto, más vivaz, más activa y mucho más inteligente y, desde luego, más aguda, más sensitiva. Y cuando usted ha visto el hecho de cómo surge el miedo, cuando ha aprendido sobre él y también ha observado el proceso del placer, entonces observe el estado de su mente que está tornándose como más aguda, más clara y, por lo tanto, tremendamente inteligente. Esta inteligencia no tiene nada que ver, de manera alguna, con el conocimiento, con la experiencia; no se puede lograr esta inteligencia yendo a colegio y aprendiendo cómo ser sensitivo. Esta adviene cuando uno ha observado muy de cerca toda la estructura del análisis y lo que se implica en él ‑el tiempo que toma llevarlo a cabo y la tontería de pensar que un fragmento va a aclarar todo el proceso- y también cuando uno ha visto la naturaleza del temor y ha comprendido lo que es el placer.

De manera que cuando el temor ‑que se ha convertido en hábito- se encuentre con usted mañana, sabrá cómo afrontarlo y no posponerlo. Y la misma confrontación con el temor es su terminación en ese momento porque la inteligencia está funcionando. Eso significa que han terminado, no sólo los temores conocidos, sino también los temores profundos y ocultos.

Ustedes saben que una de las cosas más extrañas es la facilidad con que somos influenciados. Desde la niñez se nos educa para ser católicos, protestantes, americanos, o lo que sea. Somos el resultado de propaganda repetida y nosotros continuamos repitiéndola. Somos seres humanos de segunda mano. Por lo tanto, estén en guardia para no ser influenciados por el que habla, porque se trata de las vidas de ustedes, y no de la vida de él.

Al examinar la cuestión del placer, uno tiene que comprender lo que es el verdadero gozo, porque éste nada tiene que ver con el placer. ¿Tiene el placer, el deseo, algo que ver con el amor? Para comprender todo esto, uno tiene que observarse a sí mismo. Uno es el resultado del mundo; uno es un ser humano que forma parte de otros seres humanos, quienes tienen los mismos problemas, quizás no sean estos problemas económicos o sociales, pero sí problemas humanos ‑todos peleando, haciendo tremendos esfuerzos y diciéndose ellos mismos que la vida, cualquiera que sea, no tiene sentido tal como la vivimos-, de ahí que uno se invente fórmulas para vivir. Todo eso se vuelve totalmente innecesario cuando uno comprende la estructura de sí mismo, del temor, del placer, del amor, y el significado la muerte. Unicamente entonces podrá uno vivir como un ser humano total, sin jamás hacer daño alguno.

Ahora bien, si lo desean, hagan preguntas, teniendo en mente que la pregunta y la respuesta están dentro de ustedes mismos.

INTERLOCUTOR: Si el miedo es generado por algo desconocido, y usted dice que usar el pensamiento es una manera equivocada para tratar de comprenderlo...

KRISHNAMURTI: Usted dice que tiene miedo de lo desconocido, bien sea de lo desconocido de mañana, o de lo realmente desconocido. ¿Es que usted tiene miedo de algo que desconoce? ¿O es que tiene miedo de algo que conoce, y a lo cual está atado? ¿Tiene usted, por lo tanto, miedo de abandonar lo conocido? ¿Ha comprendido, señor? Cuando tiene miedo de la muerte, ¿tiene miedo de lo desconocido? ¿O tiene miedo de que terminen todas las cosas que ha conocido: sus placeres, su familia, sus logros, su éxito, sus muebles? ¿Cómo es posible tenerle miedo a algo que no se conoce? Y si le teme a ello, el pensamiento desea trasladarlo al campo de lo conocido, de manera que comienza a imaginar. Por lo tanto, su Dios es producto de su imaginación o de temor. Señor, no especule, pues, sobre lo desconocido. Comprenda lo conocido y líbrese de lo conocido.

INTERLOCUTOR: He leído la expresión “Padre, yo creo, ayúdame en mi desconfianza”. Cómo podemos lograr algo con este aparente conflicto de creencia y duda?

KRISHNAMURTI: ¿Por qué cree usted en cualquier cosa que lee? No importa que esté en la Biblia, o en el Gita, o en los libros sagrados de otras religiones. Obsérvelo realmente ‑¿por qué cree usted? ¿Cree en el amanecer de mañana? En un sentido cree ‑cree que amanecerá. Pero usted cree en el cielo, cree en un Padre, cree en algo. ¿por qué? Usted cree en algo que considera permanente porque tiene miedo, es infeliz, se siente solo, porque teme a la muerte. ¿Cómo puede ver con claridad una mente que lleva el peso de las creencias? ¿Cómo puede estar libre para observar? ¿Cómo puede amar una mente así? Usted tiene su creencia, y otro tiene la suya. Al comprender el problema del temor en su totalidad, no sustentamos creencia alguna, sea la que sea. Entonces la mente es feliz y funciona sin distorsión y, por lo tanto, hay gran júbilo, nace el éxtasis.

INTERLOCUTOR: He leído sus libros y le he escuchado hablar y decir cosas bellas. Le oigo hablar del temor y cómo podemos eliminarlo; pero la naturaleza de la mente es estar llena de deseos, llena de pensamientos. ¿Cómo va a ser libre la mente mientras esté constantemente activa? ¿Cuál es el sistema?

KRISHNAMURTI: Señor, ¿qué es el deseo? ¿Por qué la mente parlotea tan incesantemente?

INTER LOCUTOR: Insatisfacción.

KRISHNAMURTI: No conteste, por favor, investigue. Mire: usted desea un sistema, un método, una disciplina para aquietar la mente, para comprender esto o aquello, o para deshacerse del deseo. La práctica de un sistema lleva consigo una rutina mecánica, hacer la misma cosa una y otra vez; eso es lo que implica un sistema. ¿Qué ocurre cuando la mente hace eso? Se convierte en una mente estúpida, embotada. Uno tiene que comprender por qué la mente parlotea, por qué la mente pasa de una cosa a otra. No creo que pueda entrar en ello esta tarde ‑¿no están ustedes cansados? (Gritos de «no»). Ustedes han tenido un largo día en la oficina; allí todo era rutina. Aquí dicen que no están cansados, lo cual significa que no han estado trabajando. (Risas). No han estado ocupados en investigar seriamente. Eso significa que simplemente se han divertido y que se retirarán de aquí con sus temores. Y por el amor de Dios, señores, ¿cuál es la utilidad de ello?


Santa Mónica, California, 4 de marzo de 1970



3
REVOLUCIÓN INTERNA

“El cambio en la sociedad es de secundaria importancia; eso ocurrirá natural e inevitablemente cuándo usted, como un ser humano, realice ese cambio en usted mismo”.

Estábamos considerando la extraordinaria complejidad de la vida diaria, la lucha, el conflicto, la desdicha y la confusión en que nos hallamos. Hasta tanto no comprendamos realmente la naturaleza y la estructura de esta complejidad, como estamos presos en esa trampa, no habrá libertad ‑ni la libertad para inquirir, ni la libertad que nos llega con gran júbilo y en la cual se manifiesta la entrega total de uno mismo. Tal libertad no es posible si el temor existe en alguna forma, bien sea superficialmente o en las profundidades recónditas de nuestra mente. Señalamos ya la relación entre el temor, el placer y el deseo, y que para comprender el temor tenemos que comprender también la naturaleza del placer.

En esta mañana hablaremos del centro, del cual provienen nuestra vida y nuestras actividades, y también si es del todo posible cambiar ese centro. Porque evidentemente es necesario un cambio, una transformación, una revolución interna. Para realizar esa transformación tenemos que examinar de cerca lo que es nuestra vida, sin escapar de ella, sin distraernos con creencias y aseveraciones teóricas, pero sí observar de cerca lo que nuestra vida es en realidad, y ver si es posible transformarla completamente. Con esa transformación puede que afectemos la naturaleza y la cultura de la sociedad. Tiene que ocurrir un cambio en la sociedad, porque existen tantos males e injusticias sociales, y hay una parodia aterradora de la adoración, etc. Pero el cambio en la sociedad es de importancia secundaria; eso ocurrirá en forma natural e inevitable, cuando como seres humanos, uno en relación con otro, realicemos ese cambio en nosotros mismos.

Durante esta mañana vamos a considerar tres cosas esenciales: ¿qué es vivir? ‑la vida cotidiana que vivimos; ¿qué es compasión, amor?, y la tercera, ¿qué es la muerte? Las tres están íntimamente relacionadas- al comprender una comprenderemos las otras dos. Según hemos visto, no podemos tomar fragmentos de la vida, escoger una parte de la vida que consideramos valiosa o que nos atrae, o que nuestras inclinaciones reclaman con vehemencia. O tomamos la totalidad de la vida ‑en la cual están involucradas la muerte, el amor, y el vivir- o meramente tomamos un fragmento de ella que pueda parecer satisfactorio, pero que inevitablemente acarreará mayor confusión. Tenemos, pues, que tomarla en su totalidad, y al considerar lo que es el vivir, debemos tener en mente que estamos discutiendo sobre algo que es total, sano y sagrado.

Podemos observar que en las relaciones de la vida diaria hay conflicto, sufrimiento y dolor; dependemos de otro constantemente, y en esta dependencia existe la autocompasión y la comparación. A eso le llamamos vivir. Permítanme volver a repetir: no estamos interesados en teorías, no estamos difundiendo ninguna ideología ‑porque es obvio que las ideologías, cualesquiera que sean, no tienen valor; al contrario, acarrean mayor confusión y mayor conflicto. No estamos gratificándonos son opiniones, evaluaciones, o censuras. Estamos interesados únicamente en observar lo que de hecho ocurre para ver si eso puede ser transformado.

Podemos ver claramente cuan contradictoria y confusa es nuestra vida cotidiana; tal como la vivimos ahora, carece absolutamente de sentido. Es posible inventarle un significado; los intelectuales realmente le inventan un sentido a la vida, y la gente lo acepta. Pero ese sentido puede ser una filosofía muy ingeniosa, que es creada de la nada. De otro modo, si únicamente nos interesa «lo que es», sin inventarle algún significado, o sin escapar, y sin caer en teorías o ideologías, si estamos tremendamente alertas, entonces la mente es capaz de enfrentarse a «lo que es». Las teorías y las creencias no cambian nuestra vida el hombre las ha sustentado por miles de años y no ha cambiado; quizás le han dado un pulimento superficial; es quizás un poco menos salvaje, pero es todavía brutal, violento, caprichoso, incapaz de mantener la seriedad. Vivimos una vida de gran sufrimiento desde el instante en que nacemos hasta que morimos. Ese es un hecho. Y ninguna teoría especulativa sobre ese hecho podrá afectarlo. Lo que realmente afecta «lo que es» es la capacidad, la energía, la intensidad, la pasión con que miramos ese hecho. Y no podemos tener pasión e intensidad, si la mente está persiguiendo alguna ilusión, alguna ideología especulativa.

Estamos examinando algo más bien complejo para lo cual necesitamos toda nuestra energía, toda nuestra atención no sólo mientras estamos en este recinto, sino también a través de la vida, si es que somos del todo serios. Lo que nos interesa es cambiar «lo que es», el sufrimiento, el conflicto, la violencia, la dependencia de otro ‑no la dependencia del que vende víveres, del médico, o del cartero, sino la dependencia en nuestra relación con otro, tanto psicológica como psicosomáticamente. Esa dependencia de otro invariablemente engendra miedo: mientras yo dependa de usted para mi sostén, emocionalmente, psicológicamente o espiritualmente, soy su esclavo y, por lo tanto, tengo temor. Ese es un hecho. La mayoría de los seres humanos dependen de otro, y en esa dependencia está la autocompasión, que nace de la comparación. De manera que, donde haya dependencia psicológica de otro ‑de la esposa, o del esposo- tendrá que haber no sólo temor y placer, sino también el sufrimiento que estos generan. Espero que estén observando esto en usted mismo, y no meramente escuchando al que les habla.

Ustedes saben que hay dos maneras de escuchar: Escuchar casualmente, como se escucha una serie de ideas, estando de acuerdo o en desacuerdo con ellas; y hay otra manera de hacerlo, que consiste no sólo en escuchar las palabras y el significado de éstas, sino también lo que está realmente ocurriendo en ustedes mismos. Si escuchamos de esa manera, entonces lo que dice el que habla tiene relación con lo que están escuchando dentro de ustedes mismos. Entonces no están meramente escuchándome a mí ‑lo que está fuera de lugar-, sino todo el contenido de su ser. Y si están escuchando así con intensidad al mismo tiempo y en el mismo nivel, entonces ustedes y yo participamos juntos en lo que está realmente ocurriendo. Entonces tendrán ustedes la pasión que va a transformar aquello «que es». Pero si no escuchan de esa manera, con toda la mente, con todo el corazón, entonces una reunión de esta clase carece totalmente de sentido.

Al comprender «lo que es», la vida terrible que realmente llevamos, nos damos cuenta de que vivimos en aislamiento ‑pues aunque tengamos mujer e hijos, existe un proceso autoaislante que está operando dentro de uno mismo. Aun cuando vivan juntos en la misma casa, la esposa, la amiga o el amigo, cada cual está realmente aislado, con sus propias ambiciones y temores y su propio sufrimiento. El vivir en esa forma se llama relación. Vuelvo a repetir, éste es un hecho: él tiene una imagen de ella, y ella tiene una imagen de él, y cada uno tiene su propia imagen de sí mismo. La relación existente es entre esas imágenes, y esa no es una relación verdadera. Tenemos, pues, que averiguarlo cómo son construidas esas imágenes, cómo son creadas, por qué deben existir, y lo que significa vivir sin esas imágenes. No sé si ustedes han considerado alguna vez si es posible una vida en la que no haya imágenes, fórmulas, y qué significaría vivir sin ellas. Vamos a averiguarlo.

Tenemos muchas experiencias todo el tiempo. Estamos o no estamos conscientes de ellas. Cada experiencia deja una huella; esas huellas se van fortaleciendo día tras día y se convierten en la imagen. Tan pronto alguien nos insulta, ya hamos formado una imagen del otro. O si alguien nos adula, otra vez se forma una imagen. ¿Es posible que, habiendo sido creada, esa imagen se desvanezca?

Para que una imagen cese, tenemos primero que averiguar cómo se forma; y si no respondemos adecuadamente, a cualquier reto, es inevitable que el residuo deje una imagen. Si me llama tonto, inmediatamente usted se convierte en mi enemigo, o usted no me agrada. Cuando me llama tonto, tengo que estar intensamente alerta en ese momento, sin elegir, sin condenar, simplemente escuchando lo que usted dice. Si no reacciono emocionalmente a su aseveración, entonces no se forma imagen alguna.

Tenemos que estar, pues, atentos a la reacción, sin darle oportunidad a que arraigue, porque tan pronto la reacción echa raíces, ha formado ya una imagen. Ahora le pregunto: ¿puede usted hacerlo? Para hacerlo necesita prestar atención ‑no simplemente ir divagando como en sueños por la vida- prestar atención en el momento del reto, con todo su ser, escuchando con su corazón y con su mente, de manera que vea claramente lo que se está diciendo ‑ya sea un insulto, o una adulación, o una opinión sobre usted. Entonces verá que no existe imagen alguna. La imagen se forma siempre de lo que ha ocurrido en el pasado. Si es placentera, la conservamos. Si es dolorosa, deseamos deshacernos de ella. De manera que surge el deseo; una cosa deseamos retenerla, y la otra deseamos rechazarla; y del deseo nace el conflicto. Si nos damos cuenta de todo esto, prestándole atención sin elección alguna, simplemente observando, entonces podremos descubrir la verdad por nosotros mismos, y no viviremos de acuerdo con algún psicólogo o algún sacerdote, o algún médico. Para descubrir la verdad tenemos que estar completamente libres de todo eso, y estar solos. Estar solo es dar la espalda a la sociedad.

Si ustedes se han observado cuidadosamente, verán que una parte de su cerebro, la cual ha evolucionado por muchos miles de años, es el pasado, y que el pasado es la experiencia, la memoria. En ese pasado hay seguridad. Espero que estén observando todo esto en ustedes mismos. El pasado responde siempre inmediatamente, y el demorar la respuesta del pasado cuando confrontamos un reto, de manera que haya un intervalo entre el reto y la respuesta, es lo que pone fin a la imagen. Si no hacemos esto estaremos viviendo siempre en el pasado. Somos el pasado, y en el pasado no hay libertad. Esa es, pues, nuestra vida, una batalla constante, en la cual el pasado, modificado por el presente, se mueve hacia el futuro ‑que es todavía el movimiento del pasado, aunque modificado. Mientras exista ese movimiento, el hombre nunca podrá ser libre, siempre estará en conflicto, en sufrimiento, en confusión, en desgracia. ¿Puede demorarse la respuesta del pasado de manera que no ocurra la formación inmediata de una imagen?

Tenemos que mirar la vida como es, mirar la confusión y la miseria interminables y el escape de eso hacia alguna superstición religiosa, o hacia la adoración del Estado, o hacia varias formas de entretenimiento. Tenemos que mirar cómo escapamos hacia la neurosis ‑porque una neurosis ofrece un extraordinario sentido de seguridad. El hombre que «cree» es neurótico; el hombre que adora una imagen es neurótico. En esas formas de neurosis, hay gran seguridad. Pero así no se llega a ninguna revolución radical en nosotros mismos. Para lograrla tenemos que observar sin elección, sin distorsión alguna del deseo, o del placer, o del dolor sólo observar realmente lo que somos, sin escapes. Pero no le demos nombre a lo que veamos, meramente observemos. Entonces tendremos la pasión, la energía para observar, y en esa observación se realiza un cambio tremendo.

¿Qué es el amor? Hablamos mucho de él ‑amor a Dios, amor a la humanidad, amor a la patria, amor a la familia. Pero extrañamente, unido a ese amor va el odio. Usted ama su Dios y odia el Dios de otro, usted ama su patria, su familia, pero está en contra de la familia de otro, en contra de otra nación. Y a través de todo el mundo, el amor está asociado más o menos con el sexo. No estamos condenando, ni juzgando, ni evaluando; sólo observamos lo que está realmente ocurriendo, y si usted sabe cómo observar, el hacerlo le infunde una tremenda energía.

¿Qué es amor y qué es compasión? La palabra «compasión» significa pasión por todo el mundo, interesarse por todo, incluso por los animales que matamos para comer. Primero miremos lo que realmente es ‑no lo que debe ser- viendo lo que realmente en la vida diaria. ¿Sabemos lo que significa amor, o únicamente conocemos el placer y el deseo, los cuales llamamos amor? ‑aun cuando, desde luego, con el placer, con el deseo, va la ternura, el cuidado, el afecto, etc. ¿Es, pues, el amor placer, deseo? Aparentemente lo es para la mayoría de nosotros. Uno depende de su esposa, uno ama a su esposa, no obstante, si ella mira a alguna otra persona, uno se siente encolerizado, frustrado, infeliz ‑y finalmente está el tribunal para divorcios. ¡Eso es lo que llamamos amor!- pero si su esposa muere, se busca otra, porque es muy grande la dependencia. Uno nunca pregunta por qué depende de otro. (Hablo de dependencia psicológica). Si lo observamos de cerca, verá bien adentro, profundamente, cuán solo está, cuan frustrado e infeliz es. No sabe qué hacer con esa soledad, ese aislamiento, que es una forma de suicidio. Y, por lo tanto, no sabiendo qué hacer, depende de alguien o de algo. Esa dependencia le proporciona gran comodidad y compañía, pero cuando esa compañía es ligeramente alterada, uno se torna celoso, furioso.

¿Mandarían ustedes a sus hijos a la guerra si los amaran? ¿Les darían la clase de educación que ahora reciben, educándolos sólo técnicamente, para ayudarles a conseguir un empleo, para aprobar algunos exámenes e ignorar el resto de la totalidad de esta vida maravillosa? Los cuidan con tanto esmero hasta que llegan a tener cinco años de edad y luego los tiran a los lobos. Eso es lo que llamamos amor. ¿Existe el amor cuando hay violencia, odio, antagonismo?

¿Qué haremos, pues? Dentro de esta violencia y odio, está nuestra virtud y nuestra moralidad; cuando neguemos eso entonces seremos virtuosos. Así veremos todas las implicaciones de lo que es el amor; entonces podremos quedarnos solos y ser capaces de amar. Ustedes escuchan esto porque saben que es la verdad. Si no lo viven, la verdad se convierte en veneno; si oyen algo verídico y lo descuidan, eso trae otra contradicción en la vida y, por lo tanto, mayor desdicha. Escuchen, pues, con su corazón y con toda su mente, o no escuchen en absoluto. Pero espero que estén escuchando, ya que se hallan aquí.

El amor no es lo contrario de ninguna otra cosa. No es lo opuesto del odio, ni de la violencia. Aunque no dependamos de alguien y vivamos muy virtuosamente ‑haciendo trabajo social, con demostraciones de ayuda calle arriba y calle abajo- si no tenemos amor, todo eso carece de valor en absoluto. Si amamos, entonces podemos hacer lo que nos plazca. El hombre que ama no comete errores ‑y si comete alguno, lo corrige inmediatamente. Un hombre que ama no siente celos, ni remordimientos; para él no existe el perdón, porque en ningún momento surge algo que sea motivo de perdón para él. Todo esto requiere investigación profunda, gran cuidado y atención. Pero estamos presos en la trampa de la sociedad moderna; hemos creado esa trampa nosotros mismos, y si alguien nos señala ese hecho, lo ignoramos. De manera que siguen las guerras y el odio.

Desearía saber cómo piensan ustedes acerca de la muerte; no teóricamente, sino lo que en realidad significa para ustedes ‑no como algo que ha de llegar inevitablemente, bien sea por accidente, debido a una enfermedad o a la vejez. Eso ocurre a todo el mundo; la vejez y las quimeras que la acompañan cuando uno trata de ser joven. Todas las teorías, todas las esperanzas significan que estamos desesperados; y en nuestra desesperación buscamos algo que nos dé alguna esperanza. ¿Ha observado usted su desesperanza para ver por qué existe? Existe porque uno se compara con otro, porque uno desea alcanzar una meta, convertirse en algo, ser, realizarse.

Una de las cosas extrañas en la vida es que estamos condicionados por el verbo «ser». Porque en él existe el pasado, el presente y el futuro. Todo el condicionamiento religioso está basado en ese verbo «ser»; en él tienen su fundamento el cielo y el infierno, todas las creencias, todos los salvadores, todos los excesos. ¿Puede un ser humano vivir sin ese verbo que significa vivir y no tener pasado ni futuro? No significa «vivir en el presente» ‑ustedes no saben lo que significa vivir en el presente. Para vivir completamente en el presente tenemos que saber lo que es la naturaleza y la estructura del pasado ‑que es uno mismo. Tenemos que conocernos nosotros mismos tan completamente que no haya ningún rincón oculto; «uno mismo» es el pasado, y ese «lo mismo» se nutre del verbo «ser» que es llegar a ser, realizarse, recordar. Averigüemos lo que significa vivir sin ese verbo psicológicamente, internamente.

¿Qué significa la muerte? ¿Por qué todos la tememos tanto? En Asia la gente cree en la reencarnación; en eso encuentran gran esperanza ‑no sé por qué- y la gente continúa hablando y escribiendo sobre ella. Cuando miramos la cosa que va a encarnar, ¿qué es esa cosa? ‑¿todo el pasado, toda la desdicha, toda la confusión, todo lo que somos ahora? Y pensamos que «el yo» (aquí se usa la palabra «alma») es algo permanente. ¿Es que existe algo en la vida que sea permanente? Nos gustaría tener algo permanente, y por ese motivo colocamos la muerte a distancia y separada de nosotros, nunca la miramos, porque nos atemoriza. Entonces tenemos «el tiempo» ‑el tiempo entre lo que es y lo que inevitablemente ocurrirá.

O bien proyectamos nuestras vidas al mañana y continuamos como estamos ahora, esperando que ocurra alguna clase de resurrección, encarnación, o morimos cada día; morimos cada día para nosotros mismos, para nuestra desdicha, para nuestro sufrimiento; nos despojamos de esa carga cada día de manera que nuestra mente sea fresca, joven e inocente. La palabra «inocencia» significa «incapaz de ser herida». Tener una mente que no pueda ser herida no quiere decir que ella haya desarrollado mucha resistencia ‑al contrario, una mente así está muriendo para todo lo que ha conocido donde ha habido conflicto, placer y dolor. Sólo entonces la mente es inocente; eso quiere decir que puede amar. No es posible que amemos con la memoria; el amor no es cosa del recuerdo, del tiempo.

De manera que el amor, la muerte y el vivir no son cosas separadas, sino una unidad total, y en esa unidad está la calidad de lo sano. Esa calidad de lo sano no puede existir si hay odio, ira, celos y cuando hay dependencia, la cual engendra el temor. Donde se halla lo sano, la vida se vuelve sagrada; hay gran júbilo y podemos hacer lo que queramos; y lo que entonces hacemos es inspirado por la virtud, por la verdad.

No conocemos todo esto ‑sólo conocemos nuestra miseria y como nada sabemos, tratamos de escapar. ¡Si por lo menos dejáramos de escapar para que pudiéramos realmente observar, evitando movernos siquiera un ápice de «lo que es», sin nombrarlo, condenarlo o juzgarlo, de manera que sólo pudiéramos observarlo! Para observar algo se requiere interés ‑y tener interés significa tener compasión. Con una vida tan espléndida y completa, se puede entonces participar en algo de lo que hablaremos mañana, o sea, la meditación. Sin haber establecido esa base, la meditación es mera autohipnosis. Establecer esa base significa que hemos comprendido esta vida extraordinaria, de manera que tenemos una mente sin conflicto y llevamos una vida en que hay compasión, belleza y, por lo tanto, orden. No se trata del orden de una copia de un plano de un arquitecto, sino el orden que surge cuando comprendemos lo que es el desorden ‑y nuestra vida es eso. Nuestra vida está en desorden. El desorden es contradicción, el conflicto de los opuestos. Cuando comprendemos ese desorden que hay en nosotros mismos, entonces de dicha comprensión surge el orden ‑el orden que es preciso, matemático, en que no hay distorsión. Todo esto requiere una mente meditativa, una mente que es capaz de observar silenciosamente.

INTERLOCUTOR: Usted dice en uno de sus libros que hacer milagros es una de las cosas más sencillas. ¿Podría hacerme el favor de explicar los milagros a que usted se refiere?

KRISHNAMURTI: Desearía que no citara de ningún libro ‑incluyendo los de éste que les habla-. (Risas). Lo digo ciertamente, con seriedad. No citen a nadie. Una de las cosas más terribles es depender de las ideas de otras personas. Y las ideas no son la verdad. «Se dice en uno de los libros que hacer milagros es una de las cosas más fáciles del mundo» -¿no lo es? ¿No es un milagro que ustedes estén sentados allí y yo aquí, y que estemos hablando unos con otros? Porque si escuchan sin esfuerzo, sabrán lo que significa vivir completamente, totalmente; si viven de esa manera ocurre un milagro, el más grande de todos.

INTERLOCUTOR: He estado ausente durante veintisiete años, y he regresado hace cerca de tres meses. Encuentro que están fomentándose aquí tremendos temores. Por observación propia y por observación de mis amigos, creo que la Mafia se ha entronizado y se ha desarrollado por completo un estado policial. ¿Puede usted ayudarnos como individuos, darnos la clave para luchar contra esas circunstancias? Me doy cuenta de que luchar será difícil, y también me doy cuenta de que si peleamos podríamos ser encarcelados. ¿Qué puede hacer cada individuo para combatir por sí mismo esas fuerzas terribles?

KRISHNAMURTI: Señor, no estoy evadiendo su pregunta, pero, ¿puede usted, como individuo, ser pacífico? ¿Es usted un individuo? Ser un individuo implica ser indivisible en sí mismo, no fragmentado. Pero estamos fragmentados, divididos y, por lo tanto, no somos individuos. Lo que es la sociedad, eso somos nosotros. Nosotros hemos creado esa sociedad. De manera que, ¿cómo puede un ser humano dividido hacer algo que no sea alcanzar ese estado en que sea un todo completo? Entonces tendrá lugar una acción totalmente diferente. Pero mientras actuemos en fragmentos, tendremos que crear más caos en el mundo. Estoy seguro de que esta contestación no satisface a nadie; ustedes quieren la llave para la acción correcta y la llave está en ustedes mismos. Ustedes tienen que forjar esa llave.

INTERLOCUTOR: Pero el tiempo es corto y parece que no puedo encontrar exactamente cómo hacer frente al asunto.

KRISHNAMURTI: «El tiempo es corto» -¿puede usted cambiar inmediatamente? No cambiar gradualmente o mañana. ¿Puede usted tener inmediatamente esa percepción de una vida «total» donde hay amor- todo aquello de que hemos hablado en esta mañana? El que le habla dice que esa es la única cosa que hay que hacer ‑cambiar completamente, radicalmente, inmediatamente. Para hacerlo tiene que observar con todo su corazón y toda su mente, sin escapar hacia cosa alguna, ya sea el nacionalismo o sus creencias. Descarte todo eso con un soplo y esté completamente alerta. Entonces ocurrirá un cambio radical, inmediatamente, y a partir de esa transformación inmediata actuará en forma completamente distinta.

INTERLOCUTOR: ¿Tiene el amor un objetivo? ¿Puede uno amar sólo a una persona en su vida?

KRISHNAMURTI: ¿Han escuchado esa pregunta? ¿Podemos amar a una persona al mismo tiempo que a muchas? ¡Qué pregunta más extraña! Si amamos, amamos a uno y a todo. Pero no amamos. Señor, muchos pueden oler el perfume de una flor ‑o uno sólo puede olerla-, pero a la flor no le importa, ella está ahí. Y esa es la belleza del amor, puede darse a uno o a muchos. Eso es posible sólo cuando hay compasión, cuando no hay celos, ni ambición, ni éxito. Y esa es la negación de todo lo que el hombre ha creado en sí mismo o a su alrededor. De la negación surge lo positivo.


Santa Mónica, California, 7 de marzo de 1970



4
LA RELIGIÓN

“La religión es, pues, algo que no pode expresarse en palabras; que no puede ser medido por el pensamiento...”.

Dijimos que esta tarde hablaríamos sobre la religión y la meditación. Ambas constituyen un tema muy complejo que requiere mucha paciencia, una investigación dirigida por la duda, sin conclusiones, sin nunca asumir nada, sin nunca aceptar o creer nada. El hombre ha buscado siempre algo más allá de la vida cotidiana con su dolor, placer y sufrimiento; siempre ha deseado encontrar algo más permanente. Y en su búsqueda de esa cosa innominable, ha edificado templos, iglesias, mezquitas. Se han hecho cosas extraordinarias en nombre de la religión. Las religiones han sido responsables de muchas guerras; la gente ha sido torturada, quemada, destruida, porque la creencia ha llegado a ser más importante que la verdad, el dogma más vital que la percepción directa. Cuando la creencia adquiere importancia suprema, entonces estamos deseosos de sacrificarlo todo por ella, y no nos importa que esa creencia sea real o que no sea válida, siempre que nos proporcione comodidad, seguridad, un sentido de permanencia.

Si buscamos algo es muy fácil encontrarlo; pero eso significa que antes que comencemos a buscar debemos tener una base, una idea de lo que buscamos. En la búsqueda funcionan varios procesos; no sólo existe el deseo y la esperanza de que lo que reconozcamos sea la verdad, también hay un motivo detrás de esa búsqueda. Si el motivo consiste en escapar del miedo, en un anhelo de comodidad y seguridad, entonces encontraremos inevitablemente algo que nos proporcionará satisfacción. Esto podrá ser la creencia más absurda, pero mientras sea satisfactoria y del todo confortadora, nos asiremos a ella, sin importar lo ridícula que sea nuestra ilusión. De manera que existe un grave peligro para aquellos que buscan con el propósito de encontrar.

Si hay alguna clase de temor, oculto o evidente, la búsqueda se torna en una evasión, un escape de lo real. Y si descubrimos algo en la búsqueda, ese descubrimiento se basa en el reconocimiento ‑tenemos que reconocerlo, de lo contrario no tiene valor alguno. Pero si observamos veremos que el reconocimiento es de recuerdos pasados, de algo que ya conocemos; de otra manera no sería posible reconocerlo. Todo ello constituye esta búsqueda eterna de lo que consideramos la verdad; pero algo que trascienda la dimensión de la mente no está basado en el reconocimiento.

La religión, en el sentido aceptado de la palabra, se ha convertido ahora en materia de propaganda, de intereses creados, con muchas propiedades, con un gran sistema jerárquico y burocrático de «espiritualidad». La religión se ha convertido en materia de dogma, creencia y ritual ‑algo totalmente desligado de la vida cotidiana. Podemos creer o no creer en Dios, pero esa creencia tiene muy poco significado en la vida diaria, en la cual escamoteamos, destruimos, somos ambiciosos, codiciosos, celosos, violentos. Creemos en Dios o en un salvador, o en algún gurú, mantenemos eso muy lejos, de manera que no afecte realmente nuestra vida diaria.

La religión, tal y como es ahora, se ha convertido en un fenómeno extraordinario que no tiene validez en absoluto. El cristiano durante los últimos dos mil años, ha sido condicionado para creer. Obsérvenlo en ustedes mismos, por favor, simplemente observando, sin criticar, ni condenar. Puede que no nos guste, pero tenemos que confrontar el hecho de que, si somos cristianos, estamos tan condicionados como el comunista o el ateo. Tanto el creyente como el no creyente está condicionado por la cultura de su época, por la sociedad, por el proceso extraordinario de la propaganda. Eso ha estado ocurriendo también en Asia durante miles de años.

Toda la estructura física, las aseveraciones psicológicas, las creencias acendradas por las cuales está uno dispuesto a destruir y ser destruido, se basan en opiniones dialécticas y dogmáticas sobre cómo averiguar lo que es verdadero; pero la «opinión verdadera», por hábil, por argumentativa que sea, no tiene realidad alguna: continúa siendo una mera opinión. Hoy las religiones a través del mundo no tienen sentido en absoluto. Deseamos ser entretenidos espiritualmente y con este fin vamos a la iglesia o al templo o a la mezquita, pero eso nada tiene que ver de manera alguna con el sufrimiento, la confusión y el odio que sentimos día a día. Un hombre realmente serio, que de veras desea averiguar si existe algo más fuera de esta cosa terrible que llamamos existencia, obviamente debe estar libre de dogmas, de creencias, de la propaganda; debe estar libre de la estructura donde se ha educado para llegar a ser un «hombre religioso».

En las llamadas religiones, llegamos a lo positivo mediante la negación de «lo que es». Si es posible, vamos a averiguar qué cosa es la que el hombre ha buscado ‑no por medio de alguna creencia, ni por medio de algún salvador, o de algún gurú, o del que les habla. Vamos a averiguar por nosotros mismos si existe, o si no existe, algo que no sea la proyección de nuestras esperanzas, de nuestros propios temores, algo que no sea inventado por alguna mente ingeniosa, o que sea producido por nuestra intensa soledad.

Para averiguarlo, debemos estar libres de creencias, porque la creencia es una cualidad de la mente que invierte en algo que le ofrecerá alguna esperanza, comodidad, seguridad, un sentido de permanencia. A fin de estar libre para inquirir, hay que liberarse del miedo, de la ansiedad, del deseo de sentirse psicológicamente seguro. Estos son requisitos obvios con que debe contar cualquier persona seria y fervorosa que desea investigar.

El instrumento que es capaz de inquirir es una mente clara, que no tiene distorsiones, o perjuicios basados en conclusiones, fórmulas o creencias. Vean cuan extraordinariamente difícil es tener una mente que no esté en conflicto. Es una mente que ha comprendido el conflicto y está libre del mismo.

La mente ‑que contiene también el corazón, toda la naturaleza psicosomática del hombre‑ tiene que ser altamente sensitiva; porque la sensibilidad implica inteligencia. Vamos a examinar un poco este asunto porque todo ello es la base para la meditación. Si no establecemos la base del orden, entonces la meditación ‑que es una de las cosas más extraordinarias en la vida- se torna en un mero escape que conduce al autoengaño y a la autohipnosis. Una mente burda puede aprender las tretas, puede poner en práctica la llamada meditación, pero continuará siendo una mente burda, tonta.

La mayoría de nosotros tiene muy poca energía; la usamos en luchas, en antagonismos, la malgastamos en varias formas ‑­no sólo sexualmente, pues también una gran parte la desperdiciamos en contradicciones y en la fragmentación de nosotros mismos, lo cual genera conflicto. El conflicto constituye definitivamente un gran derroche de energía- el «voltaje» disminuye. No sólo es necesaria la energía física, sino también lo es la energía psicológica, con una mente que sea inmensamente clara, lógica, saludable, no distorsionada, y con un corazón que no tenga ningún sentimiento ni emoción, sino la virtud que nace de la abundancia de amor, de compasión. Todo esto produce una gran intensidad y pasión. Y es lo que ustedes necesitan porque de lo contrario no podrán hacer un viaje por dentro de esta cosa llamada meditación. Pueden sentarse con las piernas cruzadas, respirar, inventar hechos imaginarios, pero nunca la alcanzarán.

El cuerpo tiene que ser extraordinariamente sensible. Esa es una de las cosas más difíciles, porque hemos deteriorado la inteligencia del cuerpo con las bebidas alcohólicas, el fumar, la complacencia, el placer; hemos insensibilizado el cuerpo.

Observen el cuerpo, que debería ser extraordinariamente vivo y sensitivo, y verán a qué lo hemos reducido. El cuerpo afecta la mente, y la mente afecta el cuerpo, y por esa razón es esencial la sensibilidad del cuerpo, del organismo. Esa sensibilidad no se logra con el ayuno, ni mediante el juego de toda clase de engaños. La mente tiene que observar esto desapasionadamente. (Espero que lo estén haciendo ahora según vamos examinando el problema ‑no mañana o al día siguiente- porque como dijimos, estamos participando juntos en el viaje, en la exploración).

Con la observación de «lo que es» se comprende ese hecho. La comprensión se deriva de la observación de «lo que es»; probando esto en el diario vivir llegamos a la comprensión de la experiencia. La mayoría de nosotros deseamos grandes experiencias porque nuestras propias vidas son tan limitadas, tan indeciblemente insulsas. Deseamos experiencias profundas, perdurables y bellas. Pero no comprendemos siquiera lo que significa la palabra «experiencia», y la mente que busca una experiencia es incapaz de comprender lo que es la verdad. La vida que vivimos cada día tiene que ser transformada; tiene que terminar el odio y la violencia en nosotros mismos, la ansiedad, la culpa, el impulso que lleva al éxito, a ser alguien. Y sin cambiar todo eso radicalmente, el intento de buscar alguna clase de «experiencia» no tiene sentido alguno.

Una mente que espera ver la verdad a través de las drogas, que desea tener experiencias extraordinarias, o divertirse por medio de drogas, se convierte en esclava de ellas, y finalmente ellas embotan la mente y la entorpecen.

Estamos indagando juntos la cuestión de la mente religiosa ‑no lo que es la religión, sino qué es una mente que es religiosa, que es capaz de encontrar la verdad. El origen del significado de la palabra «religión» es más bien incierto; podemos darle cualquier significado que nos plazca, y generalmente así lo hacemos. Pero el no tener opinión de lo que es la religión implica estar libre para investigar sobre ella, sobre la calidad de la mente que es religiosa. Esa calidad de mente no está separada del dolor de la vida diaria, del placer, del sufrimiento y de la confusión.

Para investigar esto uno tiene que estar libre de toda autoridad. Ustedes están solos para averiguar, no hay libro, ni nadie que les ayude. Vean, por favor, lo importante que es esto, porque hemos depositado nuestra fe y confianza en otros ‑en el sacerdote, los salvadores, los maestros, etcétera- y habiendo entregado nuestra fe, hemos dependido de ellos para guiarnos y ellos no nos han conducido a ninguna parte.

En esta averiguación no existe ningún problema de autoridad ‑uno está inquiriendo, como un verdadero científico, sin buscar un resultado. Cuando no existe autoridad alguna, no hay sistema ni práctica. Un sistema, un método implica una rutina, la formación de un hábito. Si uno practica cierto sistema diariamente, la mente se torna invariablemente insensible. Esto es muy sencillo y obvio. De manera que los sistemas, los métodos y las prácticas tienen que desaparecer completamente. Vean qué está ocurriendo en una mente que no teme, que no busca placer, ni entretenimiento, una mente que no depende de autoridad, sino que está realmente inquiriendo; una mente que no depende de cosa alguna no tiene miedo y, por lo tanto, puede inquirir. Una mente así ya se ha tornado extraordinariamente aguda, viva, intensa, fervorosa. (Cuando usamos la palabra «mente», queremos decir su totalidad, incluyendo el organismo, el corazón). Esa calidad de mente es bella; como no utiliza método alguno, es clara, inquisidora, observadora, y aprende a medida que observa. El aprender no es diferente de la acción. Aprender es actuar. Si ustedes aprenden sobre el nacionalismo, sobre los peligros de la separación, de la división en la gente, si lo observan y lo comprenden, entonces esa misma comprensión pone fin a esta división en la acción. Así, la observación es de una importancia sorprendente.

Todos ustedes probablemente saben lo concerniente al yoga. Hay tantos libros escritos sobre el asunto, que cualquier Pedro, Juan o Andrés que haya estado meses en la India y haya tomado algunas lecciones, se convierte en un «yogui». Esa palabra «yoga» tiene muchos significados; implica una manera de vivir, no meramente la práctica de algunos ejercicios para mantenerse joven. Implica una manera de vivir en que no existe división alguna y, por lo tanto, ningún conflicto ‑que es la manera como la ve el que les habla. Desde luego, el ejercicio regular, apropiado, es bueno, pues conserva el cuerpo ágil. Este que les habla ha practicado mucho el yoga durante años, pero no para alcanzar algún estado extraordinario mediante la respiración y todo lo demás que eso conlleva, sino para mantener el cuerpo ágil. Ustedes necesitan el ejercicio adecuado, el alimento apropiado, no atiborrarse con una gran cantidad de carne ‑con toda la brutalidad e insensibilidad que eso trae consigo inevitablemente. Cada cual tiene que averiguar la dieta adecuada para sí mismo, y para hacerlo tiene que experimentar y hacer la comprobación necesaria al respecto.

Luego existe este ardid con el cual se les ha engañado: Mantra Yoga. Por cinco, o por treinta dólares, les han enseñado alguna fórmula sagrada (mantra) ‑una repetición de palabra, especialmente en Sánscrito. Los católicos tienen un rosario y repiten el Ave María- repiten lo que sea. ¿Saben ustedes lo que ocurre cuando repetimos constantemente una serie de palabras? Se hipnotizan a sí mismos hasta tranquilizarse. O se mueven llevados por el sonido de la palabra. Cuando siguen repitiendo cierta palabra, esta produce, internamente, un sonido; y ese sonido interno continúa moviéndose ‑si ustedes escuchan; se torna extraordinariamente vivo y creen que es una cosa maravillosa. No es nada de eso, sino una forma de autohipnosis. Eso también tiene que ser rechazado completamente.

Ahora llegamos a algo muy diferente, que es: la percepción alerta y la atención. No sé si ustedes han investigado esto ‑no mediante la lectura de libros, ni siendo enseñados cómo estar alerta en alguna escuela de Asia o en algún monasterio- pero si lo han hecho, verán por ustedes mismos lo que significa no ser enseñado por otro. Ustedes tienen que aprender por sí mismos lo que significa darse cuenta o estar alerta; darse cuenta del salón donde están reunidos; darse cuenta de la proporción del salón y de los colores que contiene; sin decir si es feo o bonito, simplemente observar. Mientras caminan por la calle, estén conscientes de las cosas que pasan a su alrededor, observando las nubes, los árboles, la luz sobre el agua, el pájaro volando. Dense cuenta sin que el pensamiento interfiera, cuando dice: «esto es correcto», «esto es erróneo», «esto debe ser» o «no debe ser». Dense cuenta de las cosas que están ocurriendo fuera, luego dense cuenta también internamente ‑observen todo movimiento del pensamiento, observen todo sentimiento, toda reacción; eso aviva la mente de manera extraordinaria.

Existe una diferencia entre la concentración y la atención. La concentración es un proceso de exclusión, un proceso de resistencia y, por lo tanto, un conflicto. ¿Han observado ustedes su mente alguna vez cuando están tratando de concentrarse en algo? Ella se extravía y ustedes tratan de que vuelva atrás, y de esa manera, se desarrolla una lucha; ustedes tratan de enfocar su atención, de concentrarse en algo, pero el pensamiento tiene interés en mirar fuera de la ventana, o en pensar en alguna otra cosa. En este conflicto hay un enorme desperdicio de energía y de tiempo.

Nos preguntamos por qué la mente parlotea, por qué habla incesantemente con ella misma o con alguna otra persona, o por qué desea estar ocupada eternamente, bien sea leyendo un libro, escuchando la radio, manteniéndose activa. ¿Por qué? Si han observado verán que existe un hábito de desasosiego; su cuerpo nunca puede sentarse tranquilo durante algún período prolongado de tiempo, siempre está haciendo algo o afanándose por nada. La mente parlotea también; de lo contrario, ¿qué le ocurriría? ‑está atemorizada, por lo tanto, tiene que estar ocupada. Tiene que estar activa con alguna reforma social, con esto o aquello con alguna creencia, con alguna disputa, con algo que ha ocurrido en el pasado- está pensando constantemente.

Como estábamos diciendo: la atención es completamente distinta de la concentración. La percepción alerta y la atención andan juntas ‑pero no así la concentración. Una mente que está intensamente activa puede observar muy claramente, sin distorsión alguna, sin resistencia alguna y, sin embargo, funciona efectivamente, objetivamente. ¿Cuál es la calidad de una mente así? (Espero que estén interesados en esto, porque ello es parte de la vida. Si rechazan todo esto, rechazan también la totalidad de la vida. Si no conocen el sentido y la belleza de la meditación, no saben nada de la vida. Puede que tengan el último modelo de automóvil, puede que les sea posible viajar por todo el mundo libremente, pero si no saben lo que es la verdadera belleza, la libertad y el júbilo de lo que es la meditación, están privándose de gran parte de la vida. Desde luego, esto no es para obligarlos a decir, «tengo que aprender a meditar». Ello es una cosa natural que acontece. Una mente que inquiere tiene que llegar a eso inevitablemente; una mente alerta, que observa «lo que es» en sí misma, se comprende a sí misma, se conoce a sí misma).

Preguntamos: ¿cuál es la calidad de una mente que ha llegado tan lejos, naturalmente, sin esfuerzo alguno? Si miramos una nube o un árbol, el rostro de la esposa, o del esposo, o del vecino, veremos que es únicamente desde el silencio que podemos observar claramente. Podemos oír sólo cuando no existe algún ruido autoproyectado. Cuando parloteamos con nosotros mismos, comparando lo que se está diciendo con lo que ya sabemos, entonces no estamos escuchando. Cuando observamos con nuestros ojos y al hacerlo toda clase de prejuicios y conocimientos interfieren, no estamos observando en realidad. De manera que cuando realmente observamos y escuchamos sólo podemos hacerlo desde el silencio.

No sé si alguna vez han llegado hasta ahí. No es algo que cultivamos, que toma años para alcanzarlo, porque no es producto del tiempo o de la comparación, sino el producto de la observación en la vida cotidiana, la observación en la vida cotidiana, la observación de nuestros pensamientos y la comprensión del pensamiento. Cuando la mente está consciente de manera cabal se torna extraordinariamente silenciosa, quieta; no está dormida sino sumamente despierta en ese silencio. Sólo una mente así puede ver lo que es la verdad, puede ver si hay o no hay algo más allá. Sólo una mente así es una mente religiosa, porque ha abandonado el pasado completamente ‑aun cuando puede utilizar el recuerdo del pasado. La religión es, pues, algo que no es posible expresar en palabras; algo que no puede ser medido por el pensamiento ‑porque el pensamiento está siempre midiendo; y es, tal y como dijimos, la respuesta del pasado. El pensamiento nunca es libre; siempre funciona dentro del campo de lo conocido.

Así, pues, una mente es capaz de comprender lo que es la verdad, lo que es la realidad ‑si existe algo como la realidad- tiene que estar completamente libre de todos los engaños, decepciones e ilusiones humanas. Y esto requiere mucho trabajo. Significa una disciplina interna; una disciplina que no es imitación, conformidad o reajuste. La disciplina surge de la observación de «lo que es» y del aprender sobre ello; este aprender es su propia disciplina. Hay por lo tanto orden, y con él desaparece el desorden en uno mismo. Todo esto, desde el comienzo de estas pláticas hasta ahora, forma parte de la meditación.

Sólo cuando sabemos cómo mirar una nube o ver la belleza de la luz sobre el mar, cómo mirar nuestra esposa ‑o el joven o la joven- con una mirada fresca, con una mente inocente que nunca ha sido lastimada, que nunca ha derramado una lágrima, es entonces cuando la mente podrá ver lo que es la verdad.

INTERLOCUTOR: Hace poco verifiqué por mí mismo lo que usted dice ‑que la llave para la libertad interna es experimentar que el observador y lo observado son una misma cosa-. Yo tenía que realizar un trabajo muy arduo y tedioso, contra el cual desarrollé gran resistencia. Me di cuenta de que yo era esa resistencia y que únicamente la resistencia miraba la resistencia. Entonces de pronto esa resistencia se disipó ‑fue como un milagro- y tuve hasta la fuerza física para terminar el trabajo.

KRISHNAMURTI: ¿Está usted tratando de confirmar lo que estoy diciendo, dándonos estímulos a mí o al auditorio? (Risas).

INTERLOCUTOR: Se requiere una enorme energía antes de que uno llegue al punto de ver que el observador y lo observado son uno.

KRISHNAMURTI: El caballero dice que el observador es lo observado; esto es: cuando hay temor, el observador es parte de ese temor. No se identifica él mismo con el temor; el observador es parte de ese mismo temor. Darse cuenta de eso es bastante fácil. O se da usted cuenta de eso verbalmente, teóricamente ‑comprendiendo el significado de las palabras- o realmente ve que el observador y lo observado son uno. Si lo ve en realidad, ello constituye ciertamente una diferencia drástica en su vida, pues el conflicto termina. Cuando existe una división, esto es, una brecha entre el observador y lo observado, hay un intervalo de tiempo y, por lo tanto, hay conflicto. Cuando uno realmente ve y confirma por observación propia que el observador y lo observado son la misma cosa, entonces termina todo conflicto en la vida, en todas nuestras relaciones.

INTERLOCUTOR: Cuando nos damos cuenta de que el pasado, como la memoria, se interpone entre algo más profundo y lo exterior, ¿qué podemos hacer? No podemos detenerlo ‑ello prosigue.

KRISHNAMURTI: La memoria se interpone entre lo externo y lo interno. Hay lo interno, y lo externo, y la mente, en su calidad de memoria, existe como algo separado, como el pasado. De manera que ahora existen tres cosas: lo interno, lo externo y la mente como el pasado. Por favor, señor, no se ría ‑esto es nuestra vida, esto es lo que estamos haciendo-; aun cuando pueda usted formular la pregunta en forma diferente, eso es lo que realmente está ocurriendo en nuestra vida diaria. Usted quiere hacer algo, y la mente dice: «No lo hagas, o hazlo en alguna otra forma», de manera que hay una lucha continua. La mente está interviniendo; la mente como pensamiento, siendo el pensamiento el pasado. El pensamiento se interpone entre lo real, lo interno y lo externo; ¿qué vamos a hacer, pues? La función del pensamiento es dividir; ha dividido la vida entre el pasado, el presente y el futuro. El pensamiento también ha dividido lo interno de lo externo. El pensamiento dice: «¿Cómo puedo servir de puente entre los dos y actuar como un todo?» ¿Puede el pensamiento hacer eso? -¿siendo él mismo el factor que divide?

INTERLOCUTOR: Querer es poder.

KRISHNAMURTI: No, señor: usted hace lo que quiere en el mundo; su propósito es destruir la gente y ha tenido éxito; ha encontrado el medio de hacerlo. No estamos interesados en la voluntad; la voluntad es la cosa más destructiva, porque la voluntad se basa en el placer, en el deseo, y no en el goce libre. Usted pregunta cómo el pensamiento puede ser mantenido quieto. ¿Cómo puede estar silencioso el pensamiento? ¿Es esa la pregunta correcta? ‑porque si formulamos una pregunta incorrecta, invariablemente recibimos una contestación incorrecta. (Risas). No, señor, esto no es materia de risa. Usted tiene que formular la pregunta correcta. ¿Es correcto preguntar: Cómo puede terminar el pensamiento? ¿O tiene uno que averiguar cuál es la función del pensamiento? Si pone fin al pensamiento ‑si eso es en alguna forma posible- entonces, ¿cómo actuará usted cuando tenga que ir a la oficina? Aparentemente, el pensamiento es necesario. El pensamiento es peligroso en cierto sentido porque divide; y, sin embargo, el pensamiento tiene que funcionar de manera lógica, sana, objetiva, saludable en otro sentido. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo puede no intervenir el pensamiento? ¿Ve usted el problema? No se trata de «cómo poner fin al pensamiento». Cuando ha formulado la pregunta muy claramente, lo puede ver por usted mismo. El pensamiento, que es la respuesta del pasado, interviene, establece división como lo externo y lo interno y destruye la unidad. Por lo tanto, decimos: «Destruyamos el pensamiento, matemos la mente». Esta es una pregunta totalmente equivocada. Pero si explorásemos dentro de la estructura total del pensamiento, veríamos cuál es su sitio, dónde no es necesario, y entonces encontraríamos que la mente puede operar inteligentemente cuando el pensamiento no funciona, así como también cuándo tiene que funcionar el pensamiento.

INTERLOCUTOR: ¿Por qué es usted más consciente que yo de “lo que es”? ¿Cuál es su secreto?

KRISHNAMURTI: Nunca había pensado realmente sobre eso. Sencillamente observe: ¿es la humildad algo para ser cultivada? Si cultiva la humildad, todavía continuará siendo vanidad. Si practica el estar alerta de «lo que es» no se dará cuenta. Pero si está alerta cuando se halle sentado en un autobús, o mientras conduce un vehículo, cuando mira, habla, o está divirtiéndose, entonces de eso surge, natural y fácilmente el estado en que se da cuenta de «lo que es». Pero si trata de practicar cómo prestar mucha atención a “lo que es”, lo que opera es el pensamiento, y no el estado de percepción alerta.

INTERLOCUTOR: ¿Dijo usted: para estar libre no debemos tener maestro alguno? ¿Lo interpreté correctamente?

KRISHNAMURTI: ¿Qué papel desempeña un maestro? Si conoce una materia como la medicina, la ciencia, cómo manejar una computadora, etc., su misión es instruir a otro sobre el conocimiento y la información que él posee. Eso es bastante sencillo. Pero si hablamos del maestro que dice que sabe, y desea instruir al discípulo, entonces desconfíe de él porque el hombre que dice que sabe, no sabe. Porque la verdad, la belleza de la iluminación, o como lo llame, nunca podrá ser descrita ‑ello es. Es una cosa viva, una cosa en movimiento, es activa, es ingrávida. Unicamente cuando se trata de una cosa muerta podemos decir lo que es; y el maestro que le enseña sobre cosas muertas no es un maestro.

INTERLOCUTOR: ¿Cómo podemos combinar la concentración, la disciplina y la atención?

KRISHNAMURTI: La palabra disciplina significa aprender de otro. El discípulo es uno que aprende del maestro. ¿Han considerado o penetrado alguna vez en la cuestión de lo que es aprender? ¿Qué significa el presente activo del verbo «aprender»? O aprendemos para sumar a lo que ya sabemos, lo cual se convierte en conocimiento ‑como la ciencia- o existe el aprender que no es una acumulación de conocimiento, sino un movimiento. ¿Ven ustedes la diferencia entre los dos? O aprendo con el propósito de acumular conocimiento, para ser eficiente tecnológicamente, etc., o estoy aprendiendo todo el tiempo algo que es nuevo, de manera que la acción es siempre nueva. Escuchen esto, por favor: deseo saber, deseo aprender por mí mismo. Soy una entidad muy compleja, pues existe tanto lo oculto como lo obvio. Deseo saber sobre la totalidad completa de mí mismo. De manera que me observo yo mismo y veo que tengo miedo; veo la causa de ese temor; al observar he aprendido y eso se ha convertido en conocimiento mío. Pero si la próxima vez que el temor surge, lo miro con el conocimiento previo, entonces he dejado de aprender. Lo miro únicamente con el pasado y no estoy aprendiendo sobre lo que está realmente ocurriendo. Para aprender sobre mí mismo, tiene que haber libertad, de manera que haya observación constante, sin la intervención del pasado -sin que interfiera el pensamiento. Aprender tiene, pues, dos significados: aprender para adquirir conocimiento con el cual pueda operar más eficientemente en ciertas áreas, o aprender sobre sí mismo, de manera que el pasado es pensamiento ‑no intervenga todo el tiempo. De esa manera puedo observar, y la mente está siempre sensible.

INTERLOCUTOR: Me gustaría preguntarle si come carne o pescado.

KRISHNAMURTI: ¿Le interesa realmente eso? En mi vida nunca he tocado la carne o el pescado ‑nunca lo he probado, nunca he fumado o ingerido licor; esas cosas no me atraen, no tienen significado alguno. ¿Eso lo convertiría a usted también en un vegetariano? (Risas). ¡No lo haría! Usted sabe, los héroes y los ejemplos son las cosas peores que pueda tener. Averigüe por qué come carne, por qué se complace en fumar e ingerir licor, por qué no puede llevar una vida sencilla ‑lo cual no significa un traje de vestir o una comida al día, sino una calidad de mente que sea sencilla, sin todas las distorsiones de placeres, deseos, ambiciones y motivos- de manera que pueda mirar directamente y percibir la belleza del mundo.

INTERLOCUTOR: Unicamente deseaba preguntar ¿qué es el humor?

KRISHNAMURTI: Supongo que realmente significa reírse de uno mismo. Tenemos tantas lágrimas en nuestros corazones, tanta desdicha ‑simplemente es mirarnos a nosotros mismos con risa, observarnos con claridad, con serenidad y, sin embargo, reírnos, si es que podemos hacerlo.


Santa Mónica, California, 8 de marzo de 1970




SEGUNDA PARTE


5
EL MIEDO

“¿Puede uno observar sin el centro, sin mencionar aquello que se llama miedo, cuando éste surge? Ello requiere una disciplina tremenda”.

Uno tiene que ser serio, porque sólo pueden vivir una vida completa y total aquellos que son vitalmente serios. Esa seriedad no excluye el gozo, el júbilo, pero mientras haya temor no será posible que sepamos lo que significa tener un gran gozo. El miedo parece ser una de las cosas más comunes en la vida; y extrañamente lo hemos aceptado como una forma de vida ‑al igual que hemos aceptado la violencia en todas sus variadas formas como una manera de vivir- y nos hemos acostumbrado a estar psicológicamente atemorizados.

Creo que debemos penetrar completamente en la cuestión del miedo, comprenderlo totalmente, de manera que cuando abandonemos este sitio estemos libres de él. Podemos hacerlo; no es una mera teoría o una esperanza. Si le prestamos completa atención a esta cuestión del miedo, cómo lo abordamos, cómo lo miramos, entonces encontraremos que la mente ‑la mente que tanto ha sufrido, que tanto dolor ha soportado, que ha vivido con tanto sufrimiento y temor- estará completamente libre de él. Para investigar esto es absolutamente esencial que no tengamos prejuicio alguno que nos impida comprender la verdad de «lo que es». Emprender este viaje juntos no implica ni aceptación ni negación; ni tampoco decirse uno mismo que es absolutamente imposible deshacerse del miedo, ni que es posible hacerlo. Uno necesita una mente libre para explorar en esta cuestión; una mente que, no habiendo llegado a conclusión alguna, esté libre para observar, para inquirir.

Existen tantas formas distintas de miedo psicológico y psicosomático. Penetrar en cada una de esas variadas formas de miedo, en todos sus aspectos, tomaría una enorme cantidad de tiempo. Pero uno puede observar la cualidad general del miedo; uno puede observar la naturaleza y estructura general del temor sin perderse en los detalles de una forma particular de los temores propios.

Cuando cada uno comprende la naturaleza y estructura del miedo como tal, entonces con esa comprensión puede acercarse al temor particular.

Alguien puede temer a la obscuridad; puede temer a su esposa o esposo, o a lo que el público diga, piense, o haga; puede tener miedo del sentido de la soledad, o de la vacuidad de la vida, o del tedio de su existencia insensata. Puede estar temeroso del futuro, de la incertidumbre e inseguridad del mañana ‑o de la bomba atómica. Puede tener miedo de la muerte, de la terminación de su vida. Existen tantas formas de miedo: los neuróticos al igual que los sanos temores racionales ‑si es que el miedo puede llegar a ser alguna vez racional o sano. La mayoría de nosotros estamos neuróticamente temerosos del pasado, del hoy y del mañana; de manera que el tiempo está involucrado en el miedo.

No sólo existen los temores conscientes de los cuales nos damos cuenta, sino también aquellos que yacen muy adentro, profundamente ocultos en los recónditos abismos de nuestra mente. ¿Cómo va uno a bregar con los temores conscientes y también con aquellos que están ocultos? Indudablemente, el miedo está en el movimiento que se aparta de «lo que es» realmente, esta huida es lo que genera el miedo cuando hay comparación de cualquier clase ‑la comparación de lo que somos con los que creemos que debemos ser. De manera que el temor radica en el movimiento para alejarnos de lo que es verdadero, no en el objeto del cual nos alejamos.

Ninguno de estos problemas del miedo puede ser resuelto mediante la voluntad ‑diciéndose uno mismo, «no tendré miedo». Tales actos de la voluntad no tienen significado alguno.

Estamos considerando un problema muy serio al que tenemos que prestarle toda nuestra atención. No podemos prestarle atención si estamos interpretando, o explicando, o comparando lo que se está diciendo con lo que ya sabemos. Tenemos que escuchar ‑arte que tenemos que aprender, pues normalmente siempre estamos comparando, evaluando, juzgando, aceptando, negando, y no escuchamos en forma alguna; en realidad, al hacerlo, nos privamos nosotros mismos de escuchar. El escuchar completamente implica prestar toda nuestra atención- lo cual no significa que estamos de acuerdo o en desacuerdo. No existe acuerdo o desacuerdo cuando estamos explorando juntos; pero puede que el «microscopio» a través del cual miramos no esté limpio. Si miramos a través de un instrumento de precisión, entonces lo que uno ve es lo que otro también verá; de manera que no se trata de estar de acuerdo en desacuerdo. Al tratar de examinar totalmente esta cuestión del miedo, tenemos que prestar toda nuestra atención; y aún así, hasta tanto no cesa el miedo, éste aletarga la mente, la torna insensible y la embota.

¿Cómo se descubren los temores ocultos? Uno puede conocer los temores conscientes ‑la manera de luchar con ellos vendrá luego- pero existen temores ocultos que quizá sean mucho más importantes. ¿Cómo puede uno, pues, bregar con ellos, cómo puede uno traerlos a la superficie? ¿Pueden ellos ser descubiertos mediante el análisis, buscando sus causas? ¿Podrá el análisis liberar la mente del miedo, no de un temor neurótico en particular, sino de la estructura completa del miedo? En el análisis está implícito, no sólo el tiempo, sino también el analizador ‑y hacerlo toma muchos, muchos días, años, y hasta la totalidad de nuestra vida, al final de la cual, quizás, habremos comprendido una pequeña parte, pero entonces ya estaremos listos para la fosa. ¿Quién es el analizador? Si es el profesional, el experto, que ostenta un título universitario, también utilizará el tiempo; él también es el resultado de muchas formas de condicionamiento. Si uno se analiza a sí mismo, al hacerlo está involucrado el analizador, que es el censor, y él va a analizar el miedo que él mismo ha creado. De cualquier manera, el análisis toma tiempo; en el intervalo entre aquello que estamos analizando y su terminación, muchos otros factores surgirán, que le darán un nuevo giro. Tenemos que ver la verdad de que el análisis no es el camino a seguir, porque el analizador es un fragmento entre los muchos otros fragmentos que constituyen el «mi», el yo, el ego ‑él es el resultado del tiempo, y está condicionado. Ver que el análisis implica tiempo y que no logra la terminación del temor, significa que uno ha descartado por completo toda idea relacionada con el cambio progresivo; uno ha visto que el mismo factor de cambio es una de las causas principales del miedo.

(Para mí, para el que les habla, esto es una cosa muy importante, por lo tanto, siento con gran intensidad, y hablo enfáticamente; pero no estoy haciendo propaganda ‑no existe nada a lo cual ustedes deban unirse, nada en que deban creer; sino observar, aprender y liberarse del miedo).

El análisis no es, pues, el camino. Cuando ustedes ven la verdad de eso, significa que ya no piensan en términos del analizador que va a analizar, a juzgar y a evaluar, y que la mente está libre de esa carga especial llamada análisis y, por lo tanto, está capacitada para mirar directamente.

¿Cómo van ustedes a mirar este miedo; cómo van a descubrir toda su estructura, todas sus partes ocultas? -¿a través de sueños? Los sueños son la continuación, mientras dormimos, de la actividad de las horas de vigilia- ¿no es así? Ustedes observan que en los sueños siempre hay acción, que una cosa u otra está ocurriendo en los sueños en forma igual que en las horas de vigilia, o sea, la continuación de algo que todavía es parte de un movimiento total. Por lo tanto, los sueños carecen de valor. Ustedes ven lo que está ocurriendo: Estamos eliminando las cosas a las cuales nos hemos acostumbrado, como el análisis, los sueños, la voluntad, el tiempo; cuando eliminamos todo eso, la mente se torna extraordinariamente sensible ‑no solamente sensible, sino también inteligente. Ahora, con esa sensibilidad e inteligencia, vamos a observar el miedo. (Si realmente penetran en esto, ustedes volverán su espalda a toda la estructura social, en la cual el tiempo, el análisis, y la voluntad están funcionando). ¿Qué es el miedo? -¿cómo surge? El miedo siempre existe en relación con algo; no existe por sí mismo. Hay temor de lo que ocurrió ayer en relación con la posibilidad de que se repita mañana; siempre hay un punto fijo desde el cual la relación se inicia. ¿Cómo engranar el miedo en esto? Ayer tuve dolor existe el recuerdo de ello y no quiero que se repita mañana. El pensar en el dolor de ayer, pensamiento que encierra el miedo de volver a sentir dolor mañana. De manera que es el pensamiento el que genera el miedo. El pensamiento engendra el temor; el pensamiento cultiva también el placer. Para comprender el temor, tenemos que comprender asimismo el placer están relacionados entre sí; sin comprender el uno no podemos comprender el otro; esto significa que no se puede decir: «tengo que tener únicamente placer y no miedo»; el miedo es la otra cara de la moneda, que se llama placer.

Pensando con las imágenes del placer de ayer, el pensamiento se imagina que quizá no experimentemos ese placer mañana ‑de manera que el pensamiento engendra temor; trata de dar continuidad al placer y así alimenta el temor.

El pensamiento se ha separado a sí mismo como el analizador y como la cosa a ser analizada ‑ambos son partes del pensamiento, el cual se engaña a sí mismo. Al hacer todo esto el pensamiento está rehusando examinar los temores inconscientes; introduce el tiempo como un medio para escapar del miedo y, sin embargo, fomenta el miedo a la vez.

El pensamiento alimenta el placer ‑que no tiene absolutamente nada que ver con el júbilo, el júbilo no es producto del pensamiento, pues no es placer. Podemos cultivar el placer, pensar en él indefinidamente, pero no así con el júbilo. Tan pronto pensamos en el júbilo, ya se ha esfumado, se ha convertido en algo de lo cual derivamos placer y, por lo tanto, algo que tememos perder.

El pensamiento engendra soledad pero la condena, y así inventa maneras de escapar de ella mediante varias formas de entretenimiento religioso o cultural, a través de la perpetua búsqueda de dependencias psicológicas más profundas y extensas.

El pensamiento es responsable de todos estos hechos que podemos observar diariamente; éstos no son invención del que les habla, o de su peculiar filosofía o teoría. ¿Qué va uno a hacer? No podemos matar el pensamiento, no podemos decir «lo olvidaré», no podemos rechazarlo; si lo hacemos será otra vez el resultado de la acción de otra forma de pensamiento.

El pensamiento es la respuesta de la memoria; esa memoria es necesaria para funcionar en la vida diaria, para ir a la oficina, a nuestra casa, para poder hablar; la memoria es el almacén del conocimiento tecnológico. De manera que necesitamos la memoria y, sin embargo vemos cómo la memoria, mediante el pensamiento, alimenta el miedo. La memoria es necesaria en toda la pureza y claridad del pensamiento, en una dirección ‑tecnológicamente y para funcionar diariamente, para ganarnos el sustento diario, etc.- y, aún así, vemos el hecho de que también engendra temor. Así, pues, ¿qué va a hacer la mente? ¿Cómo contestaremos esta pregunta, después de haber considerado los varios factores del análisis, el tiempo, el escape, la dependencia; habiendo visto cómo el movimiento de alejarse de «lo que es» es temor, y que el movimiento en sí también es temor? Después de observar todo eso, al ver la verdad de todo ello ‑no como una opinión, ni como un juicio casual- ¿cuál es su respuesta a esta pregunta? ¿Cómo puede el pensamiento funcionar eficientemente, sanamente, y, sin embargo, que ese mismo pensamiento no se convierta en un peligro, porque engendra el temor?

¿Cuál es el estado de la mente que ha pasado por todo esto? ¿Qué clase de comprensión tiene la mente que ha examinado todos estos factores diferentes que hemos expuesto, que han sido explicados u observados? ¿Cuál es la calidad de la mente de ustedes ahora? ‑porque su contestación dependerá de ello. Si ustedes han hecho el viaje, paso a paso, y han penetrado en todo lo que hamos discutido, entonces verán que su mente se ha vuelto extraordinariamente inteligente, viva y sensible, porque ha descartado todo el peso que había acumulado. ¿Cómo observan ahora todo el proceso del pensamiento? ¿Existe un centro desde el cual piensan ustedes? ‑siendo el centro el censor, el que juzga, evalúa, condena, justifica. ¿Todavía piensan ustedes desde ese centro? -¿o no hay un centro desde el cual se piense en forma alguna, aun cuando existe el pensamiento? ¿Ven ustedes la diferencia?

El pensamiento ha creado un centro como el «mi» ‑mi opinión, mi país, mi Dios, mi experiencia, mi casa, mis muebles, mi esposa, mis hijos, ustedes saben, el «mi», «mi», «mi»-. Ese es el centro desde el cual actuamos. Ese centro divide. Es obvio que ese centro y esa división son la causa del conflicto ‑cuando se trata de nuestra opinión contra la opinión de otro-: mi país, su país; toda esa división es creada por el pensamiento. Ustedes observan desde ese centro y todavía están atrapados en el miedo, porque ese centro se ha separado a sí mismo de la cosa que él ha llamado miedo, y dice: «tengo que deshacerme de él», «tengo que analizarlo», «tengo que vencerlo», «que resistirlo», etc., así están fortaleciendo el miedo.

¿Puede la mente observar el miedo sin el centro? ‑¿podemos mirar ese miedo sin nombrarlo?- tan pronto lo denominamos «miedo», ya la mente está en el pasado. En el momento en que nombramos algo, lo dividimos. Así, pues, ¿podemos observar sin ese centro, sin nombrar esa cosa llamada miedo, según surge? Ello requiere una disciplina tremenda. Entonces la mente mira sin el centro al cual ha estado acostumbrada, y allí termina el miedo, tanto el oculto como el manifiesto.

Si no han visto la verdad de ello durante esta tarde, no se lo lleven a casa como un problema en que pensar. La verdad es algo que tienen que ver inmediatamente ‑y para ver algo con claridad deben darle ahora, inmediatamente, todo su corazón y su mente, y todo su ser.

INTERLOCUTOR: ¿Dice usted que, en vez de tratar de escapar del miedo ‑que es, en esencia, tener miedo al miedo- debemos aceptarlo?

KRISHNAMURTI: No, señor. No acepte nada. No acepte el miedo, pero obsérvelo. Usted nunca ha observado el miedo, ¿lo ha hecho? Nunca ha dicho usted: «Bien, tengo miedo, déjame mirarlo». Más bien ha dicho: «Tengo miedo, déjame poner la radio» ‑o se ha ido a la iglesia, o ha tomado un libro, o ha recurrido a una creencia- o sea, ha optado por cualquier movimiento evasivo. Como nunca ha observado el miedo, nunca ha entrado en comunicación directa con él; nunca ha mirado el miedo sin nombrarlo, sin escapar, sin tratar de sobreponerse a él. Sencillamente esté con él, sin movimiento alguno para escapar de él, y si hace esto, verá que ocurre una cosa muy extraña.

INTERLOCUTOR: Después de confrontar el miedo, ¿puede uno convertirse en él?

KRISHNAMURTI: Usted es miedo; ¿cómo puede usted convertirse en él? Usted es miedo, únicamente el pensamiento se ha separado a sí mismo del miedo, resistiéndolo, ya que no sabe qué hacer con él, y al separarse a sí mismo del miedo se convierte en el «observador» de ese miedo, al que resiste o del cual escapa. Pero el «observador», el que resiste, es miedo también.

INTERLOCUTOR: Señor, existe gran frustración porque a la gente no se le permite grabar pláticas privadamente. ¿Puede decirnos por qué, por favor?

KRISHNAMURTI: Le diré ‑es muy sencillo. Primero que nada: si usted está grabando esta plática, el hacerlo resulta muy perturbador para la persona que esta cerca mientras brega usted con el instrumento y todo lo demás. En segundo término, ¿qué es más importante: escuchar directamente, ahora, lo que se está diciendo, o llevarse a la casa una grabación y escucharla cómodamente? Cuando el que les habla dice: «no permitan que el tiempo interfiera», usted dice al contrario: «Bien, grabaré lo que usted está diciendo y me lo llevaré a casa». Seguramente, el miedo existe ahora; usted lo tiene en su corazón, en su mente, ahora.

INTERLOCUTOR: Si eso es verdad, entonces, ¿por qué la Fundación vende grabaciones?

KRISHNAMURTI: ¿No es la cosa más importante: escuchar directamente lo que se está diciendo ahora, mientras usted está aquí? Usted se ha tomado toda la molestia de venir aquí, y el que habla también se ha tomado igual molestia en venir aquí. Estamos tratando de comunicarnos juntos, tratando de comprender ahora, no mañana. Y el comprender «ahora» tiene la mayor importancia, por lo tanto, usted tiene que prestarle toda su atención a eso. Usted no puede prestarle toda su atención si está tomando notas, si le dedica la mitad de su atención a una grabadora. Puede que usted no comprenda todo esto inmediatamente, de manera que desea volver a escucharlo. Entonces compre una grabación, o no la compre, o compre un libro o no lo compre ‑eso es todo. Si usted puede asimilar lo que aquí se ha dicho en esta tarde durante una hora y diez minutos, completamente, de modo que lo absorba en su totalidad, con su corazón y su mente, es un asunto terminado. Por desgracia, usted no lo ha hecho; no le ha dedicado su mente a todo esto anteriormente, usted ha aceptado el miedo, ha vivido con miedo y su miedo se ha tornado en un hábito suyo. Lo que dice el que habla es que destruya todo eso, y le dice: «hágalo ahora, no mañana». Nuestras mentes no están acostumbradas a ver la naturaleza total del temor y lo que él implica. Si usted pudiera verlo inmediatamente, abandonaría este salón con una mente en éxtasis. Pero la mayoría de nosotros no tenemos la capacidad para hacerlo, y, por lo tanto, recurrimos a las grabaciones.

INTERLOCUTOR: Usted observa el miedo y se descubre a sí mismo escapando de él ¿Qué puede hacer?

KRISHNAMURTI: En primer lugar, no haga resistencia, alejándose. Para observar el miedo tiene que prestarle atención y cuando está en atención no condena, no juzga, ni evalúa, sino que sencillamente observa. Cuando uno escapa el porque la atención ha divagado y no está atendiendo ‑hay inatención. Esté inatento, pero dése cuenta de que lo está ‑ese mismo darse cuenta de su inatención es atención. Si se da cuenta de la inatención, dése cuenta simplemente, no haga nada al respecto, excepto darse cuenta de ello, entonces, esa misma percepción alerta de estar inatento es atención. Es tan sencillo. Una vez que vea esto, el conflicto terminará completamente; estará alerta sin elección, sin opción. Cuando usted dice: «He estado atento, pero ahora no lo estoy y tengo que poner atención», hay elección. Estar alerta significa darse cuenta sin elección.

INTERLOCUTOR: Si como usted dice, el miedo y el placer están relacionados. ¿Puede uno eliminar el miedo y de esta manera disfrutar del placer completamente?

KRISHNAMURTI: ¡Magnífico! ¿No sería así? Despójeme de mis temores de manera que pueda deleitarme con mis placeres. Todos en el mundo desean esa misma cosa, algunos muy crudamente, algunos muy sutilmente ‑escapar del miedo y retener el placer. Para tener placer ‑usted fuma, pero en ese placer hay sufrimiento porque puede contraer una enfermedad. Usted ha disfrutado del placer, bien como hombre o como mujer, sexualmente o en otra forma, con comodidad, etc., pero cuando el otro mira en dirección opuesta, usted está celoso, iracundo, frustrado, mutilado. El placer inevitablemente causa dolor (no estoy diciendo que no podemos disfrutar del placer); pero vea toda su estructura y entonces sabrá que ese gozo, el verdadero gozo, la belleza del goce, su libertad, no tiene absolutamente ninguna relación con el placer y, por lo tanto, tampoco con el sufrimiento o con el temor. Si ve eso, la verdad de ello, entonces comprenda el placer y lo colocará en su propio lugar.


San Diego State College, abril de 1970



6
VIOLENCIA

“Mientras el ‘mí’ sobreviva en alguna forma, ya sea de manera sutil o brutal, tendrá que haber violencia”.

¿Qué discutiremos esta mañana? La palabra discusión no es correcta; tendremos más bien un diálogo. Las opiniones no nos conducen a ningún sitio, y el entregarnos a un mero despliegue de ingenio, tendría muy poco sentido, porque la verdad no ha de ser encontrada mediante el intercambio de opiniones o de ideas. De manera que si vamos a hablar juntos sobre cualquier problema, tenemos que hacerlo en un nivel que no sea intelectual, emocional o sentimental.

INTERLOCUTOR: Creo que la guerra contra el Comunismo está justificada en cierto sentido. Quiero averiguar con usted si estoy equivocado o no. Tendrá que comprender que viví diez años bajo el Comunismo, estuve en un campo ruso de concentración y también estuve en una prisión comunista. Ellos comprenden únicamente un lenguaje, que es el del poder. De manera que mi pregunta es: ¿es ésta una guerra de autoprotección o no?

KRISHNAMURTI: Creo que cada grupo que auspicia la guerra siempre dice que ésta es para protegerse a sí mismo. Siempre han habido guerras, ofensivas y defensivas; pero hay guerras que han constituido un juego peculiar y monstruoso a través de los siglos. Y a pesar de que infortunadamente se nos considera educados y cultos, todavía disfrutamos de las más salvajes prácticas de carnicería. ¿Podríamos, pues, penetrar en la cuestión de los que es esta violencia excesiva, esta agresión del hombre? -¿podríamos ver si es del todo posible que estemos libres de ella? Hay quienes han dicho: «No hagas demostración de violencia bajo circunstancia alguna». Esto implica vivir una vida pacífica aun cuando estemos rodeados de gente que es muy agresiva, violenta; implica una especie de núcleo en medio de personas que son salvajes, brutales, violentas. Pero, ¿cómo puede la mente liberarse ella misma de la violencia acumulada, la violencia refinada, la violencia autoprotectora, la violencia de la agresión, la violencia de la competencia, la violencia de tratar de ser alguien, la violencia de tratar de disciplinarse uno mismo conforme a un patrón, tratando de llegar a ser alguien, tratando de reprimirse y de intimidarse uno mismo, de embrutecerse, para ser no violento ‑cómo puede la mente estar libre de todos estos tipos de violencia? Existen tantas clases distintas de violencia. ¿Entraremos en cada clase de violencia o consideraremos la estructura total de la violencia? ¿Podemos observar todo el expectro de la violencia, y no sólo una parte de ella? La fuente de la violencia es el «yo», el ego, el yo mismo, que se expresa de tantas maneras diferentes ‑en la división, en tratar de llegar a ser o en ser alguien- con lo cual se divide a sí mismo como el «mí» y el «no mí», como lo inconsciente y lo consciente; el «mí» que se identifica o no se identifica, bien sea con la familia o no con la familia, con la comunidad o no con la comunidad, etc. Es como si se tratara de una piedra tirada en un lago: Las ondas se extienden y extienden, y en el centro está el «mí». Mientras sobreviva el «mí» en alguna forma, ya sea muy sutil o brutal, tendrá que haber violencia. Pero el formular la preguntar, «¿Cuál es la raíz de la violencia?», para tratar de averiguar su causa, no implica necesariamente deshacerse de ella. Pienso que si pudiera saber por qué soy brutal, habría terminado con ello. Entonces dedico semanas, meses, años a buscar la causa, o a leer las explicaciones de expertos sobre las varias causas de la violencia y de la agresión; pero descubro al final que todavía soy violento. ¿Es, pues, mediante el descubrimiento de la causa y el efecto que investigamos en esta cuestión de la violencia? ‑¿o la tomamos en su totalidad y la observamos? Vemos que la causa se convierte en el efecto y el efecto en la causa- no existe diferencia muy marcada entre ninguna causa y efecto ‑es que el efecto se convierte en la causa- y seguimos indefinidamente en ese proceso. Pero si podemos observar este problema completo de la violencia, lo comprenderemos tan vitalmente, que ella terminará. Hemos construido una sociedad que es violenta, y nosotros, como seres humanos, somos violentos; el ambiente, la cultura en que vivimos, es el resultado de nuestros esfuerzos, de nuestra lucha, de nuestro sufrimiento, de nuestras aterradoras brutalidades. Por lo tanto, la pregunta más importante es: ¿será posible terminar con esta tremenda violencia en nosotros mismos? Esa es realmente la cuestión.

INTERLOCUTOR: ¿Es posible transformar la violencia?

KRISHNAMURTI: La violencia es una forma de energía; es energía utilizada de tal manera que se convierte en agresión. Pero de momento no estamos tratando de transformar o de cambiar la violencia, sino de comprenderla y abarcarla tan completamente que estemos libres de la misma; que la mente haya ido más allá de ella ‑no es tan relevante que la hayamos trascendido o transformado. ¿Es posible?‑ ¿no es posible? ‑es posible- ¡estas palabras que utilizamos! ¿Cómo pensamos sobre la violencia? ¿Cómo observamos la violencia? Escuchen la pregunta, por favor: ¿cómo sabe uno que es violento? Cuando uno es violento, ¿se da cuenta de ello? ¿Cómo conoce uno la violencia? Esta cuestión del conocer es realmente compleja. Cuando digo, «Yo lo conozco a usted», ¿qué significa «yo conozco»? Lo conozco como era cuando me encontré con usted ayer, o hace diez años. Pero durante el tiempo transcurrido entre hace diez años y ahora, usted ha cambiado y yo he cambiado, por lo tanto, no lo conozco a usted. Lo conozco a usted únicamente como era en el pasado, de manera que nunca puedo decir «lo conozco» ‑por favor, comprendan primero esta cosa sencilla. Por lo tanto, sólo puedo decir: «he sido violento, pero no sé ahora qué es la violencia». Usted me dice algo que irrita mis nervios, y estoy enojado. Un segundo después, uno dice: «he estado enojado». En el momento de la ira, uno no la reconoce, es después que lo hace. Tenemos que examinar la estructura del reconocimiento; si no reconocemos eso no podremos confrontarnos con la ira en forma nueva. Estoy airado, pero es poco tiempo después que me doy cuenta de haberlo estado. La realización del hecho es el reconocimiento de que he estado airado; está ocurriendo después que he estado airado ‑de lo contrario, no lo reconozco como ira. Vea lo que ha ocurrido: el reconocimiento interfiere con la realidad presente. Siempre estoy traduciendo la realidad presente en términos del pasado. ¿Puede uno, por lo tanto, sin traducir el presente en términos del pasado, observar la respuesta en forma nueva, con una mente fresca? Usted me llama tonto, y toda mi sangre sube a la superficie y dice: «Usted lo es también». Y ¿qué ha ocurrido en mí, emocionalmente e internamente? Tengo una imagen de mí mismo como algo que considero deseable, noble, que vale la pena; y usted está insultando esa imagen. Esa imagen, que es lo viejo, es la que responde. De manera que la siguiente pregunta es: ¿puede la respuesta no ser del pasado? ¿puede haber un intervalo entre lo «viejo» y la realidad nueva? ¿puede lo viejo estar indeciso, de manera que permita que lo nuevo ocurra? Creo que en eso descansa todo el problema.

INTERLOCUTOR: ¿Dice usted que toda violencia surge únicamente de la división entre lo que no es y lo que es?

KRISHNAMURTI: No, señor. Vamos a comenzar de nuevo. Somos violentos. Durante toda la existencia los seres humanos han sido violentos y son violentos. Deseo averiguar, en mi calidad de ser humano, cómo trascender esta violencia, cómo ir más allá de ella. ¿Qué he de hacer? Veo lo que la violencia ha ocasionado en el mundo, cómo ha destruido toda clase de relación, cómo ha generado una agonía profunda en uno mismo, y también miseria ‑veo todo eso. Y me digo a mí mismo: deseo vivir una vida realmente pacífica en la cual exista una profunda abundancia de amor- de manera que toda violencia tiene que terminar. ¿Qué tengo que hacer ahora? Primero, no debo escapar de ella; estemos seguros de eso. No puedo escapar del hecho de que soy violento ‑«escapar» de ella, bien sea condenándola o justificándola, o nombrándola como violencia- el nombrarla es una forma de condenación, una forma de justificarla. Tengo que darme cuenta de que la mente no puede ser distraída del hecho de la violencia, ni buscando la causa, ni en la explicación de la causa, ni nombrando el hecho de que soy violento, ni justificándola, ni condenándola, o tratando de deshacerme de ella. Todas esas son maneras de distrarse del hecho de la violencia. La mente tiene que ver con absoluta claridad que no existe escape que nos libre de ella; ni puede existir el ejercicio de la voluntad que dice: «La conquistaré» ‑la voluntad es la esencia misma de la violencia.

INTERLOCUTOR: ¿Estamos tratando de averiguar básicamente lo que es la violencia, encontrando el orden en ella?

KRISHNAMURTI: No, señor, ¿Cómo puede haber orden en la violencia? ‑la violencia es desorden. No puede haber escape alguno de ella, ninguna justificación intelectual, o explicativa ‑vean la dificultad de esto, pues la mente es tan astuta, tan lista para escapar, porque no sabe qué hacer con su violencia. No es capaz de bregar con ella ‑o creo que lo es- y, por lo tanto, escapa. Toda clase de escape, distracción, o movimiento para alejarse, sostiene la violencia, justificándola, diciendo que es necesaria para poder vivir en esta sociedad monstruosa, diciendo que la violencia forma parte de la naturaleza ‑«mire, la naturaleza mata»- está condicionado para observar condenando, justificando o resistiendo. Puede observarla en forma nueva, fresca, únicamente cuando se da cuenta de que está identificando lo que ve con las imágenes de lo que ya conoce, y de que, por lo tanto, no está observándola de nuevo. Surge, pues, la pregunta: ¿cómo se forman esas imágenes, cuál es el mecanismo que forma las imágenes? Mi esposa me dice: «Tú eres un tonto». No me gusta eso, y ello deja una huella en mi mente. Dice alguna otra cosa, y eso deja también una cicatriz en mi mente. Estas cicatrices son las imágenes de la memoria. Pero si en el mismo momento en que ella me dice, «Tú eres un tonto», estoy atento y me doy cuenta, entonces no queda huella alguna ‑puede que ella esté en lo correcto. De manera que la inatención genera imágenes; la atención libera la mente de la imagen. Esto es muy sencillo. De la misma manera, si cuando tengo ira estoy completamente atento, entonces no existe la inatención que permite que el pasado surja e interfiera con la percepción real de la ira en ese momento.

INTERLOCUTOR: ¿No es esa una acción de la voluntad?

KRISHNAMURTI: Dijimos: «La voluntad es en el fondo violencias. Examinemos lo que es la voluntad: «deseo hacer eso» -«no aceptaré eso» haré eso- yo resisto, yo exijo, yo deseo, las cuales son formas de resistencia. Cuando usted dice, «me propongo eso» ‑ello es una forma de resistencia, y la resistencia es violencia.

INTERLOCUTOR: Le sigo cuando usted dice que evadimos el problema buscando una respuesta; eso se aparta de “lo que es”.

KRISHNAMURTI: De manera que deseo saber cómo observar «lo que es». Ahora bien, estamos tratando de averiguar si es posible trascender la violencia. Decíamos: «No escape de ella; no se aleje de ese hecho central de violencia». Se formuló la pregunta: «¿Cómo sabe uno que ello es violencia?» -¿la conoce usted únicamente porque puede reconocerla como que ha sido violencia? Pero cuando la observa sin nombrarla, sin justificar ni condenar (todo lo cual es el condicionamiento del pasado) entonces la está observando de manera nueva- ¿no es así? ¿Es ella, entonces, violencia? Esta es una de las cosas más difíciles de hacer, porque toda nuestra vida está condicionada por el pasado. ¿Sabe usted lo que es vivir en el presente?

INTERLOCUTOR: Usted dice: “Esté libre de violencia” ‑eso incluye mucho más; ¿Hasta dónde llega la libertad?

KRISHNAMURTI: Penetrar en la libertad, ¿qué significa eso? Muy adentro en lo profundo están todas las iras, frustraciones, resistencias; la mente también tiene que estar libre de ellas, ¿no es así? Yo pregunto: ¿puede la mente estar libre de la violencia activa en el presente, estar libre de todas las acumulaciones inconscientes de odio, ira, amargura, que están ahí, en lo profundo? ¿Cómo se ha de hacer esto?

INTERLOCUTOR: Si uno está libre de esta violencia en sí mismo, entonces cuando ve la violencia fuera de uno mismo, ¿no se deprime? ¿Qué va uno a hacer?

KRISHNAMURTI: Lo que uno tiene que hacer es enseñar a otro. Enseñar a otro es la profesión más elevada en el mundo ‑no por dinero, no por su cuantiosa cuenta de banco, sino sencillamente enseñar, informar a otros.

INTERLOCUTOR: ¿Cuál es la manera más fácil de...?

KRISHNAMURTI: ¿Cuál es la manera más fácil?... (Risas)... ¡Un circo! Señor, usted enseña a otro y enseñándolo está usted mismo aprendiendo. No es que usted primero ha aprendido, ha acumulado, y entonces informa. Usted mismo es violento; comprenderse uno mismo es ayudar a otro a comprenderse a sí mismo y, por lo tanto, enseñar es aprender. Usted no ve la belleza de todo esto. Sigamos, pues. ¿No desean ustedes saber de todo corazón qué es el amor? ¿No ha sido el clamor humano, por miles de años, averiguar cómo vivir en paz, cómo tener verdadera abundancia de amor, de compasión? Esto sólo puede manifestarse cuando existe el verdadero sentido de «no yo», ¿comprenden? Y decimos: para averiguarlo, miren ‑bien sea desde la soledad, o desde la ira, o desde la amargura- miren, sin escapar en forma alguna. El nombrarlo constituye el escape, de manera que no le pongan nombre, obsérvenlo. Y entonces vean ‑sin nombrarla- si la amargura existe.

INTERLOCUTOR: ¿Recomienda usted deshacerse de toda violencia, o es que alguna violencia es saludable en nuestras vidas? No me refiero a la violencia física, sino a deshacerse de frustraciones. ¿Puede ser esto de ayuda, el tratar de no estar frustrando?

KRISHNAMURTI: No. Señora. La contestación está en la pregunta: ¿por qué estamos frustrados? ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué se siente frustrada? Y para contestar esa pregunta ha interrogado usted: ¿qué es la realización? -¿por qué desea usted realizarse? ¿Existe tal cosa como la realización? ¿Qué es lo que se realiza? ‑¿es el «mí», el «mí» que es violento, el «mí» que está dividiendo, el «mí» que dice: «Soy más grande que tú», que busca ambición, fama, notoriedad? Como quiere alcanzar algo, se frustra cuando no puede conseguirlo; y entonces se llena de amargura. ¿Ven ustedes que existe algo llamado el «mí» que desea expandirse, y que, cuando no puede expandirse, se siente frustrado y, por lo tanto, amargado? esa amargura, ese deseo de expandirse es violencia. Ahora bien, cuando uno ve la verdad de eso, no existe deseo alguno de realización y, por lo tanto, no hay frustración.

INTERLOCUTOR: Tanto las plantas como los animales son cosas vivientes, ambas tratan de sobrevivir. ¿Establece usted alguna distinción entre matar animales para comer y matar plantas también para comer? De ser así, ¿por qué?

KRISHNAMURTI: Uno tiene que sobrevivir, de manera que uno mata las cosas disponibles que son menos sensibles. Nunca he comido carne en mi vida. Y creo que algunos científicos están llegando también gradualmente a ese mismo punto de vista: si ellos lo hacen, ¡entonces sí lo aceptarían todos ustedes!

INTERLOCUTOR: Me parece que cada uno aquí está acostumbrado al pensamiento aristotélico, y que usted está usando táctica no aristotélicas; y la brecha es tan completa que estoy asombrado. ¿Cómo podemos estar en muy estrecha comunión?

KRISHNAMURTI: Esa es la dificultad, señor. Usted está acostumbrado a una fórmula o lenguaje en particular, con cierto significado, y el que les habla no tiene ese punto de vista particular. De manera que hay dificultad en la comunicación. Hemos discutido eso: hemos dicho que la palabra no es la cosa, que la descripción no es lo descrito, que la explicación no es lo explicado. Usted continúa adhiriéndose a la explicación, agarrándose a la palabra, y de ahí la dificultad. Vemos, pues, cuánta violencia hay en el mundo ‑proviene en parte, del miedo, y en parte, del placer-. Existe un impulso tremendo hacia la excitación, y estimulamos a la sociedad para que nos la supla. Entonces culpamos a la sociedad, mientras que somos nosotros los responsables. Y nos preguntamos a nosotros mismos si la espantosa energía de esta violencia puede ser utilizada en forma diferente. Para ser violento se requiere energía: ¿puede esa energía ser transformada o movida en otra dirección? hora bien, la misma comprensión y el ver la verdad de eso, convierte esa energía en algo completamente distinto.

INTERLOCUTOR: ¿Está usted diciendo entonces que la no violencia es absoluta? ¿que la violencia es una desviación de lo que pudiera ser?

KRISHNAMURTI: Sí, si desea expresarlo de esa manera Decimos que la violencia es una forma de energía y que asimismo el amor es una forma de energía ‑el amor sin celos, sin ansiedad, sin temor, sin amargura, sin toda la agonía que conlleva el llamado amor. Ahora bien, la violencia es energía, y el amor, rodeado y circundado por los celos, es también otra forma de energía. Trascender ambos, implica mover la misma energía en una dirección o dimensión totalmente distinta.

INTERLOCUTOR: ¿Es realmente violencia el amor con celos?

KRISHNAMURTI: Desde luego que lo es.

INTERLOCUTOR: De manera que tenemos las dos energías, tenemos el amor y la violencia.

KRISHNAMURTI: Se trata de la misma energía, señor.

INTERLOCUTOR: ¿Cuándo debiéramos tener experiencias psíquicas?

KRISHNAMURTI: ¿Qué tiene eso que ver con la violencia? ¿Cuándo debiera usted tener experiencia psíquica? ¡Nunca! ¿Sabe usted lo que significa tener experiencias psíquicas? Para tener esa experiencia, la experiencia perceptiva extrasensorial, uno tiene que ser extraordinariamente maduro, extraordinariamente sensible y, por lo tanto, extraordinariamente inteligente; y si uno es extraordinariamente inteligente, no desea experiencias psíquicas. (Risas). Pongan su corazón en esto, por favor: los seres humanos se están destruyendo unos a otros mediante la violencia, el marido destruyendo a la esposa, y la mujer destruyendo al marido. Aun cuando duerman juntos, coman juntos, cada uno vive aislado con sus propios problemas, con sus propias ansiedades; y ese aislamiento es violencia. Ahora, cuando uno ve todo esto de frente con mucha claridad ‑lo ve, no piensa en ello simplemente- cuando ve el peligro en ello, uno actúa, ¿no es así? Cuando uno ve un animal peligroso, actúa; no hay titubeo, no hay disgusto alguno entre uno y el animal ‑uno sencillamente actúa, se aparta corriendo, o hace algo. Aquí estamos argumentando por que no vemos el peligro enorme de la violencia. Si uno ve realmente, con su corazón, la naturaleza de la violencia, si ve el peligro de ella, el asunto ha terminado. Pero, ¿cómo puede uno sentir el peligro de ella, si no quiere ver? Ni el lenguaje aristotélico ni el no aristotélico puede ayudarlo.

INTERLOCUTOR: ¿Cómo afrontamos la violencia en otros?

KRISHNAMURTI: Ese es realmente un problema muy difícil, ¿no es así? Mi vecino es violento: ¿cómo bregaré con él? ¿volver la otra mejilla? Él está muy contento. ¿Qué debo hacer? ¿Se haría usted esa pregunta si fuera realmente no violento, si no hubiera violencia en usted? Le ruego que preste atención a esta pregunta. Si en su corazón, en su mente, no hay violencia en absoluto, ningún odio, ninguna amargura, ningún sentido de realización, ningún deseo de ser libre, ninguna violencia, ¿se haría usted esa pregunta de cómo se enfrentaría a su vecino que es violento? ¿O sabría usted entonces qué hacer con su vecino? Otros podrían calificar de violento lo que usted hace, pero puede que usted no sea violento; tan pronto su vecino actúe violentamente, usted sabrá cómo afrontar la situación. Pero una tercera persona que esté observando podría decir: «Usted también es violento». Sin embargo, usted sabe que no lo es. Por lo tanto, lo importante es que para sí mismo esté completamente sin violencia ‑y no importa cómo otro lo llame.

INTERLOCUTOR: ¿No es la creencia en la unidad de todas las cosas tan humana como la creencia en la división de todas las cosas?

KRISHNAMURTI: ¿Por qué desea usted creer en algo? ¿Por qué desea creer en la unidad de todos los seres humanos? ‑el hecho es que no estamos unidos-; ¿por qué desea creer en algo que no es un hecho? Existe toda esta cuestión de la creencia; solamente piense: usted tiene una creencia y el otro tiene la suya; y pelean y se matan uno al otro por una creencia. ¿Por qué tiene alguna creencia del todo? ¿Cree usted porque tiene miedo? ¿No? ¿Cree usted que el sol sale? ‑el hecho está ahí para ser visto, no tiene que creer en eso. La creencia es una forma de división y, por lo tanto, de violencia. Estar libre de la violencia implica estar libre de todo lo que el hombre ha impuesto a otro hombre: la creencia, el dogma, los rituales, mi país y su país, su dios y mi dios, mi opinión, su opinión, mi ideal. Todo eso ayuda a dividir a los seres humanos y, por lo tanto, a engendrar violencia. Y a pesar de que las religiones organizadas han predicado la unidad del género humano, cada religión cree que es muy superior a las otras.

INTERLOCUTOR: Interpreté lo que usted decía acerca de la unidad como significado que aquellos que predican la unidad están realmente ayudando a la división.

KRISHNAMURTI: Muy bien, señor.

INTERLOCUTOR: El propósito de la vida ¿es sólo poder afrontar la existencia?

KRISHNAMURTI: Usted dice: «¿Es éste el propósito de la vida?» ‑pero, ¿por qué desea usted un propósito para vivir?- viva. Vivir es su propio propósito; ¿por qué desea usted un propósito? Mire: cada uno de nosotros tiene su propio propósito, el hombre religioso tiene su propósito, el científico su propósito, el cabeza de familia su propósito, etcétera, todos dividiendo. La vida del hombre que tiene un propósito genera violencia. ¡Eso es tan claro y tan sencillo!


San Diego State College, 8 de abril de 1970



7
LA MEDITACIÓN

“Si esta cosa extraordinaria está funcionando en su vida, entonces eso es todo; entonces usted se convierte en el maestro, en el discípulo, en el vecino, en la belleza de la nube ‑usted es todo eso, y eso es amor”.

¿Qué es meditación? Antes que entremos en ese problema realmente tan complejo e intrincado, debemos establecer con gran claridad qué es lo que buscamos. Todo el mundo siempre busca algo, especialmente el que tiene inclinaciones religiosas; y aún para el científico, la búsqueda se ha convertido en un problema muy serio ‑buscar. Este factor, el de la búsqueda, tiene que ser comprendido muy clara y definitivamente antes de que podamos investigar lo que es meditación y por qué deberíamos meditar siquiera, cuál es su utilidad y adónde nos conduce.

La palabra «buscar» ‑correr detrás de, descubrir algo buscando- implica que ya sabemos, más o menos, qué es lo que perseguimos, ¿no es así? Cuando decimos que buscamos la verdad, o que buscamos a Dios ‑si tenemos inclinaciones religiosas- o que estamos buscando una vida perfecta, etc., ya debemos tener en nuestras mentes una imagen o una idea de ello. Para encontrar algo después de buscarlo, tenemos que saber de antemano cuál es su perfil, su color, su sustancia, etc. ¿No está implícito en la palabra «buscar», que hemos perdido algo y que lo vamos a encontrar, y que cuando lo encontremos podremos reconocerlo ‑lo cual significa que lo hemos conocido ya, que todo lo que tenemos que hacer es ir en su búsqueda y encontrarlo?

La primera cosa que averiguamos sobre la meditación es que el buscar no ayuda en nada; porque lo que se busca está predeterminado por lo que deseamos; si estamos tristes, solos, desesperados, buscaremos esperanza, compañía, algo que nos sirva de sostén, y lo encontraremos inevitablemente.

En la meditación, tenemos que establecer la base, la base del orden, que es rectitud ‑no respetabilidad, ni la moralidad social que no es moralidad alguna, sino el orden que surge de la comprensión del desorden: una cosa totalmente diferente. El desorden tiene que existir mientras exista el conflicto, tanto interna como externamente.

El orden, que nace de la comprensión del desorden, no se manifiesta de acuerdo con un diseño, de acuerdo con alguna autoridad, o conforme a la experiencia particular de uno mismo. Es obvio que este orden tiene que surgir sin esfuerzo, porque el esfuerzo distorsiona ‑tiene que surgir sin ninguna clase de control.

Hablamos de algo muy difícil cuando decimos que tenemos que alcanzar el orden sin control. Debemos comprender el desorden, cómo se origina, pues se trata del conflicto que existe en nosotros mismos. Al observarlo lo comprendemos; no es cuestión de vencerlo, de estrangularlo, o de reprimirlo. Observar sin distorsión, sin ningún impulso compulsivo o directivo, es del todo una tarea ardua.

El control implica represión, rechazo o exclusión; implica una división entre uno que controla y la cosa controlada; implica conflicto. Cuando uno comprende esto, el control y la opción terminan totalmente. Todo esto parecerá más bien difícil y en contradicción con todo lo que hemos pensado al respecto. Podemos decir: ¿cómo es posible que exista el orden sin control, sin la acción de la voluntad? Pero, como hemos dicho, control implica división entre el que controla y la cosa que va a ser controlada; en esta división hay conflicto y distorsión. Cuando realmente comprendemos esto, entonces termina la división entre el que controla y lo controlado y, por lo tanto, nace la comprensión, la inteligencia. Cuando hay comprensión de lo que realmente es, entonces no hay necesidad de control.

De manera que existen estas dos cosas esenciales que tienen que ser completamente comprendidas, si es que vamos a investigar lo que es la meditación: primero, la búsqueda no sirve de nada; segundo, tiene que existir ese orden que nace de la comprensión del desorden originado por el control, con todas las implicaciones de la dualidad y de la contradicción que sobreviene entre el observador y lo observado.

El orden surge cuando la persona que está airada y trata de deshacerse de la ira, ve que ella misma es la ira. Sin esa comprensión no es posible que sepamos lo que es la meditación. No nos engañemos con todos los libros escritos acerca de la meditación, o con toda la gente que nos dice cómo meditar, o por los grupos que se organizan con el propósito de meditar. Es que si no hay orden, que es virtud, la mente tiene que vivir en medio del esfuerzo de la contradicción. ¿Cómo puede una mente así darse cuenta de todo lo que implica la meditación?

Tenemos que llegar, con todo nuestro ser, a esta cosa extraña que llamamos amor ‑y, por lo tanto, estar sin miedo. Nos referimos al amor que no está mancillado por el placer, por el deseo, por los celos ‑amor que no conoce la competencia, que no divide como por ejemplo: mi amor y tu amor. Entonces la mente ‑incluyendo el cerebro y las emociones- está en completa armonía; y ello tiene que ser así, pues de lo contrario la meditación se convierte en autohipnosis.

Tenemos que trabajar muy duro para averiguar las actividades de nuestra propia mente, cómo funciona con sus actividades egocéntricas, el «yo» y el «no yo»; tenemos que estar completamente familiarizados con nosotros mismos y con todas las tretas que la mente se juega a sí misma, las ilusiones y las decepciones, la fantasía y las figuraciones de todas las ideas románticas que tenemos. Una mente que puede caer en el sentimentalismo es incapaz de amar; el sentimentalismo engendra brutalidad, crueldad y violencia, no amor.

Lograr que esto arraigue profundamente en uno mismo es harto difícil; requiere una disciplina tremenda, el aprender observando lo que ocurre en uno mismo. Esa observación no es posible si existe alguna forma de prejuicio, de conclusiones o de fórmulas, de acuerdo con las cuales uno observa. Si uno observa conforme a lo que algún psicólogo ha dicho, no está observándose realmente y, por lo tanto, no se realiza el conocimiento de uno mismo.

Necesitamos una mente capaz de estar completamente sola, que no lleve el peso de la propaganda o de las experiencias de otros. La iluminación no se obtiene mediante un líder o mediante un maestro; emana de la comprensión de «lo que es» en uno mismo ‑no huyendo de uno mismo. La mente tiene que comprender en realidad lo que está ocurriendo en su propio campo psicológico; tiene que estar consciente de lo que está ocurriendo sin distorsión, sin opción alguna, sin resentimiento, amargura, explicación o justificación ‑sólo es necesario que se dé cuenta.

Este principio fundamental se establece con alegría; no en forma compulsiva, sino con naturalidad, felizmente sin esperanza alguna de alcanzar algo. Si tenemos esperanzas, estamos huyendo de la desesperación; tenemos que comprender la desesperación sin buscar esperanzas. En la comprensión de «lo que es» no hay desesperación ni esperanza.

¿Se está con esto pidiéndole demasiado a la mente humana? A menos que uno inquiera sobre aquello que parezca imposible, cae en la trampa, en la limitación de lo que cree que es posible. Es muy fácil caer en esta trampa. Uno tiene que exigir lo máximo de la mente y del corazón, pues de lo contrario, se quedará en la conveniencia y la comodidad de lo posible.

Ahora bien, ¿estamos todavía juntos? Probablemente lo estamos verbalmente; pero la palabra no es la cosa; lo que hemos hecho es describir, y la descripción no es lo descrito. Si ustedes están haciendo un viaje juntos con el que les habla, lo están haciendo realmente, no teóricamente, no como una idea, sino como algo que ustedes mismos están observando de hecho ‑no como que están experimentando; hay una diferencia entre la observación y la experiencia.

Existe una vasta diferencia entre la observación y la experiencia. En la observación no hay «observador» alguno, existe únicamente el observar; no existe el que observa y que está apartado de la cosa observada. La observación es completamente distinta de la exploración, en la cual participa el análisis. En el análisis existe siempre el «analizador» y la cosa a ser analizada. En la exploración hay siempre una entidad que explora. En la observación hay un aprender continuo, no una continua acumulación. Espero que vean la diferencia. Ese aprender es diferente del aprendizaje con propósito de acumular, de manera que desde esa acumulación pensamos y actuamos. Una investigación puede ser lógica, sana y racional, pero observar sin el «observador» es completamente distinto.

Luego viene la cuestión de la experiencia. ¿Por qué deseamos experiencia? ¿Han pensado ustedes alguna vez al respecto? Tenemos experiencias todo el tiempo, que reconocemos o ignoramos. Deseamos experiencias más profundas, más amplias ‑místicas, profundas, trascendentales, divinas, o espirituales- ¿por qué? ¿No será porque nuestra vida es tan vulgar, tan desdichada, tan pequeña e insignificante? Uno desea olvidar todo eso y moverse totalmente a otra dimensión. ¿Cómo puede una mente insignificante, preocupada, temerosa, ocupada con un problema detrás de otro, experimentar otra cosa que no sea su propia proyección y actividad? Este exigir mayor experiencia es escapar de lo que realmente es; pero sólo mediante esa realidad es que puede advenir la cosa más misteriosa de la vida. En la experiencia está involucrado el proceso de reconocimiento. El reconocer algo significa que ya lo hemos conocido. La experiencia proviene generalmente del pasado, y no existe nada nuevo en ella. De manera que existe una diferencia entre la observación y el deseo vehemente de experiencia.

Si está claro todo esto, que es tan extraordinariamente sutil, y que requiere gran atención interna, entonces podemos considerar nuestra pregunta original: ¿qué es meditación? Se ha hablado tanto de la meditación; se han escrito tantos volúmenes al respecto, y hay grandes «yoguis» (no sé si son grandes) que vienen y nos enseñan cómo meditar. Toda Asia habla acerca de la meditación; es uno de sus hábitos, de la misma manera que es un hábito creer en Dios o en alguna otra cosa. Se sientan durante diez minutos al día en un cuarto silencioso y «meditan», se concentran, fijan sus mentes en una imagen creada por ellos mismos o por alguna otra persona que ha presentado esa imagen a través de la propaganda. Durante esos diez minutos tratan de controlar la mente; continúan batallando en un juego eterno con allá, que desea moverse de un lado para otro; y eso es lo que ellos llaman meditación.

Si uno no sabe nada sobre la meditación, entonces tiene que averiguar lo que ella es realmente ‑no de acuerdo con alguien- y eso puede conducir a uno a nada, o puede conducirlo a todo. Uno tiene que investigar, formular la pregunta, sin esperar nada.

Para observar la mente ‑esta mente que charla, que proyecta ideas, que vive en contradicción, en conflicto y comparación constante- tengo que estar obviamente muy sereno. Si he de escuchar lo que usted dice, tengo que prestar atención, no puedo estar charlando, no puedo estar pensando en alguna otra cosa, no debo comparar lo que usted dice con lo que ya sé, sino escucharlo completamente; la mente tiene que estar atenta, silenciosa, quieta.

Es imperativo que veamos claramente toda la estructura de la violencia; observando la violencia la mente se queda completamente quieta ‑no tenemos que «cultivar» una mente quieta. Cultivar una mente quieta implica que el que la cultiva espera realizar algo en el tiempo. Vean la dificultad. Aquellos que tratan de enseñar la meditación dicen: «Controle su mente, haga que su mente esté completamente quieta». Usted trata de controlarla y batalla con ella eternamente; emplea cuarenta años controlándola. La mente que observa no controla, ni lucha interminablemente.

El propio acto de ver o de escuchar es atención; eso no tenemos que practicarlo en forma alguna; si practicamos, inmediatamente nos volvemos inatentos. Usted está atento y la mente divaga; déjela divagar, pero sepa que está desatenta; el estar consciente de esa inatención es atención. No batalle con la inatención; no trate de hacerlo diciendo: «Tengo que estar atento» ‑sería pueril hacerlo. Sepa que está inatento; esté consciente, sin elección, de que no está atento ‑¿qué importa?- y en ese momento, en esa inatención, cuando hay acción, dése cuenta de esa acción. ¿Comprende esto? ¡Es tan sencillo! Si lo hace llega a ser tan claro, tan claro como el agua.

El silencio de la mente es belleza en sí mismo. Escuchar un pájaro, la voz de un ser humano, al político, al sacerdote, todo el ruido de la propaganda existente, escuchar en completo silencio, significa oír mucho más, ver mucho más. Ese silencio no es posible si nuestro cuerpo no está quieto en absoluto. El organismo tiene que estar completamente quieto, libre de todas sus reacciones nerviosas ‑de la agitación, del movimiento incesante de los dedos y los ojos- de todo su desasosiego general. ¿Han tratado ustedes alguna vez de sentarse completamente quietos, sin un solo movimiento del cuerpo, inclusive los ojos? Háganlo durante dos minutos. En esos dos minutos la cosa completa se revela ‑si saben cómo mirar.

Cuando el cuerpo está quieto, la sangre fluye en mayor cantidad a la cabeza. Pero si nos sentamos agachados y en forma descuidada, entonces se hace más difícil para la sangre llegar a la cabeza ‑tenemos que saber todo esto. Por otro lado, podemos hacer cualquier cosa y meditar; cuando vamos en el autobús o cuando conducimos un vehículo ‑el poder meditar mientras conducimos un vehículo constituye una de las cosas más extraordinarias- tengan cuidado, pues les aseguro que eso es así. El cuerpo tiene su propia inteligencia, pero el pensamiento la ha destruido. El pensamiento busca el placer y de esa manera nos impulsa a la gratificación, al exceso en el comer o en lo sexual; obliga al cuerpo a hacer ciertas cosas ‑si es perezoso, lo fuerza a no serlo, o sugiere que tomemos una pastilla para mantenernos despiertos. De esa manera la inteligencia innata del organismo se destruye y se torna insensible. Uno necesita gran sensibilidad, de manera que tiene que observar lo que come ‑uno sabe lo que ocurre si come en exceso. Cuando hay gran sensibilidad hay inteligencia y, por lo tanto, amor; entonces el amor es júbilo, es un gozo intemporal.

La mayoría de nosotros padecemos dolores físicos en una u otra forma. Ese dolor por lo general perturba la mente, que dedica días y aun años pensando en él ‑«desearía no haberlo tenido», «¿estaré sin él alguna vez?» Cuando el cuerpo tenga dolor, vigílelo, obsérvelo y no deje que el pensamiento interfiera con él.

La mente, incluyendo el cerebro y el corazón, deben estar en total armonía. Ahora bien, ¿cuál es el propósito de todo esto? Esta clase de vida, esta clase de armonía, ¿qué ventaja tiene para el mundo, donde hay tanto sufrimiento? Si una o dos personas disfrutan de esta vida extática, ¿de qué sirve eso? ¿De qué sirve el formular esta pregunta? ‑de nada en absoluto. Si esta cosa extraordinaria está funcionando en nuestra vida, entonces eso es todo; entonces nos convertiremos en el maestro, en el discípulo, en el vecino, en la belleza de la nube ‑entonces somos todo eso, y eso es amor.

Luego viene otro factor en la meditación. La mente en vela, la mente que funciona durante el día en las especialidades en que se ha adiestrado, la mente consciente con todas sus actividades cotidianas, continúa en esas actividades mientras dormimos, en forma de sueño. En los sueños continúa la acción, de una clase o de otra, algún suceso, de manera que el sueño es una continuación de las horas de vigilia. Y hay mucha charlatanería misteriosa con respecto a los sueños ‑que necesitan ser interpretados, y de ahí que existan tantos profesionales interpretándolos. Sin embargo, podemos observar los sueños muy sencillamente nosotros mismos si vigilamos nuestra vida durante el día. Aun así, ¿hay necesidad alguna de que soñemos? (A pesar de que los psicólogos dicen que tenemos que soñar porque de lo contrario nos volveremos locos). Pero cuando hemos observado muy de cerca las horas de vigilia, todas nuestras actividades egocéntricas, las que nacen del temor, de la ansiedad, de la culpabilidad; cuando estamos atentos a eso durante todo el día, entonces veremos que no soñamos mientras dormimos. La mente ha estado observando el pensamiento en todo momento, atenta a cada una de sus palabras; si lo hacemos así, veremos su belleza ‑no el fastidio de vigilar, sino la belleza de observar-; entonces veremos que también hay atención durante el sueño. De esa manera la meditación, esa cosa de la cual hemos hablado por una hora, se torna extraordinariamente importante y provechosa, plena de dignidad, gracia y belleza. Cuando comprendemos lo que es atención, no sólo durante las horas de vigilia, sino también durante el sueño, entonces toda la mente está completamente despierta. Más allá de eso ninguna forma de descripción es lo descrito; no hablamos de ello. Todo lo que uno puede hacer es señalar hacia la puerta, y si usted está dispuesto a salir, camine hasta esa puerta, y entonces dependerá de usted ir más allá; nadie puede describir la cosa que es innominable, ya se trate de que eso que se puede nombrar sea nada o todo ‑no importa. Cualquiera que lo describa no sabe. Y el que dice que sabe, no sabe.

INTERLOCUTOR: ¿Qué es quietud, qué es silencio? ¿Es la terminación del ruido?

KRISHNAMURTI: El sonido es una cosa rara. No sé si usted ha escuchado el sonido alguna vez ‑no los sonidos que le gustan o no le gustan, sino sencillamente escuchar un sonido. El sonido en el espacio tiene un efecto extraordinario. ¿Ha escuchado alguna vez un avión de reacción pasando en lo alto? ¿Lo ha hecho, escuchando el sonido profundo del mismo, sin resistencia alguna? ¿Ha escuchado y se ha movido usted con ese sonido? Tiene cierta resonancia. Ahora, ¿qué es silencio? ¿Es el «espacio» que uno produce, controlando o suprimiendo el ruido y que llama silencio? El cerebro está siempre activo, respondiendo a los estímulos con su propio ruido. ¿Qué es silencio, pues? ¿Comprenden la pregunta ahora? ¿Es silencio la cesación de ese ruido autocreado? ‑¿es la cesación del parloteo, de la verbalización, de todo pensamiento? Aun cuando no haya verbalización y aparentemente el pensamiento ha cesado, todavía la mente continúa funcionando. ¿No es, por lo tanto, el silencio, no sólo la terminación del ruido, sino la completa cesación de todo movimiento? Obsérvenlo, investíguenlo, vean cómo la mente, que es el resultado de millones de años de condicionamiento, está respondiendo instantáneamente a todo estímulo; vean si esas células cerebrales, incesantemente activas, parloteando, respondiendo, pueden estar quietas. ¿Puede estar completamente quieta la mente, el cerebro, todo el organismo, esta cosa psicosomática total?, no forzada, ni obligada, ni empujada, ni que por codicia, diga: «Tengo que estar quieta para tener la más maravillosa experiencia». Investiguen, averigüen y vean si el silencio de ustedes es un mero resultado, o si quizás se debe a que han establecido la base para él. Si no han establecido la base para él, que es amor, que es virtud, que es bondad, que es belleza, que es verdadera compasión en lo más profundo de todo el ser, si no han hecho eso, el silencio de ustedes es únicamente la terminación del ruido. Luego existe todo el problema de las drogas. En la India, en tiempos antiguos, había una sustancia llamada «soma». Era una especie de hongo del cual se tomaba el jugo, que producía tranquilidad o toda clase de experiencias alucinantes, siendo esas experiencias resultado del condicionamiento. (Todas las experiencias son el resultado del condicionamiento; si creemos en Dios es obvio que tenemos la experiencia de Dios; pero esa creencia está basada en el miedo y en toda la agonía del conflicto; nuestro dios es el resultado de nuestro propio miedo. De manera que la experiencia más maravillosa que tengamos con Dios no es otra cosa que nuestra propia proyección). Pero ellos perdieron el secreto de ese hongo, de esa cosa especial llamada soma. Desde entonces, en la India, al igual que aquí, hay varias drogas, tales como hashish, L.S.D, marihuana, toda la multitud que de ellas hay: tabaco, bebidas, heroína. También existe el ayuno. Si ayunamos, se realizan determinadas acciones químicas que producen cierta claridad, y en eso hay complacencia. Si uno puede vivir una bella vida sin drogas, ¿por qué tomarlas? Pero aquellos que las han usado, nos dicen que ocurren ciertos cambios; hay cierta vitalidad, se produce una energía que hace desaparecer el espacio entre el observador y lo observado; las cosas se ven con mayor claridad. Un aficionado a las drogas dice que las toma cuando va a un museo, porque entonces ve los colores más brillantes que cuando no se droga. Pero podemos ver esos colores con esa brillantez sin la droga cuando prestamos completa atención, cuando observamos sin el espacio entre el observador y la cosa observada. Cuando tomamos drogas dependemos de ellas, y tarde o temprano tienen toda clase de efectos desastrosos. De manera que hay eso ‑ayuno, drogas, que esperamos satisfarán nuestro deseo de grandes experiencias, y que nos van a proporcionar todo lo que deseamos. Pero lo que se desea es una cosa llamativa, una experiencia insignificante y pequeña que exageramos hasta convertirla en algo extraordinario. Por lo tanto, un hombre sabio, un hombre que ha observado todo esto, descarta todos los estimulantes; se observa a sí mismo y se conoce a sí mismo. El conocerse a sí mismo es el comienzo de la sabiduría y la terminación del sufrimiento.

INTERLOCUTOR: En la relación correcta, ¿ayudamos realmente a otros? ¿Basta con amarlos?

KRISHNAMURTI: ¿Qué es la relación? ¿Qué entendemos por relación? ¿Estamos relacionados con alguien? excepto la relación sanguínea. ¿Qué significado le damos a esa palabra «relación»? ¿Estamos relacionados en forma alguna con algo cuando cada uno de nosotros vive una vida de aislamiento ‑aislamiento en el sentido de actividad egocéntrica-, cada uno con sus propios problemas, sus propios temores, sus propias desesperanzas, su deseo de realización, todo ello de naturaleza limitante? Si él se considera estar relacionado con su esposa, añade más imágenes. Son esas imágenes las que tienen relación y a esa relación se le llama «amor». La relación existe únicamente cuando termina la imagen, el proceso aislador, cuando usted no tiene ambición alguna respecto de ella y ella tampoco tiene ambición respecto de usted, cuando ella no lo posee a usted o usted no la posee a ella, o cuando usted no depende de ella y ella de usted. Cuando hay amor, no preguntamos si el amor ayuda o no ayuda. Una flor al borde del camino, con su belleza, su perfume, no le pide a uno que pasa cerca de ella que se acerque y aspire su fragancia, que la mire, que la disfrute, que vea su belleza, su delicadeza, su naturaleza perecedera está ahí para que la mire o no la mire. Pero si uno dice: «deseo ayudar a otro», ahí está el comienzo del temor, el comienzo del mal.


San Diego State College, 9 de abril de 1970



TERCERA PARTE


8
CONTROL Y ORDEN

“El mismo proceso de control engendra desorden; de igual manera que lo opuesto ‑la falta de control- también engendra desorden”.

En el mundo están ocurriendo tantas cosas aterradoras: Hay tanta confusión, violencia y brutalidad. ¿Qué puede uno hacer, como ser humano, en un mundo hecho pedazos, en un mundo donde existe tanta desesperanza y sufrimiento? Y en uno mismo hay también confusión y conflicto. ¿Cuál es la relación de un ser humano con esta sociedad corrupta donde el mismo individuo es corrupto? ¿En qué forma de vida puede uno encontrar alguna clase de paz, alguna clase de orden y, sin embargo, vivir en esta sociedad corrupta, que se desintegra? Estoy seguro que ustedes mismos tienen que haberse hecho esta pregunta, y si alguien ha encontrado la respuesta correcta, lo que es extremadamente difícil, quizá pueda lograr alguna clase de orden en su propia vida.

¿Qué valor tiene un individuo que vive una vida ordenada, sana, completa, equilibrada, en un mundo que se está destruyendo a sí mismo, un mundo que está constantemente amenazado por guerras? ¿Qué valor tiene la transformación individual? ¿Cómo afectará esto a la existencia humana? Estoy seguro que ustedes han formulado estas preguntas. Pero creo que son preguntas erróneas, porque uno vive y actúa correctamente, no para beneficio de alguna otra persona, ni por el beneficio de la sociedad. Me parece, pues, que uno tiene que averiguar lo que es el orden, para no depender de la circunstancia, de una cultura particular ‑económica, social o de otra índole- porque si uno no descubre por sí mismo lo que es el orden y la manera de vivir sin conflicto, arruina su vida; ésta no tiene sentido. Tal como vivimos ahora, en constante afán y conflicto, la vida tiene muy poco sentido, realmente no tiene en absoluto significado alguno. Tener algún dinero, ir a la oficina, estar condicionado, repetir lo que otro dice, dar opiniones muy fuertes y obstinadas y tener creencias dogmáticas ‑toda esa actividad tiene muy poco significado. Y como no tiene significado, todos los intelectuales del mundo tratan de darle algún sentido. Si son religiosos le dan un giro determinado; si son materialistas le dan otro, con alguna teoría o filosofía particular.

De modo, pues, que parece muy importante, no sólo ahora, sino en todo momento, si somos del todo serios que encontremos una manera de vivir, no en teoría, sino de hecho en la vida diaria, una manera de vivir sin conflicto de clase alguna en todos los niveles de nuestro ser. Para encontrar eso tenemos que ser serios. Estas reuniones no son un entretenimiento filosófico o religioso. Estamos aquí ‑si somos serios, y espero que lo seamos- para encontrar juntos una manera de vivir que no este de acuerdo con alguna fórmula, teoría, principio o creencia en particular. El comunicarse implica participar juntos, crear juntos, trabajar juntos, y no meramente escuchar muchas palabras e ideas, pues no estamos bregando con ideas en absoluto. Por lo tanto, tiene que estar muy claro, desde el comienzo, que estamos dedicando seriamente nuestra mente y corazón a averiguar si el hombre ‑si usted- puede vivir en completa paz, terminando todo conflicto en todas las relaciones.

Para averiguarlo, uno tiene que observarse a sí mismo, no de acuerdo con alguna filosofía particular, o con algún sistema determinado de pensamiento, o desde algún punto de vista religioso en especial. Creo que uno tiene que descartar todo eso completamente, de manera que la mente esté libre para observarse a sí misma en relación con la sociedad, en relación con nosotros mismos, con nuestros familiares, con nuestro vecino; porque sólo entonces, en la observación de lo que realmente está ocurriendo, es que existe una posibilidad de ir más allá de ello. Espero que eso es lo que vamos a hacer durante estas pláticas.

No estamos profesando una teoría nueva, una nueva filosofía, ni trayendo una revelación religiosa. No existe maestro, ni salvador, ni preceptor, ni autoridad ‑esto es lo que quiero decir- porque si vamos a participar en lo que se está diciendo, también tenemos que deshacernos totalmente de todo punto de vista autoritario o jerárquico; la mente tiene que estar libre para observar. Y no es posible que pueda observar si estamos siguiendo algún sistema, alguna guía, algún principio, o si estamos atados a alguna forma de creencia. La mente debe ser capaz de observar. Esa va a ser nuestra dificultad, porque para la mayoría de nosotros el conocimiento se ha convertido en peso muerto, una piedra pesada alrededor de nuestro cuello; se ha convertido en nuestro hábito, en nuestro condicionamiento. La mente que es seria debe estar libre para observar; debe estar libre de esa carga muerta que es el conocimiento, la experiencia, la tradición ‑que es memoria acumulada, el pasado.

Por lo tanto, para observar realmente «lo que es», para ver la significación total de «lo que es», la mente debe estar fresca, clara, indivisa, y eso va a constituir otro problema: cómo observar sin esta división ‑el «yo», y «no yo», y «nosotros» y «ellos».

Tal como dijimos, usted está observándose a sí mismo, observándose a través de las palabras del que le habla. De manera que la pregunta es: ¿cómo va usted a observar? No sé si siquiera ha pensado usted en esto alguna vez. ¿Cómo mira, escucha, observa usted? ‑no sólo a usted mismo, sino el cielo, los árboles, los pájaros, al vecino, al político. ¿Cómo escucha y observa a otro, cómo se observa a sí mismo? La clave de esta observación consiste en ver las cosas sin división. ¿Y puede eso ocurrir alguna vez? Toda nuestra existencia está fragmentada. Estamos divididos en nosotros mismos, somos contradictorios. Vivimos en fragmentación ­‑lo que es un hecho real. Un fragmento de esos muchos fragmentos piensa que tiene la capacidad para observar. A pesar de que mediante muchas asociaciones ha asumido autoridad, todavía es un fragmento de los muchos fragmentos. Y ese fragmento observa y dice: «Yo comprendo; sé lo que es la acción correcta».

Como somos seres fragmentados, divididos, contradictorios, hay contradicción entre los varios fragmentos. Usted sabe que esto es un hecho, si lo ha observado. Y llegamos a la conclusión de que nada podemos hacer al respecto, que nada puede ser cambiado. ¿Cómo puede integrarse esa fragmentación? Nos damos cuenta de que para vivir una vida armoniosa, ordenada, sana y saludable, esa fragmentación, esa división entre el «usted» y el «yo» tiene que terminar. Pero hemos llegado a la conclusión de que eso no es posible ‑ese es el peso muerto de «lo que es». De manera que nos inventamos teorías, esperamos la «gracia» de algo divino ‑no importa cómo lo llamemos- para que venga y milagrosamente nos libere. Por desgracia eso no ocurre. Entonces vivimos en una ilusión, inventamos el mito del yo superior, el «Atman» y esto ofrece un escape.

Se nos persuade fácilmente a escapar, pues no sabemos cómo poder hacer una totalidad de esa fragmentación. No estamos hablando de integración, porque eso implica que alguien lleva a cabo la integración, o sea, un fragmento junta a los demás fragmentos. Espero que vean la dificultad en esto, pues estamos divididos en muchos fragmentos conscientes o inconscientes. Y tratamos de integrarlos de muchas maneras. Una de las costumbres en boga es que un analista lo haga por usted; o usted se analiza a sí mismo. Sigan esto cuidadosamente, por favor: existe el analizador y la cosa que ha de ser analizada. Nunca hemos investigado quién es el analizador. Obviamente él es uno de los muchos fragmentos y procede a analizar toda la estructura de sí mismo. Pero el mismo analizador, como es un fragmento, está condicionado. Cuando él analiza hay varias cosas involucradas. En primer lugar, todo análisis tiene que ser completo o, de lo contrario, se convierte en la piedra alrededor del cuello del analizador cuando éste comienza a analizar el próximo incidente, la nueva reacción. De manera que el recuerdo del análisis previo aumenta la dificultad. Y el análisis implica tiempo también; hay tantas reacciones, asociaciones y memorias para ser analizadas que hacerlo consume toda su vida. Cuando uno llega a analizarse a sí mismo completamente ‑si es ello posible alguna vez- está listo para la tumba.

Uno de nuestros condicionamientos es la idea de que debemos analizarnos nosotros mismos, observarnos a nosotros mismos introspectivamente. En este análisis existe siempre el censor, el que controla, guía, modela; y existe siempre el conflicto entre el analizador y la cosa a ser analizada. Por lo tanto, tenemos que ver eso ‑no como una teoría, no como algo que hemos acumulado en calidad de conocimiento. El conocimiento es excelente en su propio lugar, pero no cuando tratamos de comprender la estructura total de nuestro ser. Si usamos el conocimiento a través de la asociación, la acumulación, y el análisis como medio de comprendernos, entonces hemos dejado de aprender sobre nosotros mismos. A fin de aprender tiene que haber libertad para observar sin el censor.

Podemos ver esto mientras ocurre en nosotros mismos, realmente, como «lo que es», noche y día, interminablemente. Y al ver la verdad de ello ‑la verdad, no como una opinión- la futilidad, la maldad, el desperdicio de energía y de tiempo, entonces todo el proceso de análisis termina. Confío en que están haciendo esto mientras escuchan lo que se dice. Porque mediante el análisis existe la continuación de la cadena interminable de asociación de ideas; de ahí que, uno se diga a sí mismo: «Nunca puedo cambiar; este conflicto, esta desdicha, esta confusión es inevitable, este es el comportamiento de la vida». De manera que uno se torna mecánico, violento, brutal y torpe. Cuando observa esto realmente como un hecho, ve la verdad de ello; y uno puede ver esa verdad sólo cuando ve lo que está ocurriendo realmente ‑«lo que es». No lo condene, no lo racionalice ‑limítese a observarlo. Y sólo puede observar cuando en la observación no existe ningún proceso de asociación.

Mientras exista el analizador tendrá que existir el censor, quien crea el problema del control. No sé si ustedes se han dado cuenta alguna vez que desde el momento en que nacemos hasta que morimos, siempre estamos controlándonos a nosotros mismos. El «tiene» y el «no tiene», el «debo ser» y el «no debe ser». El control implica conformidad, imitación, seguir un patrón determinado, un ideal, y eventualmente acercarse a esa cosa horrible llamada respetabilidad. ¿Por qué tiene uno que controlarse en absoluto? ‑lo que no significa que uno pierde todo control por completo. Uno tiene que comprender lo que el control implica. El mismo proceso de control engendra desorden; justamente como lo opuesto ‑ausencia de control- también engendra desorden.

Uno tiene que explorar, comprender, observar lo que está implícito en el control, y ver la verdad de ello; entonces uno vive una vida de orden, en la que no existe control de clase alguna. El desorden lo genera la contradicción creada por el censor, el analizador, la entidad que se ha separado a sí misma de los otros diversos fragmentos y que está tratando de imponer lo que considera correcto.

De modo que uno debe comprender esa forma particular de condicionamiento, que es: que todos estamos limitados y modelados por el control. No sé si usted se ha preguntado a sí mismo por qué controla algo en forma alguna. Usted controla, ¿no es verdad? ¿Por qué? ¿Qué lo impulsa a controlar? ¿Cuál es la raíz de esa imitación, de esa conformidad? Es obvio que uno de los factores es nuestro condicionamiento, nuestra cultura, nuestras sanciones religiosas y sociales, tales como «tiene que hacer esto», y «no haga eso». En ese control existe siempre la voluntad, que es una forma de deseo urgente que controla, que modela, que dirige. Observe esto, por favor, según escucha; obsérvelo realmente y verá que algo muy distinto ocurre. Nos controlamos a nosotros mismos, nuestros temperamentos, nuestros deseos, nuestros apetitos, porque hacerlo nos proporciona seguridad. Hay gran seguridad en el control, con toda su represión y sus contradicciones, con todas sus luchas y conflictos; hay cierto sentido de seguridad y también nos da la certeza de que jamás fracasaremos.

Donde existe la división entre la persona que controla y la cosa controlada, no hay bondad. La bondad no está en la separación. La virtud es un estado mental en que no hay separación y, por lo tanto, no hay control que implique división. El control implica represión, contradicción, esfuerzo, exigencia de seguridad ‑todo ello en el nombre de la bondad, de la belleza, de la virtud; pero eso es la negación de la virtud y es, por lo tanto, desorden.

¿Es posible, pues, observar sin división, sin el observador en oposición a la cosa a ser observada, sin el conocimiento que el observador ha adquirido, y que lo separa cuando observa? Porque el observador es el enemigo de lo bueno ‑aunque desea orden, aunque trata de originar la conducta correcta y de vivir pacíficamente. El observador, que se separa a sí mismo de la cosa observada, es la verdadera causa de todo lo que no es bueno. ¿Ve usted todo esto? ¿O está divirtiéndose casualmente en una tarde sabatina? ¿lo que todo esto significa? ‑que la mente no vuelve a analizar, sino que está realmente observando, viendo directamente y, por lo tanto, actuando directamente. Significa que es una mente donde no hay división de clase alguna; es una mente total y completa ‑lo que quiere decir que es una mente sana. El neurótico es el que tiene que controlar; y cuando llega al punto en que se ha controlado totalmente a sí mismo, está completamente neurótico, de manera que no puede moverse, pues no es libre.

¡Vea la verdad de esto! La verdad no es «lo que es» ‑«lo que es» es la división, el negro y el blanco, el árabe y el judío, toda la confusión que tiene lugar en este mundo horroroso. Como la mente se ha dividido a sí misma, no es una mente completa, sana, saludable, sagrada. Y por esa división en la mente misma, existe tanta corrupción, tanto desorden, tanta violencia y brutalidad. De manera que la pregunta es: ¿puede la mente observar sin división, cuando el observador es lo observado. ¿Observar un árbol, una nube, la belleza de una primavera encantadora, observarse uno mismo, sin la carga del pensamiento; observarse uno mismo y aprender en el momento de la observación, sin acumular conocimiento, de manera que la mente esté siempre para observar. Sólo aprende la mente joven, no la mente que está atiborrada de conocimientos. Y aprender significa observarse uno mismo sin división, sin análisis, sin el censor, dividiendo lo bueno de lo malo, lo «que debe ser» de «lo que no debe ser». Esta es una de las cosas más importantes, porque si observamos de esa manera, la mente descubrirá que todo el conflicto termina. En eso hay bondad total. Sólo una mente de esa clase puede actuar correctamente, y en ello hay gran júbilo ‑no el júbilo estimulado por el placer.

No estoy seguro de si estarán ustedes interesados en formular preguntas. Debemos cuestionarlo todo, incluyendo las creencias preferidas, los ideales, las autoridades, las Escrituras, los políticos. Esto significa que tiene que haber cierta calidad de escepticismo. Pero el escepticismo tiene que mantenerse sujeto, y soltarlo cuando sea necesario, de manera que la mente pueda ver libremente, correr rápidamente. Cuando pregunten debe tratarse de su propio y particular problema, no de una pregunta casual, superficial, que les divierta; debe ser algo de ustedes mismos. Si es así, entonces formularán la pregunta correcta. Y si se trata de la pregunta correcta, recibirán la contestación correcta, porque el mismo hecho de formular la pregunta correcta les muestra la respuesta en sí misma. De manera que ‑si se me permite decirlo- uno tiene que formular la pregunta correcta. Entonces, al hacerlo así ambos podremos tomar parte, participar juntos en el problema. El problema de ustedes no es distinto del problema de otras personas. Todos los problemas están relacionados entre sí, y si podemos comprender un problema completamente, totalmente, habremos comprendido todos los demás problemas. Es muy importante, por lo tanto, hacer la pregunta correcta. Pero aun si fuera una pregunta errónea, averiguarán que al formular la pregunta incorrecta también sabrán cuándo formular la correcta. Tienen que hacer ambas cosas: entonces llegarán a hacer siempre la pregunta fundamental, real, verdadera.

INTERLOCUTOR: ¿Cuál es la razón o propósito fundamental de la existencia humana?

KRISHNAMURTI: ¿Sabe usted de propósito alguno? Nuestra manera de vivir no tiene significado ni propósito alguno. Podemos inventarnos un propósito, el propósito de la perfección, de la iluminación, de alcanzar la más elevada forma de sensibilidad; podemos inventar interminables teorías. Y estamos atrapados en esas teorías, las cuales convertimos en nuestros problemas. Nuestra vida cotidiana no tiene sentido, ningún propósito, excepto hacer un poco de dinero y vivir de manera tonta. Uno puede observar todo eso, no en teoría, sino realmente en uno mismo; la interminable lucha interna, buscando un propósito, buscando iluminación, yendo por todo el mundo ‑especialmente a la India y al Japón- para aprender la técnica de la meditación. Podemos inventar mil propósitos, pero no hay necesidad de ir a sitio alguno, ni a los Himalayas, a un monasterio, o a algún retiro (Ashram) ‑que es otra clase de campo de concentración- porque todo está dentro de nosotros. Lo más elevado, lo inconmensurable, está en nosotros si sabemos mirar. No asumamos que eso está ahí esa es una de las tretas tontas que nos jugamos a nosotros mismos, de que somos Dios, de que somos lo «perfecto», y todo lo demás de esas cosas infantiles. Sin embargo, por medio de la ilusión, de «lo que es», de lo conmensurable, encontramos algo que es inconmensurable, pero tenemos que comenzar con nosotros mismos, que es donde podremos descubrir cómo observar, esto es, observar sin el observador.

INTERLOCUTOR: ¿Podría usted hacer el favor de definir, en el contexto de lo que usted hablaba, el control en relación con la restricción?

KRISHNAMURTI: Uno tiene que comprender el significado total de esa palabra control, no sólo de acuerdo con el diccionario, sino cómo la mente ha sido condicionada para controlar ‑por ser represión el control. Ahí está el censor, el que controla, la división, el conflicto, la restricción, la contención, la inhibición. Cuando uno se da cuenta de todo esto, la mente entonces se torna muy sensible y así, sumamente inteligente. Hemos destruido esa inteligencia, que también está en el cuerpo, en el organismo, pero la hemos desnaturalizado con nuestros gustos y apetitos placenteros. Asimismo la mente ha sido modelada, controlada, condicionada a través de siglos por la cultura, el miedo, la creencia. Cuando uno se da cuenta de esto, no en forma teórica, sino realmente, cuando uno está consciente de esto, entonces descubrirá que la sensibilidad responde inteligentemente, si no hay inhibición, control, represión o restricción. Pero uno tiene que comprender la estructura y la naturaleza del control, que ha generado tanto desorden en nosotros mismos ‑la voluntad, que es el centro mismo de la contradicción y, por lo tanto, del control. Mírelo, obsérvelo en su vida y descubrirá todo esto y más. Pero cuando convierte su descubrimiento en conocimiento, en algún peso muerto, entonces está perdido. Porque el conocimiento es la acumulación de asociaciones, una cadena interminable. Y si la mente es atrapada en eso, entonces el cambio es imposible.

INTERLOCUTOR: ¿Puede usted explicarme cómo la mente vence al cuerpo de manera que éste pueda suspenderse en el aire?

KRISHNAMURTI: ¿Está usted interesado realmente en esto? No sé por qué desea flotar en el aire. Ustedes saben, señores, que la mente está siempre buscando algo misterioso, algo oculto, que nadie más puede descubrir excepto nosotros mismos, y eso nos da una tremenda sensación de importancia, de vanidad, de prestigio ‑nos convertimos en el «místico». Pero existe el misterio real, algo realmente sagrado, cuando comprendemos la totalidad de esta vida, esta existencia completa. En eso hay gran belleza, gran júbilo. Hay una cosa tremenda llamada lo inconmensurable. Pero tenemos que comprender lo conmensurable. Y lo inconmensurable no es lo opuesto de lo conmensurable. Se han tomado fotografías de personas que han flotado en el aire. El que les habla ha visto eso y otras cosas sin importancia. Si está realmente interesado en flotar en el aire ‑no sé por qué debe estarlo, pero sí lo está- tiene que tener un cuerpo maravilloso, sumamente sensible, no debe ingerir bebidas embriagantes, ni fumar, ni usar drogas, ni comer carne. Tiene que tener un cuerpo que sea totalmente flexible, saludable, que tenga su propia inteligencia, no la inteligencia que la mente impone sobre el cuerpo. Y si ha pasado por todo eso, puede que entonces averigüe que el flotar en el aire no tiene importancia alguna.


Inglaterra, 16 de mayo de 1970



9
LA VERDAD

“La verdad no es ‘lo que es’, pero la comprensión de ‘lo que es’ abre la puerta a la verdad”.

Deberíamos hablar acerca de varias cosas, tales como la educación, el significado de los sueños, y si es posible que la mente pueda alguna vez ser libre, viviendo en un mundo que se ha tornado tan mecánico e imitativo. Podemos abordar el problema entrando en la cuestión de si la mente puede estar libre de todo conformismo. Tenemos que bregar con el problema total de la existencia, no con una parte del mismo, o sea, no sólo con el aspecto técnico de la vida y la manera de ganar el sustento, sino que tenemos que considerar también todo este problema de cómo transformar la sociedad; si esto es posible por medio de la rebelión, o si existe una clase diferente de revolución interna que inevitablemente produzca una sociedad distinta. Creo que debemos entrar en eso y entonces llegar al asunto de la meditación. Porque ‑si me perdonan por decirlo- no creo que ustedes sepan lo que implica la meditación. La mayoría de nosotros hemos leído sobre ella o se nos ha dicho lo que es y hemos tratado de practicarla. Lo que tengo que decirles sobre la meditación puede que sea muy contrario a todo lo que saben o practican, o a lo que han experimentado. Uno no puede buscar la verdad; por lo tanto, tiene que comprender el significado de la búsqueda. De manera que se trata de una cuestión muy compleja, pues la meditación requiere la forma más elevada de sensibilidad, una sorprendente calidad de silencio, que no sea provocado, ni disciplinado, ni cultivado. Y eso puede existir, o surgir, sólo cuando comprendemos, psicológicamente, cómo debemos vivir, porque la vida cotidiana, tal y como la vivimos, está en conflicto; y ella es una serie de conformismos, controles, represiones, y también la rebeldía contra todo eso.

Existe este problema total; cómo vivir una vida sin violencia de clase alguna, porque sin comprender realmente y sin estar libre de violencia, la meditación no es posible. Podemos jugar con ella, ir a los Himalayas a aprender a respirar y a sentarnos con propiedad, a hacer un poco de yoga y creer que hemos aprendido a meditar, pero todo eso es más bien infantil. Para llegar a esa cosa extraordinaria llamada meditación, la mente tiene que estar completamente libre de todo sentido de violencia. Por lo tanto, podría ser provechoso hablar sobre la violencia y ver si la mente puede en realidad estar libre de ella, sin caer románticamente en alguna clase de estupor que llamaríamos meditación.

Se han escrito volúmenes sobre las causas de la agresividad del hombre. Los antropólogos dan explicaciones, y cada experto lo presenta a su manera, contradiciendo y ampliando lo que la mayoría de nosotros conocemos racionalmente: que los seres humanos son violentos. Creemos que la violencia es un mero acto físico, ir a la guerra y matar a otros. Hemos aceptado la guerra como un modo de vida, y como la aceptamos así, no hacemos nada al respecto. Casual o devotamente podemos convertirnos en pacifistas en una parte de nuestra propia vida, pero, lo demás, estamos en conflicto; somos ambiciosos, somos competidores, hacemos esfuerzos tremendos; tales esfuerzos implican conflictos y, por lo tanto, violencia. Cualquier forma de conformidad, cualquier forma de distorsión ‑intencional o inconscientemente‑ es violencia. Disciplinarse uno mismo conforme a un patrón, a un ideal, a un principio, es una forma de violencia. Cualquier distorsión sin comprender realmente «lo que es» e ir más allá de ello, constituye una forma de violencia. ¿Y es del todo posible, sin embargo, terminar con la violencia en uno mismo sin ningún conflicto sin oposición alguna?

Estamos acostumbrados a una sociedad, a una moralidad, que se apoya en la violencia. Todos sabemos esto. Desde la niñez somos criados para ser violentos, para imitar, para acatar ‑consciente o inconscientemente. No sabemos cómo evitarlo. Nos decimos a nosotros mismos que ello es imposible, que el hombre tiene que ser violento, pero que la violencia se puede practicar con los guantes puestos, cortésmente, etc. De manera que tenemos que investigar esta cuestión de la violencia, porque sin comprender la violencia ni el miedo, ¿cómo puede haber amor? ¿Puede la mente, que ha aceptado ajustarse a una sociedad, a un principio, a una moralidad que no es moral en absoluto, una mente que ha sido condicionada por las religiones para creer ‑para aceptar la idea de Dios, o para rechazarla- puede ella liberarse a sí misma, sin lucha de clase alguna, sin ninguna resistencia? La violencia engendra más violencia; la resistencia sólo crea otras formas de distorsión.

Sin leer libros o escuchar a profesores o «santos», uno puede observar su propia mente. Después de todo, ese es el comienzo del conocimiento de sí mismo, no de acuerdo con algún psicólogo o analista, sino por la observación de uno mismo. Podemos ver lo excesivamente condicionada que está nuestra mente ‑hay nacionalismo, diferencias raciales y de clases, y todo lo demás al respecto. Si nos damos cuenta de ello, llegamos a ser conscientes de este condicionamiento, de esta vasta propaganda en el nombre de Dios, en el nombre del Comunismo, o de lo que se quiera, que nos ha moldeado desde la niñez, durante siglos y siglos. Dándose cuenta de ello, ¿puede la mente descondicionarse a sí misma, liberarse ella misma de todo tipo de condicionamiento y por lo tanto tener libertad?

¿Cómo se ha de hacer esto? ¿Cómo puedo yo, o usted, llegar a estar alerta, sabiendo que la mente está condicionada de manera firme, no sólo superficialmente, sino en lo más profundo? ¿Cómo ha de destruirse este condicionamiento? Si eso no es posible viviremos eternamente en la conformidad ‑pues aunque exista un nuevo patrón, una nueva estructura social, o una nueva serie de creencias, nuevos dogmas y nuevas propagandas, sigue siendo conformidad. Y si ha de existir algún tipo de cambio social, tendrá que haber una clase de educación diferente ‑de manera que los niños no sean criados para adaptarse.

Existe, pues, este problema: ¿cómo va la mente a liberarse a sí misma del condicionamiento? No sé si alguna vez ustedes han tratado de hacerlo, si han penetrado hondamente en ello, no sólo al nivel consciente sino en las capas más profundas de la conciencia. ¿Hay realmente una división entre ambos? ¿O se trata de un movimiento, en que solo estamos conscientes del movimiento superficial que se ha educado para ajustarse a las exigencias de una sociedad o cultura particular?

Como dijéramos el otro día: no estamos meramente oyendo unos juegos de palabras, porque eso no tiene valor en absoluto. Pero al participar en lo que se está diciendo, compartiéndolo, trabajando juntos, averiguarán por ustedes mismos cómo observar ese movimiento total, sin separación, sin división; porque donde quiera que haya cualquier clase de división ‑racial, intelectual, emocional, o la división de los opuestos, el «yo» y el «no yo», el yo superior y el yo inferior, etc.- ello ha de traer el conflicto inevitablemente. El conflicto es un desperdicio de energía y para comprender todo lo que estamos discutiendo, necesitamos una gran cantidad de energía.

Como la mente se halla tan condicionada, ¿cómo puede observarse a sí misma, sin la división entre el observador y la cosa observada? ¿Comprenden ustedes el problema? El espacio entre el observador y lo observado, la distancia, el intervalo de tiempo, todo es una contradicción y la esencia misma de la división. Por lo tanto, cuando el observador se separa a sí mismo de la cosa observada, no sólo actúa como censor, sino que ocasiona esa dualidad, y en consecuencia, el conflicto.

¿Puede, pues, la mente observarse a sí misma sin la división entre el observador y lo observado? ¿Comprenden el problema? Cuando ustedes observan que son celosos, envidiosos ‑lo cual es un factor muy común- y se dan cuenta de ello, existe siempre el observador que dice «no debo ser celoso». O el observador da una razón para ser celoso, justificándolo -¿no es así? Existe el observador y la cosa observada; el primero observa los celos como algo separado de sí mismo y que él trata de consolar, que trata de desechar, de manera que hay un conflicto entre el observador y la cosa observada. El observador es uno de los muchos fragmentos de que estamos compuestos.

¿Estamos comunicándonos unos con los otros? ¿Comprenden lo que queremos decir con la palabra comunicación? Significa compartir juntos, no sólo comprender verbalmente, ni ver intelectualmente la cuestión. No existe la comprensión intelectual de nada; especialmente cuando estamos ocupados en grandes y fundamentales problemas humanos.

De manera que cuando comprendemos realmente la verdad, o sea, que cualquier clase de división tiene que generar conflicto inevitablemente, veremos que la misma es un desperdicio de energía y que, por lo tanto, ocasiona distorsión y violencia y todo lo demás que procede del conflicto. Cuando comprendemos esto realmente ‑no de manera verbal, sino de hecho- entonces aprenderemos a observar sin el intervalo de tiempo y sin el espacio entre el observador y lo observado; aprenderemos a observar el condicionamiento, la violencia, la opresión, la brutalidad, las cosas aterradoras que están ocurriendo en el mundo y en nosotros mismos. ¿Están haciéndolo ustedes según hablamos? No digan que «sí» porque una de las cosas más difíciles es observar sin el observador, sin el verbalizador, sin la entidad que está atiborrada de conocimiento, que es el pasado, sin ese espacio entre el observador y la cosa observada. Háganlo ‑observen un árbol, una nube, la belleza de la primavera, la hoja nueva- y verán que es la cosa más extraordinaria. Pero entonces verán que nunca antes han visto el árbol, ¡nunca!

Cuando observamos, siempre lo hacemos con una imagen o a través de una imagen. Como conocimiento, tenemos una imagen, cuando miramos el árbol o cuando miramos nuestra esposa o marido; tenemos la imagen de lo que ella es, o de lo que él es, la cual ha sido construida durante veinte, treinta o cuarenta años. De manera que una imagen observa a otra imagen, y esas imágenes tienen sus propias relaciones y, por lo tanto, no hay ninguna verdadera relación. Reconozcan realmente este hecho muy sencillo, que observamos casi todo en la vida con una imagen, con un prejuicio, con una idea preconcebida. Jamás observamos con ojos lozanos; nuestra mente nunca es joven.

Tenemos, pues, que observarnos a nosotros mismos, que somos parte de la violencia, y la inmensa búsqueda de placer con sus temores, con sus frustraciones, con la agonía de la soledad, la falta de amor, la desesperación. Para observar toda esta estructura de uno mismo sin el observador, para verla como es, sin distorsión alguna, sin ningún juicio, condenación o comparación ‑todos son el movimiento del observador, del «yo» y del «no yo»- se requiere la más alta forma de disciplina. No utilizamos la palabra disciplina en el sentido de conformidad o de coacción ‑no de disciplina impuesta mediante el premio o el castigo-. Para observar cualquier cosa ‑la esposa, el vecino, o una nube- debemos tener una mente que sea muy sensible; esta misma observación genera su propia disciplina, que es no conformidad. Por lo tanto, la más elevada forma de disciplina es la no disciplina.

De manera que el observar la cosa llamada violencia sin división, sin el observador, el ver el condicionamiento, la estructura de la creencia, las opiniones, los prejuicios, es ver lo que somos; eso es «lo que es». Cuando lo observamos y hay una división, entonces decimos: «Es imposible cambiar». El hombre ha vivido así durante milenios y seguimos viviendo de esa manera. El decir «no es posible», priva a uno de energía. Unicamente cuando vemos lo posible en su máxima expresión, es que tenemos entonces suficiente energía.

Debemos, pues, observar realmente «lo que es», no la imagen que tenemos de «lo que es», sino lo que realmente somos; sin jamás decir «es feo» o «es bonito». Sólo sabemos lo que somos mediante la comparación. Decimos «soy lerdo» en comparación con alguien muy inteligente, muy vivo. ¿Han tratado alguna vez de vivir una vida sin compararse a sí mismo con alguien o con alguna cosa? ¿Qué son, entonces, ustedes? Entonces, lo que son es «lo que es», luego podrán ir más allá y averiguar lo que es la verdad. Así pues, toda esta cuestión de liberar la mente del condicionamiento descansa en el modo en que la mente observa.

No sé si alguna vez ustedes han penetrado en la cuestión de lo que es el amor, o si han pensado al respecto, o han inquirido sobre ello. ¿Es placer el amor? ¿Es deseo el amor? ¿Es el amor algo para ser cultivado, una cosa que la sociedad ha hecho respetable? Si es placer, como aparentemente lo es, de acuerdo con todo lo que hemos observado ‑no sólo el placer sexual, sino el placer moral, el placer de lograr algo, de tener éxito, el placer de llegar a ser, de ser alguien, todo lo cual implica competencia y conformidad- ¿es eso amor? Un hombre ambicioso, aun el hombre que dice «tengo que encontrar la verdad», que persigue lo que considera la verdad, ¿puede él saber lo que es amor?

¿No deberíamos investigar esto inteligentemente? -o sea, viendo lo que es; por medio de la negación llegar a lo positivo. Negando lo que el amor no es. Los celos no son amor; el recuerdo de un placer, sexual o de otra índole, no es amor; el cultivo de la virtud, el constante esfuerzo por tratar de ser noble no es amor. Y cuando decimos, «te amo», ¿qué quiere decir eso? La imagen que tenemos de él o de ella, los placeres sexuales y todo lo demás al respecto, la comodidad, la compañía, nunca estando solo y temiendo estar solo, siempre deseando ser amado, deseando poseer, ser poseído, dominar, hacernos sentir; ser agresivo -¿es todo eso amor? Si vemos lo absurdo que es todo eso, no verbalmente, sino como realmente es, toda la tontería que uno habla sobre el amor ‑el amor a nuestro país, el amor a Dios- cuando vemos toda la voluptuosidad de ello ‑no estamos condenando el sexo, estamos observándolo- cuando lo observamos como realmente es, vemos que nuestro amor a Dios es amor que surge del miedo, al igual que es miedo nuestra religión de fin de semana. Y observar eso totalmente no implica división. Donde no existe división hay bondad; y no tenemos que cultivar la bondad. ¿Puede, pues, la mente ‑la mente que incluye el cerebro, toda la estructura- observar totalmente la cosa que ella llama amor, con todo el daño que causa, con toda su pequeñez y su mediocridad burguesa? Para observar eso tenemos que negar todo lo que el amor no es.

Ustedes saben que existe una gran diferencia entre el gozo y el placer. Podemos cultivar el placer, pensar mucho en él, y disfrutar más de él. Tuvimos placer ayer y podemos pensar en él, rumiarlo y deseamos que se repita mañana. En el placer existe un motivo en que hay sentido de posesión, de dominio, conformidad, etc. Hay gran placer en la conformidad ‑Hitler, Mussolini, Stalin, etc., obligaron a la gente a someterse, porque en ello hay gran seguridad y protección. Por lo tanto, cuando vemos todo eso, cuando nos liberamos de ello ‑cuando en realidad, no verbalmente, llegamos a nunca estar celosos, a nunca dominar o ser poseídos; cuando la mente ha descartado todo eso, entonces sabemos lo que es el amor- no tenemos que buscarlo.

Cuando la mente ha comprendido el significado de la palabra amor, entonces nos decidimos a preguntar: ¿qué es la muerte? Porque el amor y la muerte van juntos. Si la mente no sabe cómo morir para el pasado, no sabe lo que es amor. El amor no pertenece al tiempo, no es una cosa para ser recordada ‑no podemos recordar el gozo y cultivarlo; viene sin ser invitado.

¿Qué es, pues, la muerte? No sé si ha observado usted la muerte, no a alguien que se está muriendo, sino a usted mismo muriéndose. Una de las cosas más difíciles es no identificarse con algo. La mayoría de nosotros nos identificamos con nuestros muebles, con nuestra casa, con nuestra esposa o marido, con nuestro gobierno, con nuestro país, con la imagen que tenemos de nosotros mismos; nos identificamos con algo más grande ‑lo más grande puede ser una tribu mayor, que es la nación; o nos identificamos con una cualidad o imagen en particular. No identificarnos con nuestros muebles, con nuestros conocimientos, con nuestras experiencias, con nuestras técnicas y nuestro conocimientos técnicos, como científico o ingeniero, el poner término a toda identificación es una forma de morir. Hágalo alguna vez y averiguará lo que eso significa: no es amargura, no es desesperanza, no es un sentido de desesperación, sino un sentimiento extraordinario ‑una mente que es completamente libre para observar y, por lo tanto, para vivir.

Desafortunadamente hemos dividido la vida y la muerte. De lo que tenemos miedo es de «no vivir» ‑ese «vivir» que llamamos vida. Y cuando realmente examinamos lo que es ese vivir, no teóricamente, sino que lo observamos con nuestros ojos y nuestros oídos, con todo lo que tenemos, vemos lo falso, lo pequeño, trivial, superficial que es. Podemos poseer un Rolls Royce, una casa grande, un jardín bello, un título, una carrera universitaria, pero interiormente la vida es una batalla interminable, una lucha constante, con contradicciones, deseos opuestos, múltiples necesidades.

Eso es lo que llamamos vivir y a eso nos aferramos. Cualquier cosa que ponga fin a eso lo llamamos muerte, a menos que estemos tremendamente identificados con nuestro cuerpo, si bien el organismo físico termina también. Y teniendo miedo de terminar, sustentamos toda clase de creencias. Todas ellas son escapes ‑incluyendo la reencarnación. Lo que importa es cómo vivimos ahora, no lo que vamos a ser en la próxima vida. Entonces la pregunta que procede hacer es si la mente puede vivir totalmente sin el factor tiempo. Tenemos que comprender realmente esta cuestión del pasado ‑el pasado como ayer modelando el mañana a través del hoy, partiendo de lo que fue ayer. ¿Puede la mente ‑que es el resultado del tiempo, de la evolución- estar libre del pasado? ‑que es morir. Sólo una mente que sabe esto puede dar con esta cosa llamada meditación. Sin comprender todo esto, el tratar de meditar indica simplemente una imaginación infantil.

La verdad no es «lo que es» pero el comprender «lo que es» abre la puerta a la verdad. Si no comprendemos realmente «lo que es», lo que somos, con nuestro corazón, con nuestra mente, con nuestro cerebro, con nuestros sentimientos, no podremos comprender lo que es la verdad.

INTERLOCUTOR: Cualquier cosa que le escucho decir a usted en este salón es muy sencilla y fácil de comprender, pero tan pronto salgo afuera estoy perdido ‑y no sé qué hacer cuando estoy solo.

KRISHNAMURTI: Mire, señor: lo que he dicho es muy claro. Le estoy señalando «lo que es» ‑eso es suyo, no está en este salón, no corresponde a quien le habla, el que habla no está haciendo ninguna propaganda, no desea nada de usted, ni su adulación, ni sus insultos, ni su aplauso. Eso es suyo, su vida, su desdicha, su desesperación; usted tiene que comprender eso, no sólo aquí, porque aquí usted está siendo arrinconado, y quizá se está encarando consigo mismo durante unos pocos minutos. Pero cuando abandone este salón, ¡es entonces que comienza la fiesta! No estamos tratando de inducirlo a actuar, a pensar, a hacer esto o aquello ‑eso sería propaganda. Pero si ha escuchado con su corazón y con una mente que está alerta ‑que no ha sido influenciada- si ha observado, entonces cuando salga fuera, ello irá con usted dondequiera que esté porque eso es suyo, ya que usted ha comprendido.

INTERLOCUTOR: ¿Qué papel desempeña el artista?

KRISHNAMURTI: ¿Son los artista tan diferentes de los demás seres humanos? ¿Por qué dividimos la vida entre el científico, el artista, el ama de casa, el doctor? Puede que el artista sea un poco más sensible, que observe más, que sea un poco más activo, pero tiene también sus problemas como ser humano. Puede producir cuadros maravillosos, o escribir bellos poemas, o hacer cosas con sus manos, pero sigue siendo un ser humano, ansioso, temeroso, celoso y ambicioso. ¿Cómo puede ser ambicioso un «artista»? Si lo es, ha dejado de ser artista. El violinista o el pianista que utilizan su instrumento para hacer dinero, para ganar prestigio ‑imagínense usted eso- no es un músico. ¿Es un científico aquel que trabaja para algún gobierno, para la sociedad, para la guerra? Ese hombre que va tras el conocimiento y la comprensión se ha corrompido al igual que otros seres humanos. Puede que sea maravilloso en su laboratorio o que pueda expresarse muy bellamente en un lienzo, pero interiormente está atormentado como los demás, y es mezquino, falso, ansioso, miedoso. Seguramente un artista, un ser humano, un individuo es una cosa total, indivisible, completa. Individual significa indiviso, pero nosotros no somos individuos, somos seres humanos fragmentados, divididos ‑el hombre de negocios, el artista, el doctor, el músico. Y, por lo tanto, vivimos una vida ¡Oh, no tengo que describirla porque ustedes lo conocen!

INTERLOCUTOR: Señor, ¿qué criterio se utiliza al escoger entre varias posibilidades?

KRISHNAMURTI: ¿Por qué escogemos de manera alguna? Cuando vemos algo muy claramente, ¿cuál es la necesidad de escoger? Oiga esto, por favor. Sólo una mente confusa, insegura sin claridad, es la que escoge. No estoy hablando de escoger entre blanco y negro, sino de escoger psicológicamente. A menos que estemos confusos, ¿por qué tenemos que escoger? Si vemos algo muy claramente, sin ninguna distorsión, ¿hay alguna necesidad de escoger? No hay alternativas; las alternativas existen cuando tenemos que elegir entre dos caminos físicos ‑podemos irnos en una dirección o en la otra. Pero las alternativas existen también en una mente que está dividida en sí misma y está confusa, por lo tanto, como está en conflicto, es violenta. Es la mente violenta la que dice que ella vivirá pacíficamente, y al reaccionar se torna violenta. Cuando vemos muy claramente toda la naturaleza de la violencia, desde su forma más brutal hasta la más sutil de sus manifestaciones, entonces estamos libres de ella.

INTERLOCUTOR: ¿Cuándo será posible que veamos todo eso?

KRISHNAMURTI: ¿Ha observado usted un árbol totalmente?

INTERLOCUTOR: No sé.

KRISHNAMURTI: Señor, hágalo alguna vez si está interesado en estas cosas.

INTERLOCUTOR: Siempre creí haberlo hecho, hasta que actuaba de nuevo.

KRISHNAMURTI: Para investigarlo, comencemos con el árbol, que es la cosa más objetiva. Obsérvelo completamente, esto es, sin el observador, sin la división ‑lo cual no quiere decir que usted se identifica con el árbol; usted no se convierte en el árbol; eso sería demasiado absurdo. Pero observarlo implica mirarlo sin la división entre usted y el árbol, sin el espacio creado por el «observador» con sus conocimientos, con sus pensamientos, con su prejuicio acerca de ese árbol; hacerlo no cuando está airado, celoso, o desesperado, o lleno de una cosa llamada esperanza ‑que es lo opuesto de la desesperación y, por lo tanto, no es esperanza en absoluto. Cuando lo observa, cuando lo ve sin división, sin ese espacio, entonces puede ver su totalidad. Cuando observe la esposa, el amigo, el marido, o lo que desee, cuando observe sin la imagen, que es la acumulación del pasado, verá qué cosa extraordinaria ocurre. Nunca antes ha visto una cosa parecida en su vida. Pero observar totalmente implica que no hay división. Algunas personas toman LSD y otras drogas para eliminar el espacio entre el observador y lo observado. Yo no las he tomado; y una vez que comience ese juego, estará perdido, dependerá para siempre de ellas y eso trae su propia desgracia.

INTERLOCUTOR: ¿Cuál es la relación entre el pensamiento y la realidad?

KRISHNAMURTI: ¿Qué es el pensamiento en relación con el tiempo, el pensamiento en relación con lo mensurable y que es inconmensurable? ¿Qué es el pensamiento? El pensamiento es la respuesta de la memoria ‑eso es obvio. Si no tuviéramos memoria no podríamos pensar en absoluto y estaríamos en un estado de amnesia. El pensamiento es siempre viejo, el pensamiento nunca es libre, el pensamiento jamás puede ser nuevo. Cuando el pensamiento está silencioso puede que ocurra un nuevo descubrimiento; pero no es posible que el pensamiento descubra algo nuevo. ¿Está eso claro? No esté de acuerdo conmigo, por favor. Cuando formulamos una pregunta y estamos familiarizados con ella, nuestra respuesta es inmediata. ¿Cuál es su nombre? ‑respondemos inmediatamente. ¿Dónde vive usted? ‑la respuesta es instantánea. Pero toma tiempo cuando se trata de una pregunta más compleja. En ese intervalo el pensamiento está mirando, tratando de recordar. De manera que el pensamiento, en su deseo de averiguar qué es la verdad, está observando siempre en términos del pasado. Esa es la dificultad de la búsqueda. Cuando buscamos, tenemos que poder identificar lo que hemos encontrado; y lo que encontramos y podemos reconocer es el pasado. Es obvio, pues, que el pensamiento es tiempo; esto es sencillo, ¿no es así? Ayer tuvimos una experiencia de gran deleite, pensamos en ella y deseamos que se repita mañana. El pensamiento, pensando en algo que le ha brindado placer, lo desea mañana otra vez; así, pues, «mañana» y «ayer» constituyen el intervalo de tiempo en el cual vamos a disfrutar de ese placer, en que vamos a pensar en él. El pensamiento, por lo tanto, es tiempo; y el pensamiento nunca puede ser libre porque es la respuesta del pasado. ¿Cómo puede el pensamiento encontrar algo nuevo? Esto es posible sólo cuando la mente está completamente silenciosa; no porque ella desea encontrar algo nuevo, pues entonces ese silencio surge por un motivo y, por lo tanto, no es silencio. Si ha comprendido esto, lo ha comprendido todo y hasta se ha contestado su pregunta. Usted ve, siempre está usando el pensamiento como un medio para encontrar, para preguntar, para inquirir, para observar. ¿Quiere usted decir que el pensamiento puede saber lo que es el amor? El pensamiento puede conocer lo que llamamos amor y exige ese placer otra vez en nombre del amor. Pero no es posible que el pensamiento, siendo el producto del tiempo, el producto de la medida, pueda comprender o dar con esa cosa que no es mensurable. Entonces surge, pues, la pregunta de: ¿cómo podemos hacer que el pensamiento esté silencioso? No podemos. Quizás podamos entrar en eso en otra ocasión.

INTERLOCUTOR: ¿Necesitamos normas que guíen nuestra vida?

KRISHNAMURTI: ¡Señora, usted no ha escuchado todo lo que he estado diciendo durante esta plática! ¿Quién va a establecer las normas? Las iglesias lo han hecho, los gobiernos tiránicos lo han hecho, o usted misma ha establecido las reglas de su propia conducta, de su propio comportamiento. Y usted sabe lo que eso significa ‑una batalla entre lo que usted cree que debe ser y lo que usted es. ¿Qué es más importante: comprender lo que usted debe ser o lo que usted es?

INTERLOCUTOR: ¿Qué soy yo?

KRISHNAMURTI: Vamos a averiguarlo. Le he dicho lo que usted es ‑su país, sus muebles, sus imágenes, sus ambiciones, su responsabilidad, su raza, sus idiosincrasias y prejuicios, sus obsesiones- ¡usted sabe lo que es! Mediante todo eso usted desea averiguar la verdad, Dios, la realidad. Y como la mente no sabe cómo liberarse de todo esto, nos inventamos algo, un agente exterior, o le damos significado a la vida. Por lo tanto, cuando comprendemos la naturaleza del pensamiento ‑no verbalmente, sino que estamos realmente conscientes de ello-, entonces, cuando tengamos un prejuicio, si lo observamos, veremos que nuestras religiones son un prejuicio y que la identificación con la patria es un prejuicio. Tenemos tantas opiniones, tantos prejuicios; basta con sólo observar uno de ellos completamente, con nuestra mente, con amor ‑ocuparse de él, observarlo. No digamos «No debo» o «debo» ‑sencillamente mirémoslo. Y entonces veremos cómo vivir sin prejuicio alguno. Sólo una mente libre de prejuicio, de conflicto, puede ver lo que es la verdad.


Londres, 27 de mayo de 1970



10
LA MENTE RELIGIOSA

“La mente religiosa es una luz para sí misma. Esa luz no es encendida por otra persona ‑la vela que es encendida por otro puede apagarse muy pronto”.

¿Quieren que hablemos de la meditación? Hablar de algo y hacerlo son casos muy diferentes. Si vamos a entrar en ese problema complejo, no sólo tenemos que comprender el significado de las palabras; me parece que también debemos ir más allá de las palabras. Hay varias cosas implicadas en la meditación. Para comprenderla en realidad, para llevarla a cabo de hecho, no simplemente de manera intelectual, verbal o teórica, se requiere una clase peculiar de seriedad, en la que ha de haber bastante inteligencia y buen humor.

En primer lugar, tenemos que averiguar lo que es una mente religiosa; no lo que es la religión, sino esa calidad de la mente y del corazón que es religiosa. Podemos darle muchos significados a la palabra religión, dependiendo de nuestro condicionamiento ‑ya aceptándola emocional, sentimental, o devocionalmente, o negando totalmente toda la cuestión relacionada con una actitud religiosa, con un modo de vida religiosa, tal como lo hace muchísima gente. Hasta nos avergonzamos bastante de hablar acerca de asuntos religiosos. Pero la mente religiosa no tiene nada que ver con la creencia en Dios, no tiene ninguna teoría, filosofía o conclusión, porque no tiene miedo y, por lo tanto, no necesita creencias.

Es difícil describir una mente religiosa ‑la descripción nunca podrá ser la cosa descrita. Pero si somos sensibles, conscientes y serios, podemos percibir el camino que nos conduce a ella.

Ante todo, no podemos pertenecer a ninguna religión organizada. Creo que esa es una de las cosas más difíciles para la mayoría de los seres humanos; ellos desean agarrarse a alguna clase de esperanza, creencia, a alguna clase de teoría o conclusión, o a una experiencia propia, dándole a todo ello un significado religioso. Tenemos que descartar completa y totalmente toda clase de apego y el depender de nuestra experiencia secreta y particular, o de la experiencia acumulada de los llamados santos, los místicos, o de nuestro gurú o maestro personal. Confío en que ustedes vayan descartando todo eso, porque una mente religiosa no está abrumada por el miedo o no está buscando seguridad o placer alguno. Para descubrir lo que es la meditación, es absolutamente necesaria una mente que no lleve el peso de la experiencia. En la búsqueda de experiencia está el camino de la ilusión.

Es muy difícil no buscar experiencia de alguna clase; la mayor parte de nuestras vidas son tan mecánicas, tan frívolas, que deseamos experiencias más profundas, porque estamos hastiados de la superficialidad de nuestra vida. Deseamos, o más bien anhelamos, algo que tenga algún significado, alguna plenitud, profundidad, belleza, encanto, y por eso la mente busca. Y lo que busca eso encuentra, pero lo que encuentra no será verdad. ¿Están ustedes aceptando todo esto o rechazándolo? Por favor, no lo acepten ni lo nieguen ‑no se trata de su placer o mi placer, porque en esto no existe ninguna autoridad, ni la del que les habla, ni la de nadie más Ustedes ven, la mayoría de nosotros deseamos que alguien nos dirija, nos guié, nos ayude, y en esa persona o en esa idea, o en ese principio o imagen invertimos fe y confianza. De manera que dependemos de otro. Una mente que depende de la autoridad y que, por lo tanto, es incapaz de estar sola, incapaz de comprender, incapaz de mirar directamente, inevitablemente ha de sentir miedo de equivocarse, de no hacer lo correcto, de no alcanzar el éxtasis prometido o que uno espera obtener. Todas esas clases de autoridad tienen que terminar; lo que significa no tener miedo, no depender de otro (no existe ningún gurú) y tener una mente que no está buscando experiencia.

Porque el buscar experiencia es indicio de que uno desea ‑gran placer, llámelo como le plazca- el éxtasis, el gozo, la búsqueda de la verdad, el encontrar la iluminación.

Además, ¿cómo sabe el buscador lo que ha encontrado y si lo que ha encontrado es la verdad? ¿Puede la mente que busca, que explora, encontrar algo que esté vivo, moviéndose, que no tenga lugar de descanso? La mente religiosa no pertenece a ningún grupo, a ninguna secta, a ninguna creencia, a ninguna iglesia, a ningún circo organizado; por lo tanto, es capaz de mirar las cosas de manera directa y comprenderlas inmediatamente. Así es la mente religiosa porque es una luz para sí misma. Su luz no es encendida por otro ‑la vela que es encendida por otro puede apagarse muy pronto. Y la mayoría de nuestras creencias, dogmas, rituales son el resultado de la propaganda, que no tiene nada que ver con una vida religiosa. Una mente religiosa es una luz para sí misma y, por lo tanto, no existe para ella el castigo o la recompensa.

La meditación es el vaciamiento total de la mente. El contenido de la mente es resultado del tiempo, de lo que se llama evolución; es el resultado de mil experiencias, una vasta acumulación de conocimientos, de recuerdos. La mente está tan recargada con el pasado porque todo conocimiento es el pasado, toda experiencia es el pasado, y toda la memoria es el resultado de la acumulación de mil experiencias ‑y eso es lo conocido. ¿Puede la mente, que es tanto lo consciente como lo inconsciente, vaciarse a sí misma por completo del pasado? Ese es todo el movimiento de la meditación. Cuando la mente se da cuenta de sí misma sin elección alguna, cuando ve el propio movimiento en su totalidad -¿puede esa percepción vaciar por completo la mente de lo conocido?- Porque si existe algún residuo del pasado, la mente no puede ser inocente. Entonces, pues, la meditación es el vaciamiento total de la mente.

Se dicen tantas cosas acerca de la meditación, especialmente en el Oriente; hay tantas escuelas, tantos discípulos, tantos libros escritos que explican cómo meditar y qué hacer. ¿Cómo sabemos si lo que se está diciendo es verdadero o falso? Cuando el que les habla dice que la meditación es el vaciamiento completo de la mente, ¿cómo sabemos que eso es cierto? ¿Qué nos lo dice? ¿Nuestro prejuicio personal, nuestra propia idiosincrasia debido a que nos gusta la cara del que habla? ¿o su reputación, o porque tienen alguna empatía, cierta actitud amistosa? ¿Cómo lo sabemos? ¿Tenemos que pasar por todos los sistemas, todas las escuelas? ¿Hemos de tener maestros que nos enseñen a meditar, antes de que podamos averiguar qué es meditación? ¿O podemos averiguarlo si no tenemos a ninguna de esas personas que nos digan lo que debemos hacer?

Estoy diciendo esto en la forma menos dogmática: no oigan a nadie ‑incluyendo al que les habla, especialmente a éste que les habla- porque ustedes son muy susceptibles de ser influenciados, ya que todos desean algo, anhelan algo, desean vehementemente la iluminación, el júbilo, el éxtasis, el cielo; y por ese motivo pueden ser fácilmente atrapados. De manera que eso tienen que averiguarlo completamente solos ustedes mismos. Así, no hay necesidad de ir a la India, ni a ningún monasterio Budista Zen, para meditar o para buscar algún maestro; porque si ustedes saben observar, todo está dentro de ustedes. Por lo tanto, descarten completamente toda autoridad, todo empeño de buscar a alguien, porque la verdad no pertenece a nadie, no es un asunto personal. La meditación no es un placer o una experiencia personal privada.

Podemos ver que se necesita una gran armonía entre la mente, el corazón y el cuerpo, si es que ello puede dividirse así ‑psicosomáticamente, si lo prefieren. Es obvio que debe existir completa armonía, porque de haber alguna contradicción, alguna división, entonces hay conflicto. El conflicto es la esencia misma del desperdicio de energía y necesitamos una tremenda energía para meditar. De manera que la armonía es necesaria para que la mente, el cerebro, el organismo y la profundidad del corazón sean un todo, y no estén fragmentados; podemos ver todo esto por nosotros mismos; nadie tiene que enseñárnoslo. Cómo llegar a esa armonía es una cosa muy diferente. Armonía completa significa que tanto la mente como el organismo tienen que ser extraordinariamente sensibles; por lo tanto, tenemos que considerar toda la cuestión de la dieta, el ejercicio y el vivir correctamente. Y como no queremos pensar en eso u observarlo, buscamos a alguna otra persona que nos diga lo que debemos hacer. Pero si buscamos a otro, limitamos nuestra energía, porque entonces preguntamos si es posible o no es posible hacerlo. Si decimos que es imposible, nuestra energía se limita mucho; y si decimos que es posible en términos de lo que ya sabemos, se empequeñece mucho, etc.

Uno se da cuenta, pues, de la necesidad de tener esa armonía completa, porque si existe alguna clase de discordia, hay distorsión. Y debe haber disciplina. Disciplina significa orden -no represión, ni conformidad con un principio o con una idea, con una conclusión, con un sistema o con un método. El orden no es un plan, ni un patrón de acuerdo con el cual vivimos. El orden surge únicamente cuando comprendemos todo el proceso del desorden ‑pasando a través de lo que es negativo para llegar a lo positivo. Nuestra vida es desorden, lo que significa contradicción: decir una cosa, hacer otra y pensar en algo completamente distinto. Es una existencia fragmentaria, y en esa fragmentación tratamos de encontrar alguna clase de orden. Creemos que este orden surge mediante la disciplina y el control. Una mente controlada, disciplinada en el sentido de actuar conforme a un patrón -ya sea un patrón establecido por nosotros mismos, o por la sociedad, o por una cultura en particular- no es una mente libre, es una mente distorsionada. Tenemos, pues, que inquirir en esa cuestión del desorden. Y mediante la comprensión de lo que es el desorden, cómo se origina, surge el orden ‑una cosa viviente.

¿Cuál es la verdadera esencia del desorden? Nuestras vidas son desordenadas, están divididas; vivimos en compartimentos diferentes; no somos una entidad completa, indivisa. La esencia del desorden es la contradicción, y cuando hay contradicción en nosotros mismos, tiene que haber esfuerzo y, por lo tanto, desorden. (Esto es muy sencillo. Probablemente a ustedes no les gustan las cosas sencillas. ¡Podemos hacerlo todo muy complejo!) Vemos cuán desordenada es nuestra propia vida, cómo las contradicciones entre varios deseos, propósitos, conclusiones, intenciones, están tirando una de otras; siendo violentos deseamos vivir pacíficamente; siendo ambiciosos, codiciosos, competidores, decimos que amamos; siendo egocéntricos, egoístas, limitados, hablamos de la fraternidad universal. Fingimos, y así, hay mucha hipocresía.

De manera que el orden es necesario y la misma comprensión del desorden genera su propia disciplina, que es orden donde no existe represión, ni conformidad. Espero que me esté expresando con claridad, cuando menos verbalmente. La disciplina significa aprender, no acumular conocimientos mecánicos ‑aprender sobre la vida desordenada que vivimos y, por lo tanto, no llegar a ninguna conclusión en ningún momento. La mayoría de nuestras acciones se apoyan en conclusiones, ideales, o en la aproximación a un ideal. Nuestras acciones son, pues, contradictorias y, por lo tanto, desordenadas. Eso lo podemos ver muy fácilmente. Si estamos observándolo en nosotros mismos, surgirá naturalmente el orden, el libertarnos de toda autoridad y, por supuesto, del miedo. Podemos cometer un error, pero podemos corregirlo inmediatamente.

¿Cómo puede una mente no ser atrapada por la ilusión? ‑porque podemos «meditar» interminablemente, creando nuestras propias ilusiones. El otro día nos encontramos con un hombre que había meditado por veinticinco años ‑y no casualmente había renunciado a todo, a su buena posición, dinero, familia, nombre, y durante veinticinco años practicó la meditación. Infortunadamente alguien lo trajo a una de las pláticas y al día siguiente vino a verme y se expresó así: «Lo que usted dijo sobre la meditación es perfectamente cierto: he estado hipnotizándome, teniendo mis propias visiones, disfrutando a mi manera de esas visiones de acuerdo con mi condicionamiento». Si uno es cristiano, tiene visiones de Cristo, etc.; si es hindú, tiene su propio Dios particular y está en comunicación directa con él, lo que significa, que lo está, pero de acuerdo con su propio condicionamiento.

De modo que la cuestión es: ¿cómo puede la mente estar totalmente libre de la ilusión? Uno tiene que formularse esta pregunta seria y profundamente. Muchas personas escuchan a toda clase de yoguis y maestros, quienes les dicen lo que deben hacer, dándoles algún lema, alguna invocación, algún mantra, alguna palabra que les proporcionará experiencias extraordinarias ‑ustedes saben de lo que estoy hablando. ¿Han escuchado alguna vez un tono musical tan completamente que todo otro sonido se desvanece menos ese único sonido? Si la mente persigue ese sonido y se va con él, obtenemos resultados extraordinarios. Pero eso no es meditación: eso es una especie de treta que podemos jugarnos nosotros mismos y constituye otra forma de ilusión.

Asimismo puede que produzca ciertos resultados el uso de drogas para tener «experiencias trascendentales», por medio de la química, igual que, si ayunamos mucho, tenemos cierta sensibilidad y nuestra mente se torna más alerta, observadora, aguda y clara ‑o también si nos dedicamos a practicar la respiración adecuada. Estas son varias formas de tretas que traen su propia ilusión. Y la mente se agarra a esas ilusiones, porque son muy agradables, y porque constituyen nuestro logro privado y personal. Pero cuando el mundo está sufriendo, viviendo en agonía, en la distorsión, y en la corrupción, no tiene valor alguno nuestra insignificante visión particular captada desde un pequeño rincón de la campiña.

Puede uno, por tanto, descartar todo eso como inmaduro e infantil. Además, ello conduce al estupor, embota la mente. Ahora, ¿cómo va a estar la mente libre de toda ilusión? ‑teniendo en cuenta que si existe algún esfuerzo, o alguna contradicción, tiene que haber ilusión. ¿Cómo puede ese estado de contradicción, esa confusión, distorsión, las varias clases de corrupción ‑las corrupciones sociales, religiosas y personales- ¿cómo puede eliminarse completamente todo eso que induce a varias formas de engaños y de ilusiones? Ello puede ocurrir sólo cuando la mente está completamente quieta, porque cualquier movimiento del pensamiento es un movimiento del pasado. El pensamiento es la reacción de la memoria, de la experiencia acumulada, del conocimiento, etc. ‑eso es el pasado. Y mientras ese movimiento del pasado exista en toda la estructura de la mente ‑que incluye el cerebro- tendrá que haber distorsión.

De modo que, la pregunta es: ¿cómo puede estar el pensamiento totalmente ausente en la meditación? El pensamiento es necesario; mientras más lógico, sano, saludable, objetivo, falto de emociones e impersonal sea, más efectivo y fuerte es. Tenemos que utilizar el pensamiento para funcionar en la vida. Sin embargo, la mente tiene que ser capaz, tiene que estar completamente libre de todo sentido de distorsión para encontrar lo que es verdadero, lo que es sagrado. Tiene que haber armonía entre el vivir funcionando con el pensamiento y el estar libre del pensamiento. Esto es lógico; no es alguna teoría críptica, personal. Para ver cualquier cosa verdadera, que sea nueva para ser descubierta, nueva para ser percibida, algo que no ha sido creado o hecho antes, la mente tiene que estar libre de lo conocido. Y aun así uno tiene que vivir en lo conocido. El hombre que dio con el motor de propulsión a chorro, no puede haber tenido conocimiento del motor de combustión interna. De la misma manera, para que la mente pueda percibir algo totalmente nuevo, no puede existir ilusión alguna, tiene que haber silencio absoluto, total, no sólo en el movimiento del pensamiento, sino también en la misma actividad de las células cerebrales, en sí; con sus recuerdos.

Ese es un verdadero problema ¿no es así? ¿Comprenden ustedes nuestro modo de vivir a base de fórmulas, conclusiones, prejuicios? Vivimos mecánicamente, actuando por rutina para ganarnos la subsistencia, funcionando por rutina tratando de obtener posición y prestigio. Nuestra vida es una serie de conformismos; actuamos en conformidad con el miedo o en conformidad con el placer. Una mente así no puede dar con nada nuevo. Por lo tanto, cualquier maestro, cualquier método, cualquier sistema que diga, «haga esto y lo encontrará», está diciéndole una mentira, porque cualquiera que dice que sabe, no sabe. Lo que sabe es la rutina, la práctica, la disciplina, la conformidad.

De manera que la mente, el cerebro y el cuerpo en completa armonía, tiene que estar en silencio ‑un silencio que no sea inducido por el uso de tranquilizantes o de la repetición de palabras, ya se trate del Ave María o de alguna palabra sánscrita. Con la repetición la mente se embota, y no es posible que una mente en estado de estupor, pueda descubrir lo que es verdadero. La verdad es algo siempre nuevo ‑la palabra «nuevo» no es correcta: la palabra es en realidad «intemporal».

Entonces, tiene que haber silencio. Ese silencio no es lo opuesto del ruido o de la cesación del parloteo; no es el resultado del control, diciendo «estaré silencioso», lo cual, además, es una contradicción. Cuando decimos «lo haré», tiene que existir una entidad que decide estar silenciosa y, por lo tanto, practica lo que llama silencio; de manera que hay división, contradicción y distorsión.

Todo esto requiere gran cantidad de energía y, por supuesto, acción. Malgastamos muchísima energía acumulando conocimientos. El conocimiento tiene su propio lugar ‑debemos tener conocimientos, y mientras más tengamos, mejor; pero cuando el conocimiento se torna mecánico, cuando hace que la mente sienta que no es posible tener más, cuando llegamos a la conclusión de que ya no es posible cambiar, entonces no tenemos energía.

Existe la idea del control sexual, a los fines de tener más energía para encontrar a Dios, y todas las implicaciones religiosas que eso conlleva. Piensen en todos esos pobres santos y monjes, y en las torturas enormes que han experimentado para encontrar a Dios. Pero Dios ‑si existe tal cosa- no desea una mente torturada, una mente fragmentada, distorsionada, o que se haya embotado y viva en estado de estupefacción.

El silencio de la mente surge naturalmente ‑escuchen esto, por favor- surge natural y fácilmente, sin esfuerzo alguno, si sabemos cómo observar, cómo mirar. Cuando observamos una nube, mirémosla sin verbalizar y, por lo tanto, sin pensamiento; mirémosla sin la división que implica el observador. Entonces existe un estado de conciencia alerta y atención en el mismo acto de mirar; no el propósito expreso de estar atento, sino de mirar con atención, aun cuando esa observación sea sólo por un segundo, por un minuto eso es suficiente. No seamos codiciosos, no digamos «tengo que tenerlo durante todo el día». Mirar sin el observador significa mirar sin el espacio entre el observador y la cosa observada ‑lo que no significa identificarse con la cosa que observamos.

De manera que cuando podemos observar un árbol, una nube, la luz sobre el agua, sin el observador, y también ‑lo que es mucho más difícil y requiere mayor atención- si podemos observarnos a nosotros mismos sin la imagen, sin ninguna conclusión, porque la imagen, la conclusión, la opinión, el juicio, la bondad y la maldad, están todos centralizados alrededor del observador, entonces descubrimos que la mente, el cerebro, se quedan extraordinariamente quietos. Y esta quietud no es cosa para ser cultivada; puede ocurrir, y ocurre, si estamos atentos, si somos capaces de observar todo el tiempo, observando nuestros gestos, nuestras palabras, nuestros sentimientos, los movimientos de nuestros rostros y todo lo demás. El corregir todo ello trae contradicción, pero si observamos lo que ocurre, ese mismo acto realiza el cambio por sí mismo.

El silencio surge, pues, cuando hay atención profunda, no sólo en el nivel consciente, sino también en los niveles más profundos de la conciencia. Los sueños y el dormir son de gran importancia; es parte de la meditación el estar despiertos mientras se duerme y el estar conscientes y atentos mientras la mente y el cuerpo ‑o sea, el organismo- duermen. (Por favor, no acepten nada de lo que yo diga ‑no soy un gurú, su maestro o su autoridad. Si me convierten en autoridad de ustedes, se están destruyendo a sí mismos y al que les habla).

Dijimos: la meditación es el vaciamiento de la mente, no sólo de su nivel consciente, sino también de sus capas ocultas, que son llamadas lo inconsciente. Lo inconsciente es tan trivial y absurdo como lo consciente. Y mientras se duerme hay varias clases de sueños superficiales, que ni vale la pena pensar en ellos ‑los sueños que no tienen significado alguno. Estoy seguro de que ustedes saben todo esto, ¿no lo saben? También existe el sueño que tiene significado, y ese significado puede ser comprendido mientras el mismo ocurre. Esto es posible únicamente cuando estamos atentos y observando, escuchando durante el día, todos los movimientos de nuestros pensamientos, los motivos, los sentimientos y las ambiciones. El observar no nos cansa, no nos agota si al hacerlo no corregimos lo que observamos. Si decimos «esto no puede ser» o «esto tiene que ser», entonces nos cansamos y aburrimos. Pero si observamos sin elección, si estamos alertas durante el día sin aceptar ni rechazar, entonces, cuando soñamos, y esos sueños tienen algún significado, en el mismo momento en que soñamos, comprendemos la acción que se desarrolla durante el sueño ‑todos los sueños son activos, y en ellos tiene lugar alguna clase de acción. De manera que cuando hemos hecho todo esto, la mente se torna extraordinariamente alerta durante el sueño y no tenemos que recurrir a ningún analizador de sueños. En esa actitud vigilante, vemos algo que la mente consciente nunca puede ver. Así, pues, el silencio no es algo para ser practicado ‑nos viene cuando hemos comprendido toda la estructura y el comienzo y el vivir de la vida.

Tenemos que cambiar la estructura de nuestra sociedad, su injusticia, su aterradora moralidad, las divisiones que ha creado entre hombre y hombre, las guerras, la total ausencia de afecto y de amor que está destruyendo el mundo. Si nuestra meditación es sólo una cuestión personal, una cosa que disfrutamos personalmente, entonces ello no es meditación. La meditación implica un completo cambio radical de la mente y del corazón. Esto es posible sólo cuando existe un sentido extraordinario de silencio interno, y únicamente eso es lo que hace posible la mente religiosa. Una mente así sabe lo que es sagrado.

INTERLOCUTOR: ¿Cómo podemos realizar este cambio completo?

KRISHNAMURTI: Señor, ¿puede el conocimiento realizar una revolución total? ¿puede el pasado, que es conocimiento, operar un cambio completo en la calidad de la mente? ¿O es que tiene uno que liberarse del pasado, de manera que la mente esté en revolución constante, en un movimiento constante de cambio? El centro del conocimiento, de la experiencia, de la memoria, está en el observador, ¿no es así? Por favor, no acepte esto, sencillamente obsérvelo usted mismo. En cada uno de nosotros existe el censor, el ego que dice «esto es correcto», «esto es erróneo», «esto es bueno», «esto es malo», «yo debo», «no debo». Ese censor está observando; él es el observador y se separa a sí mismo de las cosas que observa. El censor, el observador es siempre el pasado, y «lo que es» está siempre cambiando y es siempre nuevo. Mientras exista esta división entre el observador y lo observado, no es posible ninguna revolución radical; siempre habrá corrupción. Podemos ver lo que ha realizado la Revolución Francesa o la Revolución Comunista ‑la corrupción irrumpe en todo momento. Mientras exista esta división no es posible la bondad. Entonces preguntamos: «¿Cómo va a terminar esta división?» ¿Cómo puede terminar el observador, que es la acumulación del pasado como conocimiento? No puede terminar porque necesitamos al observador cuando funcionamos mecánicamente. Necesitamos el conocimiento cuando vamos a la oficina o a la fábrica, o al laboratorio. Pero ese conocimiento, atado al censor, que es ambicioso y codicioso, se torna corrupto; usa el conocimiento para la corrupción. ¡Es tan sencillo! Cuando nos damos cuenta de esto, entonces el «observador» cesa; y no es cuestión de tiempo, eso de que el observador termine gradualmente. Estamos condicionados para pensar que «gradualmente nos desharemos del observador, gradualmente nos convertiremos en no violentos». Pero mientras tanto, sembramos la semilla de la violencia. Así, cuando vemos muy claramente cómo el «observador» lo distorsiona todo ‑siendo el observador el ego, el «yo»- cómo separa y tergiversa, en ese relámpago de percepción no existe el observador.

INTERLOCUTOR: ¿Es posible que exista la armonía constante en esta vida?

KRISHNAMURTI: La armonía continuada en esta vida es una contradicción, ¿no es así? La idea de que tiene que ser continua impide el descubrimiento de algo nuevo. Unicamente en la cesación es que existe un comienzo nuevo. De manera que el deseo de tener armonía continua es una contradicción. Somos armoniosos ‑punto final. Somos esclavos de la palabra «ser». Si algo que denominamos armonía tiene continuidad, ello es la falta de armonía. Por lo tanto, Señor, no desee nada continuo. Usted desea tener una relación con su esposa que sea continua, feliz, amable ‑todas las cosas románticas; pero eso nunca ocurre. El amor no es algo temporal. No seamos, pues, codiciosos. La armonía no es cosa que pueda continuar; si continúa se torna mecánica. Pero una mente que es armoniosa «es» ‑no «será» o «ha sido». Una mente que es armoniosa repito, «es» es la palabra errónea ‑una mente que se da cuenta de que es armoniosa no formula la pregunta. «¿Lo seré mañana?»

INTERLOCUTOR: Señor, ¿cómo están relacionadas las cosas con el contenido verbal de la mente?

KRISHNAMURTI: Eso es muy sencillo, ¿no es así? Cuando comprendemos que la palabra no es la cosa, que la descripción no es lo descrito, que la explicación no es lo explicado, entonces la mente está libre de la palabra. Si uno tiene una imagen de sí mismo, la imagen es elaborada por las palabras, por el pensamiento ‑el pensamiento es la palabra. Uno piensa de sí mismo que es grande, o pequeño, listo, o un genio, o lo que desee ‑uno tiene una imagen de sí mismo. Esa imagen puede ser descrita, es el resultado de la descripción; y esa imagen es la creación del pensamiento. ¿Pero es la descripción, la imagen, parte de la mente? ¿Qué relación existe entre el contenido de la mente y la mente misma? ¿Es el contenido la mente en sí? ¿es esa la pregunta, Señor? Desde luego que lo es. Si lo que contiene la mente son muebles, libros, lo que la gente dice, nuestros prejuicios, nuestros condicionamientos, nuestros temores, eso es la mente. Si la mente dice que existe un alma, que existe Dios, que existe el infierno, que existe el cielo, que existe el diablo, eso es el contenido de la mente. El contenido de la mente es la mente. Si la mente puede vaciarse ella misma de todo eso, entonces es algo totalmente distinto; entonces la mente es algo nuevo y, por lo tanto, inmortal.

INTERLOCUTOR: ¿Qué indicios hay de que un hombre ha comenzado a desarrollar la percepción alerta?

KRISHNAMURTI: Lo siento, pero quiero ser bromista sobre el particular ‑¡él no lleva una bandera roja! Mire señor, antes que nada, tal y como hemos dicho, no se trata de desarrollo, no es cuestión de crecimiento lento. ¿Requiere tiempo comprender algo? ¿Cuál es el estado de la mente que dice «he comprendido» ‑no verbal, sino totalmente? ¿Cuándo dice eso? Lo dice cuando la mente está completamente atenta a la cosa que observa. Como ha estado atenta en ese momento, ha comprendido completamente; eso no es cuestión de tiempo.

INTERLOCUTOR: ¡Hay tanto sufrimiento! ¿Cómo es posible que uno esté en paz si tiene compasión?

KRISHNAMURTI: ¿Usted se cree diferente del mundo? ‑el mundo que ha construido con su ambición, con su codicia, con su seguridad económica, con sus guerras‑ ese mundo usted lo ha construido. El torturar animales para su comida, el desperdicio de dinero en guerras, la falta de educación correcta ‑usted ha fabricado ese mundo, es él parte de usted. De manera que usted es el mundo, y el mundo es usted; no existe división alguna entre usted y el mundo. Usted pregunta. «¿Cómo puede uno estar en paz cuando el mundo sufre?» ¿Cómo puede usted estar en paz cuando está sufriendo? Esa es la pregunta porque usted es el mundo. Puede ir por todo el mundo, hablarles a los seres humanos, ya sean listos, famosos o iletrados, todos están pasando por una época terrible ‑al igual que usted. De manera que la pregunta no es: «¿Cómo puede uno estar en paz mientras el mundo está sufriendo?» Usted está sufriendo y, por tanto, el mundo sufre, ponga pues, fin a su sufrimiento si es que sabe cómo hacerlo. El sufrimiento y la autocompasión terminan únicamente cuando existe el conocimiento de sí mismo. Y usted dice: «¿Qué puede hacer un ser humano que se ha liberado de su propio sufrimiento, qué valor tiene ese ser humano en el mundo?» Esa pregunta no tiene valor alguno. Si usted se ha liberado del sufrimiento -¿sabe lo que eso significa? Y si dice: «¿Qué valor tiene el individuo en un mundo que sufre»?, su pregunta es errónea.

INTERLOCUTOR: ¿Qué es la locura?

KRISHNAMURTI: Oh, eso es muy claro. La mayoría de nosotros somos neuróticos, ¿no es así? La mayoría estamos algo desequilibrados, tenemos ideas peculiares y creencias raras. Una vez estábamos hablando con un católico muy devoto, quien dijo: «Ustedes, los hindúes, son la gente más supersticiosa, fanática y neurótica; ustedes creen en tantas cosas anormales». El estaba totalmente inconsciente de su propia anormalidad, de sus propias creencias, de sus propias estupideces. ¿Quién es, pues, equilibrado? Obviamente el hombre que no tiene miedo alguno, que es completo. Completo significa sano, saludable, sagrado; pero nosotros no lo somos, somos seres humanos fragmentados, y, por lo tanto, desequilibrados. El equilibrio existe únicamente cuando somos totalmente completos. Eso significa sano, saludable, con una mente clara, que no tiene prejuicios y que tiene bondad. (Aplausos). No aplaudan, por favor, sus aplausos no tienen ningún significado para mí ‑lo digo sinceramente. Si ustedes lo han comprendido, porque lo han visto por sí mismos, entonces no hay necesidad de aplaudir eso es de ustedes. La iluminación no llega a través de otro, surge mediante la propia observación, la propia comprensión de sí mismo.


Londres, 30 de mayo de 1970



CUARTA PARTE


11
LA MENTE SIN CONDICIONAMIENTOS

“Una mente que está atrapada en el conocimiento y lo utiliza como medio para lograr la libertad no adviene a esa libertad”.

Si somos del todo serios, la cuestión de si es posible descondicionar la mente tiene que ser una de las más fundamentales. Observamos que en distintas partes del mundo, con culturas y moralidad social diferentes, el hombre está profundamente condicionado; piensa en cierto sentido y actúa y trabaja conforme a un patrón. Está relacionado con el presente a través del trasfondo del pasado. Ha cultivado grandes conocimientos y tiene millones de años de experiencia. Todo esto lo ha condicionado ‑la educación, la cultura, la moralidad social, la propaganda, la religión- y a ello reacciona en su propia forma personal, que es la respuesta de otra forma de condicionamiento.

Tenemos que estar lo suficientemente atentos para ver todo el significado de este condicionamiento, cómo divide la gente en cuanto a lo nacional, lo religioso, lo social y lo idiomático. Estas divisiones constituyen una barrera tremenda y engendran conflicto y violencia. Si vamos a vivir por completo en paz, creadoramente ‑luego examinaremos las palabras «paz» y «creadoramente»‑ si hemos de vivir de esa manera, tenemos que comprender este condicionamiento, que no es sólo periférico o superficial, sino también muy profundo y oculto. Tenemos que averiguar si toda la estructura de este condicionamiento puede ser revelada. Y cuando eso es descubierto, ¿qué va uno a hacer, ir más allá de ello?

Si uno observa que está condicionado y dice: «Nunca será posible descondicionar la mente», el problema termina. Si comienza con la fórmula de que nunca podrá estar descondicionado, toda indagación termina, pues ya ha resistido y contestado el problema, de manera que ahí termina; entonces lo único que uno puede hacer es seguir decorando el condicionamiento. Pero si uno ahonda en el asunto con razonable profundidad y se da cuenta de todo el problema, entonces, ¿qué ha de hacer? ¿Cómo respondemos si se trata de un reto muy, muy serio, y no de algo que sencillamente soslayamos? Si eso es algo vital y tremendamente importante en nuestra vida, ¿cuál es nuestra respuesta?

Si hemos descubierto este condicionamiento, entonces, ¿de que manera observamos? ¿Lo ha observado uno mismo o alguien le ha informado al respecto? En realidad, esa es una pregunta muy importante que hemos de contestar. Si a uno se le ha informado sobre ello y dice : «Sí, estoy condicionado», entonces está reaccionando a una sugestión; eso no es real, es sólo un concepto verbal que ha aceptado y con el cual está de acuerdo; eso es muy diferente a haberlo descubierto uno mismo, porque entonces ello es tremendamente vital y tenemos la pasión para encontrar una salida.

¿Ha descubierto usted que está condicionado por que ha inquirido, investigado y observado el hecho? Si es así: ¿«quien» lo ha descubierto? ‑¿el observador, el investigador, el analizador?- ¿«quién» es el que observa, examina, analiza todo el embrollo y la locura que este condicionamiento ocasiona en el mundo? ¿«Quién» ha descubierto mediante la observación la estructura de este condicionamiento y su resultado? Al observar lo que está ocurriendo interna y externamente ‑los conflictos, las guerras, la desdicha, la confusión en y fuera de uno mismo (lo exterior es parte de lo que uno es)- al observar esto muy de cerca (esta cosa ocurre en todo el mundo) he descubierto que estoy condicionado y he encontrado las consecuencias de este condicionamiento.

Así, pues: existe el «observador» que ha descubierto que esta condicionado, y entonces surge la pregunta: ¿es el «observador» diferente de aquello que ha observado y descubierto, y está ese algo separado de él? Si hay separación, entonces vuelve a existir la división y, por lo tanto, también el conflicto sobre la manera de vencer este condicionamiento, qué hacer al respecto, etc. Tenemos que averiguar si existen dos cosas separadas, dos movimientos separados, o sea, el «observador» y lo que es observado. ¿Es que están separados? ¿O es el «observador» lo observado? Es tremendamente importante averiguar esto por sí mismo; porque si lo hacemos, entonces toda nuestra manera de pensar sufre un cambio completo. Es un descubrimiento muy radical que, como consecuencia del mismo, la estructura de la moralidad, la continuación del conocimiento, adquieren para nosotros mismos, un significado completamente distinto. Averigüe si usted mismo ha descubierto esto, o si ha aceptado lo que se le ha informado como un hecho, o si lo ha descubierto por usted mismo sin que ningún agente exterior le haya dicho: «Eso es así». Si es su propio descubrimiento, el hecho libera una tremenda energía, la cual antes se había desperdiciado en la división entre el «observador» y lo observado.

La continuación del conocimiento (condicionamiento psicológico) en la acción es el desperdicio de la energía. El conocimiento ha sido acumulado por el «observador», y éste usa ese conocimiento cuando actúa, pero ese conocimiento está separado de la acción; de ahí el conflicto. Y la entidad que posee este conocimiento ‑que es esencialmente su condicionamiento- es el «observador». Tenemos que descubrir este principio fundamental por nosotros mismos; pero es un principio, no algo fijo; es una realidad que jamás podrá ser de nuevo cuestionada.

¿Qué le ocurre a una mente que ha descubierto esta verdad, este hecho sencillo: que el «observador» es lo observado ‑psicológicamente hablando? Si esto es descubre, ¿qué le ocurre a la calidad de la mente ‑la cual ha estado condicionada durante tanto tiempo por sus conceptos del «Yo Superior», o del «Alma», como algo separado del cuerpo? Este descubrimiento no tiene significado alguno si el mismo no abre la puerta a la libertad, porque seguiría siendo otra mera nación intelectual que no lleva a ningún sitio. Pero si constituye un verdadero descubrimiento, una realidad efectiva, entonces tendrá que advenir la libertad ‑que no es la libertad para hacer lo que uno le plazca, o la libertad para llegar a ser, para realizarse, para decidir, ni la libertad para pensar lo que a uno le plazca y actuar como le parezca.

¿Es que una mente libre escoge? Escoger implica optar entre esto y aquello; pero, ¿qué necesidad hay de escoger en forma alguna? (Por favor, señores, estas no son afirmaciones verbales; tenemos que ahondar en el asunto, tenemos que vivirlo diariamente y entonces encontraremos su belleza, su vigor, su pasión, su intensidad). El escoger implica decisión; la decisión es acción de la voluntad; ¿cual es la entidad que ejercita la voluntad para hacer esto o aquello? Por favor, escuche esto cuidadosamente. Si el «observador» es lo observado, ¿qué necesidad hay de hacer decisión alguna? Cuando hay alguna clase de decisión (psicológicamente), que dependa de la elección, ello demuestra que la mente está confusa. Una mente que ve muy claramente no escoge, para ella existe únicamente la acción ‑la falta de claridad surge cuando hay división entre el «observador» y lo observado.

INTERLOCUTOR: ¿No es verdad que, como cuestión de hecho, tiene que haber esta elección, esta división?

KRISHNAMURTI: Escojo entre telas de color marrón y rojo ‑desde luego. Pero estoy hablando desde el punto de vista psicológico. Si uno comprende los efectos de la elección, los efectos de la división y de la decisión, entonces el escoger se convierte en una cosa trivial. Por ejemplo: estoy confuso; he sido criado en este mundo como católico, o como hindú; no estoy satisfecho y salto a otra organización religiosa que he escogido. Pero si examino todo el condicionamiento de una cultura religiosa en particular, veo que es propaganda, una serie de aceptaciones de creencias, todas las cuales surgen psicológicamente del temor, de la exigencia de seguridad; y como internamente uno es insuficiente, desdichado, infeliz, inseguro, pone su esperanza en algo que ofrezca seguridad, certeza. De manera que cuando fracasa la religión determinada a que pertenezco, salto a otra, esperando encontrar seguridad en ella; pero se trata de la misma cosa bajo nombre diferente, llámese «X» o «Y». Cuando la mente está muy clara al respecto, comprende toda la situación y no tiene necesidad de escoger; entonces termina completamente toda respuesta de acción conforme a la «voluntad». La «voluntad» implica resistencia y es una forma de aislamiento; una mente que está aislada no es una mente libre. Una mente que cae en la trampa de adquirir conocimiento como un medio de liberarse, no adviene a esa libertad. ¿Por qué se ha convertido el conocimiento en una cosa tan extraordinariamente importante en la vida? ‑siendo el conocimiento la experiencia acumulada de lo que otra gente ha descubierto- científica, psicológica, etc., junto con el conocimiento que hemos adquirido por nosotros mismos mediante la observación, mediante el acto de aprender. ¿Qué lugar ocupa el conocimiento en la libertad? El conocimiento es siempre el pasado; cuando decimos: «Yo sé», en eso está implícito que hemos sabido El conocimiento de todas clases, científico, personal, comunal, o lo que sea, es siempre del pasado; y como nuestra mente es el resultado del pasado, ¿puede ella llegar a ser libre en absoluto?

INTERLOCUTOR: ¿Qué hay sobre el conocimiento de sí mismo?

KRISHNAMURTI: Vea, primero, cómo la mente acumula conocimiento y por qué lo hace; vea dónde es necesario el conocimiento, y dónde se convierte en un impedimento para la libertad. Obviamente, para hacer algo tenemos que tener conocimiento ‑conducir un vehículo, hablar un idioma, realizar un trabajo tecnológico- debemos tener un gran caudal de conocimientos, y mientras más eficiente, más objetivo, más impersonal, mejor ‑pero estamos hablando de ese conocimiento que nos condiciona psicológicamente. El «observador» es el depósito del conocimiento. El «observador» es, pues, del pasado, es el censor, la entidad que juzga desde ese conocimiento acumulado. El hace esto con respecto a sí mismo. Habiendo adquirido conocimiento sobre sí mismo de los psicólogos, cree que ha aprendido acerca de sí mismo y con ese conocimiento se observa. No se observa con ojos nuevos. Dice: «Yo sé, me he visto a mí mismo, algunas partes son extraordinariamente buenas, pero las otras partes son más bien terribles». El ha juzgado ya, y nunca descubre algo nuevo de sí mismo porque él, el «observador» está separado de aquello que es observado, lo que llama «yo mismo». Eso es lo que hacemos siempre, en todas nuestras relaciones. Nuestras relaciones con otro, o nuestras relaciones con la máquina, se apoyan todas en el deseo de encontrar un sitio donde estemos completamente seguros sin incertidumbres. Y buscamos la seguridad en el conocimiento; el guardián de este conocimiento es el «observador», el pensador, el experimentador, el censor, que siempre se considera como algo diferente de la cosa observada. La inteligencia no está en la acumulación de conocimientos. La acumulación de conocimientos es estática ‑podemos añadirle, pero su núcleo es estático. Desde esa acumulación estática, vivimos, funcionamos, pintamos, escribimos, y hacemos todo el mal existente en el mundo, y a eso llamamos libertad. ¿Puede, pues, la mente estar libre del conocimiento, de lo conocido? Esta es realmente una pregunta muy extraordinaria, si uno la formula no sólo intelectualmente, sino con verdadera profundidad, ¿puede la mente llegar a estar libre de lo conocido? De lo contrario, no hay creatividad; entonces no hay nada nuevo bajo el sol; será siempre la reforma de lo ya reformado. Uno tiene que averiguar por qué existe esta división entre el «observador» y lo observado; y ¿puede la mente ir más allá de esa división, de manera que esté libre de lo conocido para funcionar en una dimensión totalmente diferente? ‑lo cual significa que la inteligencia utilizará el conocimiento cuando sea necesario, y sin embargo, estará libre del conocimiento. La inteligencia implica libertad; la libertad implica la cesación de todo conflicto; la inteligencia surge, y el conflicto termina, cuando el «observador» es lo observado, porque entonces no hay división. Después de todo, cuando esto existe, hay amor. Uno titubea al usar una palabra tan terriblemente recargada; el amor está asociado con el placer, el sexo y el temor, con los celos, con la dependencia, con la adquisividad. Una mente que no es libre no sabe el significado del amor ‑puede que conozca el placer y que, por lo tanto, conozca el miedo, pero eso ciertamente, no es amor. El amor sólo puede surgir cuando se es realmente libre del pasado como conocimiento. ¿Puede eso ser posible alguna vez? El hombre ha buscado esto de diferentes maneras; estar libre de la transitoriedad del conocimiento. Como siempre, ha buscado algo más allá del conocimiento, más allá de la respuesta del pensamiento; y así ha creado una imagen llamada Dios. ¡Todas las cosas absurdas que surgen alrededor de eso! Mas para descubrir si existe algo más allá de las fantasías del pensamiento, tenemos que estar libres de todo temor.

INTERLOCUTOR: ¿Está usted diferenciando entre el cerebro como intelecto y la mente, siendo la mente algo distinto, un estado de percepción alerta?

KRISHNAMURTI: No, usamos la palabra «mente» significando todo el proceso del pensamiento, como memoria, como conocimiento, incluyendo las células cerebrales.

INTERLOCUTOR: ¿Incluyendo las células cerebrales?

KRISHNAMURTI: Obviamente. Uno no puede separar las células del cerebro del resto de la mente, ¿es posible hacerlo? El cerebro ¿cuál es la función del cerebro? ¿Un computador?

INTERLOCUTOR: Sí, creo que es así.

KRISHNAMURTI: Un computador muy extraordinario, construido durante miles de años; es el resultado de años de experiencia, con el fin de conseguir supervivencia y seguridad. Y tenemos tantos conocimientos de todo lo que está ocurriendo en el mundo exterior, pero muy poco conocimiento acerca de nosotros mismos.

INTERLOCUTOR: ¿No podría la creación depender de la memoria y, por lo tanto, depender del pasado? Usted dijo anteriormente que en realidad no existe nada nuevo bajo el sol.

KRISHNAMURTI: «No existe nada nuevo bajo el sol» ‑por lo menos la Biblia, Eclesiastés, dice eso. ¿No estamos confundiendo la creación con la expresión- y si una persona creadora necesita de la expresión? Piénsenlo en realidad: «Yo tengo necesidad de llegar a la realización de algo que tiene que ser expresado»; «Siento que soy un artista y que tengo que pintar, o que escribir un poema». ¿Necesita la creación expresarse en forma alguna? ¿Muestra la obra de un artista una mente que es libre en el acto de crear? ¿Comprenden ustedes? Uno pinta un cuadro o escribe un poema ‑¿Es eso demostración de una mente creativa? ¿Qué significa creatividad? ¡No la repetición mecánica del pasado!

INTERLOCUTOR: Creo que la creatividad realmente necesita expresión o no tendríamos un mundo.

KRISHNAMURTI: ¿Necesita expresión la creatividad? ¿Qué significa creatividad? ¿Cuál es el sentir de una mente creadora?

INTERLOCUTOR: Cuando la mente está inspirada, cuando puede hacer algo bueno y bello.

KRISHNAMURTI: ¿Necesita inspiración una mente creadora? ¿No tiene que ser libre la mente para ser creadora? De lo contrario es repetición. En esa repetición puede que haya expresiones nuevas pero sigue siendo repetición, algo mecánico; ¿puede ser creadora una mente mecánica? La mente de un ser humano en conflicto, en tensión, neurótica... ¿puede ser creadora aun cuando escriba poemas maravillosos, dramas maravillosos?

INTERLOCUTOR: Tiene que estar “en el ahora” y no...

KRISHNAMURTI: ¿Qué quiere decir «estar en el ahora»? La mente no puede ser mecánica. No puede estar recargada con todo el peso del conocimiento, de la tradición; es decir, una mente que es real y profundamente libre ‑libre de miedo. Esto es libertad, ¿no es así?

INTERLOCUTOR: Pero ciertamente tiene que buscar seguridad todavía; esa es la función del cerebro.

KRISHNAMURTI: Desde luego, la función del cerebro es buscar seguridad. Pero, ‑¿está seguro cuando se condiciona a sí mismo en cuanto a la nacionalidad y a la creencia religiosa, al decir esto es mío, eso es suyo, etc.?

INTERLOCUTOR: Me parece que sin oposición no hay crecimiento. Eso es parte de la neurología.

KRISHNAMURTI: ¿Lo es?

INTERLOCUTOR: Sin lo alto no existe lo bajo, o sin lo ancho no existe lo estrecho.

KRISHNAMURTI: Averigüemos. Hemos vivido de esa manera, entre lo bueno y la malo, entre odio, celos y amor, entre ternura y brutalidad, entre violencia y gentileza, por millones de años. Y decimos que hemos aceptado eso porque es algo real, ¿pero lo es, vivir de esa manera? ¿Puede saber lo que significa el amor una mente cuya calidad oscila entre el odio y los celos, y entre el placer y el temor? ¿Puede una mente que está siempre buscando expresarse, realizarse, buscando ser famosa, ser reconocida ‑lo cual llamamos llegar a ser, ser, que es parte de la estructura social, parte de nuestro condicionamiento- puede ser creadora una mente así? Cuando una mente está atrapar por el deseo de llegar siempre a ser algo, atrapada en el verbo «ser», «seré», «he sido», existe en ella el temor a la muerte, el temor a lo desconocido, de manera que se agarra a lo conocido. ¿Puede una mente así llegar a ser creadora alguna vez? ¿Puede la creación ser resultado de la atención, de la oposición, del esfuerzo excesivo?

INTERLOCUTOR: La creatividad es júbilo, imaginación.

KRISHNAMURTI: ¿Sabe usted lo que significa júbilo? ¿Es placer el júbilo?

INTERLOCUTOR: No.

KRISHNAMURTI: Usted dice que «no»; pero eso es lo que usted está buscando, ¿no es así? Puede que tengamos un momento de gran éxtasis, gran júbilo, y pensamos acerca de ello. Pensar sobre eso lo reduce a placer. Todos llegamos con muchísima facilidad a conclusiones, pero una mente que llega a conclusiones no es una mente libre. Averigüe si es posible que uno viva sin conclusión alguna; que viva diariamente sin comparaciones. Llegamos a conclusiones porque comparamos. Viva una vida sin comparaciones; hágalo y descubrirá que ocurre una cosa extraordinaria.

INTERLOCUTOR: Si existe sólo la expresión, y la experiencia es temor, o ira, ¿qué ocurre?

KRISHNAMURTI: Si uno vive únicamente una experiencia, sin que esa experiencia sea registrada y reconocida en el futuro como tal, ¿qué ocurre? Creo que tenemos que averiguar primero qué significa para nosotros esa palabra «experiencia». ¿No significa «pasar por»? -¿Y no implica reconocimiento, porque de lo contrario no sabríamos que habríamos tenido una experiencia? ¿Si no reconociera la experiencia, sería ella experimentada?

INTERLOCUTOR: ¿No podría existir simplemente la experiencia?

KRISHNAMURTI: Vaya un poco más lejos. ¿Por qué necesitamos experiencia alguna? Todos deseamos experiencia; estamos hastiados de la vida; hemos convertido la vida en una cosa mecánica, y deseamos experiencias más vastas y profundas, experiencias trascendentales. De manera que existe el escape de ese aburrimiento mediante la meditación, o mediante lo que llamamos la divinidad. La experiencia implica reconocimiento de lo que ha ocurrido; podemos reconocer sólo si existe un recuerdo de la cosa que ya ha ocurrido. La pregunta es, pues: ¿por qué buscamos experiencia en absoluto? ¿Para que nos despierte, porque estamos dormidos? ¿Se trata de un reto al que respondemos conforme a nuestro trasfondo, que es lo conocido? ¿Es posible, por lo tanto, vivir una vida en que la mente esté tan clara, despierta, que sea una luz para sí misma, que no necesite ninguna experiencia? Eso significa vivir una vida sin conflicto; eso significa que la mente es sumamente sensible e inteligente, que no necesita algo que la rete o que la despierte.


Brockwood Park, 12 de septiembre de 1970



12
FRAGMENTACIÓN Y UNIDAD

“Para lograr la quietud de la mente, su completo silencio, se requiere una disciplina extraordinaria... la mente tiene entonces una calidad religiosa de unidad; de ahí puede surgir la acción que no es contradictoria”.

Uno de los problemas más importantes que nos toca resolver es el de realizar una completa unidad, algo que esté más allá del interés fragmentario con su centro fijo en el «yo», no importa a qué nivel social, económico o religioso. El «yo» y el «no yo», el «nosotros» y el «ellos» son los factores de división.

¿Es posible ir alguna vez más allá de la actividad del interés fijo en uno mismo? Si algo es «posibles entonces tenemos gran cantidad de energía, pues lo que desperdicia energía es la sensación de que eso no es posible, y así, sólo vamos a la deriva ‑como hacemos la mayoría de nosotros- de una trampa a otra. ¿Cómo es esto posible? ‑cuando reconocemos que en un ser humano hay mucha de la agresividad y violencia del animal, y mucha actividad estúpida y maléfica; cuando reconocemos que está tan atrapado en varias creencias, dogmas y teorías separatistas y que se rebela contra un sistema o estructura en particular para caer en otra.

Viendo, pues, la situación humana tal y como es, ¿qué va uno a hacer? Creo que ésta es la pregunta que inevitablemente ha de formularse todo ser humano sensible, vivo y que es consciente de las cosas que están ocurriendo a su alrededor. No es una pregunta intelectual o hipotética, sino algo que surge de la realidad del vivir. No es algo para contados momentos raros, sino algo que persiste durante el día y la noche, a través de los años y hasta tanto uno viva una vida que sea completamente armoniosa, sin conflicto dentro de uno mismo, ni con el mundo.

El conflicto, según observamos, surge del interés fijo en uno mismo, que atribuye tremenda importancia a los apetitos. ¿Cómo vamos más allá de este yo pequeño, falso y mezquino? (Esto es así, aun cuando lo denominamos alma, el Atman ‑palabra de sonido agradable como las que inventamos para encubrir una corrupción). ¿Cómo hemos de ir más allá?

No siendo capaces de cambios interiores, psicológicos, nos dirigimos hacia agentes exteriores ‑¡cambia el ambiente, la estructura social y económica, y el hombre cambiará también inevitablemente! Eso ha resultado ser totalmente falso- aun cuando los comunistas insisten en esa teoría. Y las autoridades religiosas han dicho: cree, acepta, ponte en manos de algo fuera de ti y más grande que tú. Eso también ha perdido vitalidad porque no es verdadero, es meramente una invención intelectual, una estructura verbal sin profundidad de clase alguna. La identificación de uno mismo con la nación también ha ocasionado guerras terribles, desdicha y confusión ‑división que va aumentando interminablemente. Viendo todo esto, ¿qué va uno a hacer? ‑¿huir a algún monasterio, aprender la meditación del Zen, aceptar alguna teoría filosófica y comprometerse uno con ello, meditar como medio de escape y de autohipnosis? Vemos todo eso ‑de hecho, no verbal o intelectualmente- y vemos que ello no conduce a ninguna parte; entonces, ¿no lo descartamos todo inevitablemente, no lo negamos todo, completa y totalmente?

Uno ve lo absurdo de toda clase de autoidentificación con algo más grande, de esperar que el ambiente modele al hombre; ve la falsedad de todo eso; ve la superficialidad de las creencias, ya sean nobles o innobles; y entonces, ¿no descarta uno todo eso de manera real y no teórica? Si lo hace ‑y eso es una tarea muy difícil- muestra una mente capaz de observar las cosas totalmente, como son, sin distorsión alguna, sin ninguna interpretación conforme al gusto o disgusto de uno; entonces, ¿qué le ocurre a la calidad de la mente? ¿No hay acción inmediata? ‑acción que es inteligencia; el ver el peligro y actuar, inteligencia en la que no hay división entre el ver y el actuar. En la misma percepción está la acción. Cuando uno no actúa comienza la locura; surge la perturbación, y entonces decimos: «No puedo eso, es muy difícil, ¿qué haré?».

Cuando existe un concepto de acuerdo con el cual determinamos psicológicamente nuestra acción, hay división, y tiene que haber conflicto. Este conflicto entre la idea y la acción constituye el mayor factor de confusión en la vida. ¿No es posible actuar sin que tenga lugar la ideación? -lo cual significa que el ver y la acción ocurren simultáneamente; porque cuando existe un gran peligro físico, una crisis, eso es lo que hacemos, actuamos instantáneamente. ¿Es posible vivir así? Esto es: ¿es posible ver claramente el peligro, digamos, del nacionalismo, o de las creencias religiosas, que separan al hombre del hombre, de manera que el mismo hecho de verlo constituya la comprensión de que es falso? ‑no se trata de creer que eso es falso. La creencia no tiene nada que ver con la percepción; al contrario, la creencia impide la percepción. Si usted tiene una fórmula, una tradición, o un prejuicio, si es hindú, judío, árabe, o comunista, etc., entonces esa misma división ‑engendra antagonismo, odio, violencia y lo incapacita para ver la realidad. En cualquier división entre el concepto y la acción tiene que haber conflicto; este conflicto es neurótico, insano. ¿Puede la mente ver directamente, de manera que el mismo acto de ver sea el hacer? Eso requiere atención, eso requiere una actitud alerta, viveza de mente, sensibilidad.

Uno ve esto ‑que necesita darse cuenta de manera clara, aguda, sensible, inteligente- y entonces pregunta. «¿Cómo voy a lograrlo, apresarlo?» En esa pregunta ya hay división. Sin embargo, cuando uno ve el hecho real de lo que está ocurriendo, entonces el mismo hecho de verlo es la acción, espero que esto sea claro.

Toda forma de conflicto, interna y externa ‑y no existe en realidad ninguna división entre lo externo y lo interno- es distorsión. Creo que no nos damos cuenta de esto con suficiente claridad. Estamos tan acostumbrados al conflicto y a la lucha, que aun llegamos a sentir que cuando no hay conflicto no estamos creciendo, ni desarrollándose, ni creando, que no estamos funcionando correctamente. Deseamos la resistencia, pero sin ver la implicación de la resistencia, que es división. ¿Puede la mente, pues, actuar sin resistencia, sin conflicto, viendo que cualquier clase de fricción, cualquier forma de resistencia, implica división, que genera un estado neurótico, de conflicto?

Cuando hay percepción y acción sin el concepto, sin la actividad del centro, del uno mismo, del mí, del «ego», del «yo», de la «libido» ‑no importa la palabra que usemos para describir lo que está adentro- termina el «observador», el censor, el interventor, el pensador, el experimentador etc. El centro de toda ideación psicológica es el «mí» (no el conocimiento práctico y científico, etc.). Cuando surge algún reto, entonces la reacción desde el centro, como el «yo», es la respuesta del pasado; mientras que en el ver instantáneo, y el actuar instantáneo, el «ego», no interviene en absoluto.

El centro es el hindú, el árabe, el cristiano, el comunista, etc.; la reacción de ese centro es la respuesta de su condicionamiento pasado, es el resultado de miles de años de propaganda, religiosa y social, y cuando ese centro responde tiene que haber conflicto.

Cuando uno ve algo muy claramente y actúa, no existe división. Uno no aprende esto de los libros; es algo que se puede aprender únicamente mediante el conocimiento de sí mismo, algo que se aprende directamente, no de segunda mano.

¿Puede el hombre, al darse cuenta de la transitoriedad de todas las cosas, encontrar algo que no es temporal? El cerebro es el resultado del tiempo; ha sido condicionado a través de miles de años. Su pensamiento es la respuesta de la memoria, del conocimiento, de la experiencia; ese pensamiento nunca podrá descubrir nada nuevo porque es el producto de ese condicionamiento; es siempre lo viejo; nunca es libre. Cualquier cosa que el pensamiento proyecta está dentro del campo del tiempo; puede inventar a Dios, puede concebir un estado intemporal, puede inventar un cielo, pero todo eso es aún producto de sí mismo y, por lo tanto, del tiempo, del pasado, y es irreal.

De manera que, según observamos, al darse cuenta el hombre de la naturaleza del tiempo ‑del tiempo psicológico en que el pensamiento se ha convertido en algo tan extraordinariamente importante- ha estado eternamente buscando algo más allá. Se empeña en encontrarlo; lo atrapa la creencia; y llevado por el miedo se inventa una deidad maravillosa. Puede que se proponga encontrarlo mediante un sistema de meditación, de una fórmula repetitiva, que pueda hacer que la mente esté algo quieta y embotada. Puede que repita mantras interminablemente. En esa repetición la mente se torna mecánica, más bien tonta; puede que se remonte a algo místico, sobrenatural, trascendental, o a alguna otra cosa que sea proyectada por ella misma. Eso no es meditación en absoluto.

La meditación implica una mente que está tan asombrosamente clara que cesa toda forma de autodecepción. Uno puede engañarse indefinidamente; y por lo general, la llamada meditación es una forma de autohipnosis -ver visiones de acuerdo con nuestro condicionamiento. Es muy sencillo: si uno es cristiano verá su Cristo; si es hindú verá su Krishna; o cualesquiera de los innumerables dioses que tenemos. Pero la meditación no es ninguna de estas cosas; es el absoluto silencio de la mente, la absoluta quietud del cerebro. La base para la meditación tiene que descansar en la vida cotidiana; en la manera de comportarnos, en lo que pensamos. Uno no puede ser violento y meditar; eso no tiene sentido. Si existe psicológicamente cualquier clase de temor, es obvio que entonces la meditación es un escape. Para lograr el silencio de la mente, su completa quietud, se necesita una disciplina extraordinaria; no la disciplina de la represión, de la conformidad, o de la adhesión a alguna autoridad, sino aquella disciplina o aquel aprender que tiene lugar durante el día en relación con cada movimiento del pensamiento; la mente tiene, entonces, una calidad religiosa de unidad; de ahí puede surgir la acción que no es contradictoria.

Además, ¿qué parte juegan los sueños en todo esto? La mente nunca está quieta; la actividad constante que se desarrolla durante el día continúa durante el sueño. Las preocupaciones, los afanes, la confusión, la ansiedad, los temores y los placeres continúan mientras dormimos; su simbolismo se agudiza más durante el sueño. ¿Puede la mente estar totalmente quieta durante el sueño? Esto es posible, pero únicamente cuando los afanes del día son comprendidos cada minuto, de manera que terminen y no sean aplazados. Si a uno se le insulta o encomia, debe terminar con ello según ocurre, de manera que la mente esté constantemente libre de problemas. Entonces, según uno duerme, surge una calidad de clase diferente, la mente se halla en reposo completo; está tranquila, uno no aplaza los asuntos diarios, sino que termina con ellos cada día.

Si hemos pasado por todo eso, vemos que la meditación es aquella calidad de mente que está completamente libre de todo conocimiento ‑pero esa mente utiliza el conocimiento; porque como ella está libre de «lo conocido», puede utilizar «lo conocido»; pero cuando utiliza «lo conocido» es cuerda, objetiva, impersonal, no dogmática.

Ocurre, pues, que en este silencio de la mente existe una calidad que es intemporal. Pero, como hemos dicho, la explicación, la descripción, no es aquello que es explicado o descrito. La mayoría de nosotros estamos satisfechos con explicaciones o descripciones, pero tenemos que liberarnos de la palabra, porque la palabra no es la cosa. Cuando uno vive de esa manera, la vida tiene una belleza diferente; existe un gran amor que no es ni placer ni deseo; porque el placer y el deseo están atados al pensamiento, y el amor no es el resultado del pensamiento.

INTERLOCUTOR: Cuando me observo veo un movimiento muy rápido del pensar y del sentir y no puedo observar un pensamiento hasta su final.

KRISHNAMURTI: Siempre está en marcha una cadena de acontecimientos. ¿Qué ha de hacer usted? Cuando observa y trata de comprender un pensamiento, de llegar hasta su mismo final, otro surge; esto ocurre todo el tiempo. He ahí su problema: según va observando, ve que usted es la multiplicación de pensamientos, y no puede seguir un pensamiento hasta el final. ¿Qué ha de hacer? Formule la pregunta de manera distinta: ¿por qué la mente parlotea interminablemente ‑por qué continúa este soliloquio? ¿Qué pasa si no continúa? Es ese parloteo el resultado del deseo de estar ocupada en algo? Si no está ocupada, ¿qué ocurre? Si usted es una ama de casa, está ocupada en los quehaceres del hogar, o está usted ocupado como hombre de negocios ‑la ocupación se ha convertido en una manía. ¿Por qué exige la mente esta ocupación, este parloteo? ¿Qué ocurre si no parlotea, si no está ocupada? -¿hay miedo en el transfundo? ¿Miedo de qué?

INTERLOCUTOR: ¿De ser nada?

KRISHNAMURTI: Miedo de estar vacío, de estar solo, miedo de darse cuenta de todo el torbellino en sí; por lo tanto, tiene que estar ocupado en algo, igual que el monje está ocupado con su salvador, con sus plegarias, tan pronto deja de hacerlo es como cualquier otra persona, porque tiene temor. De modo que desea estar ocupado, y eso implica tener miedo de averiguar lo que usted es. Hasta tanto solucione el problema del miedo, continuará parloteando.

INTERLOCUTOR: Según voy observándome el temor aumenta.

KRISHNAMURTI: Naturalmente. De manera que la pregunta no es tanto cómo detener el incremento del temor, sino más bien si puede terminar el temor. ¿Qué es el temor? Puede que no sienta temor mientras está sentado aquí, y, por lo tanto, no pueda tomarlo y examinarlo para aprender de ello ahora. Pero puede percibir inmediatamente que depende de algo, ¿puede hacerlo o no? Depende de su amigo, de su libro, de sus ideas, de su marido; la dependencia psicológica está ahí constantemente. ¿Por qué depende de algo? ¿Es porque le brindan comodidad, una sensación de seguridad y bienestar, de compañía? Cuando esa dependencia le falta, se torna celosa, airada y todo lo que sigue al respecto, o trata de cultivar la libertad como medio de huir de la dependencia, de llegar a independizarse: ¿Por qué hace todo esto la mente? ¿Es porque en sí misma está vacía, embotada, es tonta, superficial ‑siente que, mediante la dependencia, es algo más que eso. La mente parlotea porque tiene que estar ocupada en una cosa u otra; esa ocupación varía desde el más alto ministerio del hombre «religioso» hasta el trabajo más humilde del soldado, etc. Es obvio que la mente está ocupada porque de otra manera podría descubrir algo que teme profundamente, algo que quizás no pueda resolver. ¿Qué es el temor? -¿no está relacionado con algo que he hecho en el pasado, o con algo que me imagino pueda ocurrir en el futuro?- el incidente pasado o el accidente futuro; la enfermedad pasada o la repetición futura del dolor de la misma. Ahora bien, vemos que el pensamiento crea ese temor; el pensamiento engendra el miedo, de la misma manera que el pensamiento sostiene y alimenta el placer. ¿Puede entonces el pensamiento? ¿puede terminar de manera que no siga dándole continuidad al miedo o al placer? Queremos placer; deseamos que continúe; pero queremos descartar el miedo. Nunca vemos que ambos van juntos. Es la maquinaria del pensamiento la responsable, la que da continuidad al placer y al temor. ¿Puede cesar esta maquinaria? Cuando vea la extraordinaria belleza de una puesta de sol, véala; pero no la califique con el pensamiento, diciendo: «Tengo que atesorarla en la memoria o que volver a disfrutarla». Verla, y de esa manera ponerle fin, es acción. La mayoría de nosotros vivimos en la inacción y, por lo tanto, hay un parloteo interminable.

INTERLOCUTOR: Pero ¿observamos meramente el parloteo mientras el mismo continúa?

KRISHNAMURTI: Eso es, nos damos cuenta de ese charloteo ‑sin elección; lo cual significa que no trate de reprimirlo, que no diga «es incorrecto, o es correcto», o «tengo que ir más allá». Según observa el parloteo, descubrirá por qué continúa. Cuando aprenda sobre el parloteo, el mismo cesa, no existe la resistencia al parloteo. Mediante la negación usted ha llegado a la acción positiva.


Brockwood, 13 de septiembre de 1970



QUINTA PARTE


13
LA REVOLUCIÓN PSICOLÓGICA

“Al ver esta vasta fragmentación, tanto interna como externamente, se plantea este único problema: el ser humano tiene que realizar, en sí mismo, una revolución radical y profunda”.

La vida es seria; uno tiene que dedicarle completamente su mente y su corazón; hay tanta confusión en el mundo; hay corrupción en la sociedad y las diversas divisiones y contradicciones religiosas y políticas. Hay gran injusticia, tristeza y pobreza ‑no sólo la pobreza exterior sino también interna. Cualquier hombre serio ‑bastante inteligente y no sólo sentimentalmente emocional- al ver todo esto, ve la necesidad de cambiar.

El cambio o bien es una revolución psicológica completa en la naturaleza del ser humano total, o es una simple tentativa de reformar la estructura social. La verdadera crisis en la vida del hombre, de usted y yo, es si esa revolución psicológica completa puede realizarse ‑independientemente de la nacionalidad y de toda división religiosa.

Hemos construido esta sociedad; nuestros padres, y con anterioridad los padres de ellos, han producido esta estructura corrupta y nosotros somos el producto de eso. Somos la sociedad, somos el mundo, y si no nos cambiamos a nosotros mismos radicalmente, en realidad muy, muy profundamente, entonces no hay posibilidad alguna de cambiar el orden social. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta de esto. Todo el mundo, y especialmente la joven generación, dice: «Tenemos que cambiar la sociedad». Hablamos muchísimo, pero no hacemos nada al respecto. Somos nosotros mismos los que tenemos que cambiar, no la sociedad ‑dense cuenta de esto, por favor. Tenemos que realizar en nosotros mismos, en los niveles superiores y en los más profundos, un cambio en toda nuestra manera de pensar, vivir y sentir; únicamente entonces será posible el cambio social ‑la mera revolución social, el cambio de la estructura social externa mediante la revolución física, trae inevitablemente, tal y como hemos visto, la dictadura o el estado totalitario, que niegan toda libertad.

Realizar un cambio semejante en nosotros mismos es labor de toda una vida ‑no algo para sólo unos pocos días que ha de olvidarse luego- una constante atención, un constante darse cuenta de todo lo que está ocurriendo, tanto fuera como dentro de nosotros mismos.

Tenemos que vivir en relación; sin eso no es posible que existamos. Estar relacionado significa vivir totalmente, completamente; para ello tiene que ocurrir una transformación radical en nosotros mismos. ¿Cómo podemos transformarnos radicalmente? Si esto les interesa realmente, entonces tendremos comunicación unos con otros; entonces pensaremos juntos y sentiremos y comprenderemos juntos. Por lo tanto: ¿cómo puede el hombre, usted y yo, cambiar totalmente? Esa es la cuestión, y ninguna otra cosa es pertinente ‑es una cuestión que no es sólo para los jóvenes sino también para los viejos.

En este mundo hay tremenda agonía, sufrimiento inmenso, guerras, brutalidad y violencia; hay hambre, de la cual no sabemos nada. Uno se da cuenta de que hay tanto que puede hacerse, pero que no se hace, con motivo de la vasta fragmentación existente en el mundo político con todos sus partidos y en las muchas religiones; todos hablan de paz pero la hacen imposible, porque habrá paz, realidad y amor, únicamente cuando no exista división alguna.

Repitamos, pues: al ver esta enorme fragmentación, tanto interna como externa, se plantea este único problema: el ser humano tiene que realizar en sí mismo una revolución radical y profunda. Este es un problema muy serio, es una cuestión que afecta toda la vida de uno; en él están implicados la meditación, la verdad, la belleza y el amor. Estas no son meras palabras. Uno tiene que encontrar una manera de vivir donde todo ello se convierta en realidad.

Una de las cosas más importantes en la vida es el amor. Pero lo que llamamos amor está asociado con el sexo, el cual se ha convertido en algo tan tremendamente importante, que todo parece girar alrededor del sexo. ¿Por qué los seres humanos ‑a través de todo el mundo, no importa lo que sea su cultura, ni lo que digan las sanciones religiosas- encuentran el sexo tan extraordinariamente importante? ‑y con él está asociada la palabra «amor»- ¿por qué?

Cuando observamos nuestra propia vida, vemos cómo se ha tornado mecánica; nuestra educación es mecánica; adquirimos conocimientos, información, que generalmente se vuelven mecánicos. Somos máquinas, personas de segunda mano. Repetimos lo que otros han dicho. Leemos muchísimo. Somos el resultado de miles de años de propaganda. Nos hemos vueltos mecánicos, tanto psicológica como intelectualmente. No existe libertad en una máquina. El sexo ofrece libertad; en éste hay libertad durante unos pocos segundos, durante los cuales nos olvidamos de nosotros mismos y de nuestra vida mecánica. El seso se ha convertido, pues, en algo enormemente significativo; y llamamos amor su placer. Pero, ¿es placer el amor? Es el amor algo totalmente diferente, algo en que no existen los celos, ni la dependencia, ni el sentido de posesión?

Uno tiene que dar su vida para descubrir el significado del amor, al igual que uno tiene que dar toda su vida para descubrir lo que es meditación, y lo que es la verdad. La verdad no tiene absolutamente nada que ver con la creencia.

La creencia surge cuando hay miedo. Uno cree en Dios porque en sí mismo está completamente inseguro. Uno ve las cosas transitorias de la vida ‑no hay certeza, no hay seguridad, no hay bienestar, sino inmensa tristeza- de manera que el pensamiento proyecta algo con atributos de permanencia, que es llamado Dios, en quien el ser humano encuentra consuelo. Pero eso no es la verdad.

La verdad es algo que ha de encontrarse cuando no hay temor. Repito que uno tiene que prestar gran atención para poder comprender lo que es el temor ‑tanto el temor físico como el psicológico. Uno tiene estos problemas en la vida, los cuales no ha comprendido, ni ha trascendido; así uno continúa con una sociedad corrupta cuya moralidad es inmoral, y en la cual la virtud, la bondad, la belleza, el amor, a pensar de lo mucho que se habla de ello, también se tornan corruptos.

¿Tomará tiempo el comprender estos problemas? ¿Es inmediato el cambio? ¿Habrá que realizarlo mediante la evolución del tiempo? Si para ello se necesita tiempo ‑o sea, que al final de la vida alcanzamos la iluminación- entonces, durante ese tiempo continuamos sembrando la semilla de la corrupción, de la guerra, del odio. ¿Puede, entonces, ocurrir instantáneamente esa revolución interna? Puede acontecer instantáneamente cuando vemos el peligro de todo esto. Es igual que ver el peligro de un precipicio, de un animal salvaje, de una serpiente, entonces hay acción instantánea. Pero no vemos el peligro de toda la fragmentación que tiene lugar cuando el «ego», el «yo», se tornan importantes ‑tampoco vemos el peligro de la fragmentación del «yo» y del «no yo». Tan pronto existe esa fragmentación en nosotros mismos, tiene que haber conflicto; y el conflicto es la raíz misma de la corrupción. Por lo tanto, nos incumbe averiguar por nosotros mismos la belleza de la meditación, porque estando entonces la mente libre e incondicionada, percibe lo que es verdadero.

Es importante formular preguntas, porque no sólo uno se descubre, sino también porque preguntando uno encuentra por sí mismo la contestación. Si uno hace la pregunta correcta, la respuesta correcta está en la misma pregunta. Tenemos que cuestionar todo en la vida, bien se trate de nuestro pelo corto o largo, de nuestra vestido, de la manera como caminamos, como comemos, de la que pensamos, cómo sentimos, ‑todo tiene que ser cuestionado; entonces la mente se torna extraordinariamente sensible, despierta e inteligente. Una mente así puede amar; sólo una mente así sabe lo que es una mente religiosa.

INTERLOCUTOR: ¿De que meditación habla usted?

KRISHNAMURTI: ¿Sabe usted siquiera algo de lo que significa meditación?

INTERLOCUTOR: Sé que existen varias formas de meditación, pero no sé de cuál halla usted.

KRISHNAMURTI: Un sistema de meditación no es meditación. Un sistema implica un método que practicamos con el propósito de lograr algo al final. Algo que se practica una y otra vez ‑se torna mecánico- ¿no es así? ¿Cómo puede estar libre para observar, para aprender, una mente mecánica que ha sido adiestrada y torcida, torturada para ajustarse al patrón de lo que llama meditación ‑esperando conseguir una recompensa al final? Existe varias escuelas en la India y más al Este, donde enseñan métodos de meditación ‑lo cual es en realidad espantoso. Eso implica adiestrar la mente mecánicamente; esta, por lo tanto, deja de ser libre y no comprende el problema. De manera que cuando usamos la palabra «meditación» no queremos decir algo que se practica. No tenemos método alguno. Meditación significa percepción alerta; darse cuenta de lo que uno está haciendo, de lo que está pensando, de lo que está sintiendo, darse cuenta sin elección alguna; observar, aprender. Meditar significa estar alerta al condicionamiento de uno mismo, cómo está condicionado por la sociedad en que vive, en que ha sido criado, y por la propaganda religiosa estar alerta sin elección alguna, sin distorsión, sin desear que ello fuese diferente. De esa percepción alerta surge la atención, la capacidad para estar completamente atento. Entonces hay libertad para ver las cosas como realmente son, sin distorsión. La mente se torna clara, sensible y la confusión se disipa; esa meditación genera una calidad de mente que es completamente silenciosa. De esa calidad podemos seguir hablando, pero no tendrá significado alguno a menos que exista.

INTERLOCUTOR: ¿No nos llevará este comportamiento a mas aislamiento a más confusión?

KRISHNAMURTI: Primero que nada: ¿no está la mayoría de los seres humanos terriblemente confundida? ¿No está usted muy confundido? Vea el hecho, sepa si lo está o no. Una mente que está confundida genera confusión, no importa lo que haga. Una mente confundida dice «practicaré la meditación», o «averiguaré lo que es el amor» ‑pero, ¿cómo puede una mente así encontrar alguna cosa, excepto la proyección de su propia confusión? Si uno se ha dado cuenta de este hecho, entonces, ¿qué deberá hacer? Uno está confundido y trata de alcanzar un estado de mente libre de confusión. Uno trata esto, aquello y diez cosas distintas ‑drogas, bebida, sexo, adoración, escapes- ¿comprenden? ‑tirar bombas, cualquier cosa. Lo primero que hay que hacer es terminar con la acción, dejar de hacer algo. Uno tiene que discontinuar también todo movimiento para alejarse de la confusión, de manera que no haya acción que arranque de la confusión o se aleje de ella. Entonces toda acción cesa, y sólo existe la confusión. No escapamos de ella, ni tampoco tratamos de buscar una manera de evadirla, ni de tratar de sustituirla por la claridad; no hay ningún movimiento del pensamiento para alejarse de esto, lo cual ocasionaría mayor confusión; el pensamiento no está interesado en la acción por el momento. Entonces surge la pregunta: ¿Nos damos cuenta de que esa confusión es algo que está fuera de nosotros en calidad de «observador», o somos parte de esta confusión? ¿Es el «observador» diferente de la cosa observada ‑la confusión? Si establecemos la diferencia entre el «observador» y la cosa observada, entonces hay contradicción ‑esa misma contradicción es la causa de la confusión. Es, pues, muy importante la manera en que la mente observa esta confusión. ¿La observa como algo aislado, separado de sí mismo, o es el «observador» lo observado? Comprendan, por favor, una cosa tan importante como esta. Una vez que lo hayan comprendido verán la diferencia que ello representa en la vida; todo el conflicto queda eliminado. El «observador» no vuelve a decir: «Tengo que cambiarlo», «Tengo que aclarar esto», «Tengo que vencerlo», «Tengo que comprenderlo», «Tengo que escapar de ello». Toda esa actividad es del observador, que se ha separado a sí mismo con la confusión y ha generado conflicto entre él mismo y la confusión.

INTERLOCUTOR: Acepto mi confusión.

KRISHNAMURTI: ¡Ah! Tan pronto dice, «Acepto mi confusión», existe una entidad que lo acepta. Usted no ve la importancia de esto. Yo observo; ¿me doy cuenta, al observar, que estoy observando como un extraño, o como parte de esta confusión? Si soy parte de ella, la mente se queda completamente quieta, no hay movimiento alguno, estoy en silencio, no me alejo de la confusión. Por lo tanto, cuando no hay división entre «el observador» y «lo observado», la confusión cesa completamente. Y la otra pregunta que fue formulada: Si he de aprender de mí mismo, ¿qué pasa cuando el mundo que me rodea, me controla, me recluta, me lleva a la guerra, me dice qué hacer políticamente, económicamente, religiosamente? Están los psicólogos y los gurús del Oriente ‑todos me dicen qué debo hacer. Si obedezco ‑que es lo que todos ellos quieren que haga, prometiéndome al final de todo ello, la Utopía, o el Nirvana, la Iluminación o la verdad- entonces me vuelvo mecánico. La raíz del significado de la palabra «obedecer» es oír. Oyendo constantemente lo que otra gente me dice, gradualmente caigo en la obediencia. Si aprendo de mí mismo, también aprendo sobre otros. Y si el gobierno me pide que me incorpore al ejército, haré lo que crea correcto en el momento en que sea requerido. Una mente libre no obedece. Una mente libre es libre porque en sí misma no existe confusión alguna. Entonces usted dirá: «¿Qué bien se deriva de que un individuo, un ser humano, tenga una mente así, cuando todo a su alrededor es corrupción, confusión?» ¿Cree usted que haría una pregunta semejante si tuviese una mente así? ¿Cuál es el significado de tener una mente tan completamente clara y sin confusión?

INTERLOCUTOR: Seguramente que ya no habrá más palabras

KRISHNAMURTI: Esas son todas especulaciones suyas, ¿no es así? ¿Cómo lo sabe usted?

INTERLOCUTOR: Las palabras son el fundamento de las ideas. No habría ya más ideas y la mente sería libre; entonces no tendríamos relaciones, no buscaríamos más. Tendríamos silencio completo silencio y comprenderíamos. Todo el mundo puede tener una mente libre.

KRISHNAMURTI: Comprendo claramente lo que usted dice.
Pero, antes de nada: ¿estamos preocupados por el mundo como algo separado de nosotros mismos? ¿Es el mundo realmente «usted» ‑no teóricamente «usted»? ¿Se da cuenta usted de la calidad de una mente que dice: «Yo soy el mundo, el mundo soy yo, el yo y el mundo no son dos entidades separadas»? El «yo» está separado de la comunidad, el «yo» está contra el mundo, el «yo» está contra el amigo, contra la esposa, el marido. El «yo» es importante, ¿no es así? Y ese «yo» es el que formula la pregunta: ¿Qué sería el mundo si no existiera el «yo»? Averigüe si puede vivir sin el «yo» y entonces verá la verdad de ello. También está la pregunta anterior: ¿qué bien resulta de que un ser humano en el mundo tenga una mente clara, incontaminada, libre ‑qué utilidad hay en eso‑? Ahora, ¿quién formula la pregunta? ¿Aquel que está confuso, o aquel cuya mente está clara, sin confusión, libre? ¿«Quién» hace la pregunta? ¿Es la flor la que hace esta pregunta? ¿Es el amor el que hace esta pregunta? ¿Hace usted una pregunta de esta clase cuando se enfrenta a un problema tremendo? ¿Formula usted esta pregunta: «Qué valor tiene el que yo sepa lo que significa amar cuando los otros no saben lo que es amar»? Usted sencillamente ama. Usted no hace esta pregunta. Cuando psicológicamente usted no tiene miedo, y todos alrededor suyo tienen miedo, preguntarán entonces: ¿qué bien hace el que yo no tema cuando todos los demás temen?» ¿Qué hará entonces? Usted no tiene miedo y los demás tienen miedo -¿qué hace usted? ‑trata de ayudarme a que yo aprenda la estructura total del miedo.

INTERLOCUTOR: ¿Cómo evitamos que el idioma cree división? Cada idioma tiene su propia estructura peculiar, determinado patrón, y el idioma se convierte en un impedimento.

KRISHNAMURTI: ¿Cómo puede uno, pues, salvar este impedimento? ¿No está bastante claro el que la palabra no es la cosa? El que usemos una palabra italiana, o inglesa, o griega, esa palabra no es la cosa. La palabra «puerta» no es la puerta. La palabra, la descripción, la explicación, no es la cosa explicada o descrita: si vemos eso, entonces no seguiremos dependiendo de la mera palabra. Ahora bien, el pensamiento es construido con palabras; el pensamiento está siempre respondiendo de acuerdo con la memoria, en estructuras verbales. El pensamiento es limitado por las palabras, es el esclavo de las palabras. ¿Puede uno escuchar sin que la palabra interfiera? Usted me dice: «yo lo amo», pero, ¿qué ocurre ahí? Las palabras no significan absolutamente nada; pero puede que exista un sentimiento de relación que la respuesta del pensamiento a las palabras no ha manifestado; puede que exista una comunicación directa. Por lo tanto, al darse cuenta de que la palabra no es la cosa, de que la palabra, que es pensamiento, interfiere, entonces la mente escucha libremente, sin perjuicios ‑como lo hace cuando decimos: «yo te amo». ¿Podemos escuchar sin interpretar, sin que nuestros prejuicios intervengan y tergiversen ‑hacerlo como escuchamos la canción de un pájaro? (En Italia hay muy pocos pájaros; los matan. Somos gente tan monstruosa). ¿Podemos escuchar la canción del pájaro sin hacer comentarios verbales, sin nombrarlo, sin decir, «Es un mirlo», «me gustaría continuar escuchándolo»? ¿Podemos escuchar sin esa interferencia, sencillamente escuchar? ¿Puede usted, o no puede? ¿Es posible que escuche igualmente lo que está ocurriendo en usted mismo? ‑sin prejuicio, sin fórmula alguna, sin distorsión- tal como podría escuchar esa campana (sonido de la campana) sin ninguna asociación, escuchando sencillamente el puro sonido de ella. Entonces usted es el sonido, no está escuchando el sonido como algo separado.

INTERLOCUTOR: Para hacer eso necesitamos practicar.

KRISHNAMURTI: ¡Para escuchar así usted necesita practicar! ¡Alguien tiene que enseñarle! Tan pronto alguien le enseña, usted tiene al Gurú y al discípulo, la autoridad y el aprendiz. Ahora, cuando esa campana sonó, ¿la escuchó usted sin interpretar su sonido, con total atención? Si vio que se dijo a sí mismo, «Es el mediodía», «¿Qué hora es?», «Es hora del almuerzo», entonces vio que no estaba prestándole en realidad completa atención a ese sonido; de manera que usted aprendió ‑no fue enseñado- que no estaba escuchando.

INTERLOCUTOR: Hay diferencia entre una campana que suena o un pájaro que canta, por un lado, y una palabra en una oración, la cual está entrelazada con otras palabras. Puedo aislar el sonido de un pájaro, pero no puedo aislar una palabra en una oración.

KRISHNAMURTI: Escuchar un pájaro es algo objetivo, externo. Pero, ¿puedo escucharme a mí mismo cuando uso una palabra en el contexto de una oración, puedo escuchar la palabra y estar libre de la palabra y de su contexto? Usted puede que diga: «Esa es, una mesa bonita». Le ha dado cierto valor a esa mesa; la ha llamado bonita. Yo puedo mirarla y decir: «¡Qué mesa tan fea!» «De manera que la palabra indica su sentimiento; no es la cosa real; cobra vida como una idea asociada. ¿Puede usted mirar a su amigo sin la imagen que ha creado de ese amigo ‑siendo la imagen la palabra, el símbolo? No podemos hacerlo porque no sabemos cómo la imagen ha sido construida. Usted me dice algo que es agradable y con eso construyo una imagen, o sea, de que usted es mi amigo; otro me dice algo que es desagradable, y en forma similar construyo una imagen. Cuando me encuentro con usted lo veo como a mi amigo, pero cuando me encuentro con otro no lo veo como a un amigo. ¿Pero es posible que la mente no construya imagen alguna, aun cuando uno diga cosas agradables o desagradables? Ella puede dejar de construir la imagen cuando presta atención; entonces no existe la formación de imágenes; puedo escuchar ‑escuchar sin ninguna imagen.

INTERLOCUTOR: Sería posible volver a lo que usted decía al principio: ¿Cómo debemos cambiar en la sociedad? ¿Cómo es posible que cambiemos realmente cuando estamos obligados a mantener nuestras relaciones? Yo vivo en el mundo capitalista, y todas mis relaciones tienen que ser capitalistas porque de lo contrario me muero de hambre.

KRISHNAMURTI: Y si viviera en el mundo comunista, también allí usted se amoldaría.

INTERLOCUTOR: Exactamente.

KRISHNAMURTI: ¿Qué haría usted, pues?

INTERLOCUTOR: ¿Cómo puedo cambiar?

KRISHNAMURTI: Usted ha formulado la pregunta: si vivo en una sociedad capitalista tengo que amoldarme a las exigencias capitalistas, pero si viviese en una sociedad comunista, totalitaria, burocrática, también tendría que hacer exactamente las mismas cosas ‑¿qué haré, pues?

INTERLOCUTOR: No creo que sería la misma cosa.

KRISHNAMURTI: Pero es el mismo patrón. Puede que allá tenga el pelo corto y que tenga que irse a trabajar, y que hacer esto o aquello. Pero es dentro del mismo torbellino. ¿Qué haría usted? Si un ser humano se da cuenta de que un cambio interno dentro de sí mismo es de primordial importancia ‑no importa que viva aquí o allá- ¿cuál sería su preocupación? El tiene que transformarse a sí mismo: pero ¿qué implica este cambio? El liberarse del miedo psicológico, el liberarse de la codicia, de la envidia, de los celos, de la dependencia; el liberarse del miedo de estar solo, del miedo de la conformidad ‑¿correcto?- Si usted tiene todas estas cosas operando en su interior ‑sin que exista conformidad alguna- vivirá tan bien como pueda, bien sea allá o aquí. Pero infortunadamente para nosotros, lo importante no es la revolución interna, sino cambiar esto o aquello exteriormente.

INTERLOCUTOR: ¿Y entonces, qué pasa si alguien mata a uno?

KRISHNAMURTI: ¡Ah! nadie puede matar a un hombre libre. Pueden sacarle los ojos; interiormente es libre, y nada puede afectar esa libertad.

INTERLOCUTOR: ¿Nos daría usted una definición del egoísmo?

KRISHNAMURTI: Si desea una definición búsquela en un diccionario. La definición, por favor, he expuesto muy cuidadosamente que la descripción no es lo descrito. ¿Qué es este yo que está todo el tiempo aislándose a sí mismo? Aun cuando amemos a alguien y a pesar de que durmamos con alguien, etc., siempre existe este ego que está separado ‑con sus ambiciones, sus temores, sus agonías, ocupado en compadecerse a sí mismo. Mientras exista ese yo, habrá separación, y mientras eso exista habrá conflicto -¿correcto? ¿Cómo ha de desaparecer ese yo- sin esfuerzo? Tan pronto hacemos un esfuerzo, existe el llamado «yo superior» que está dominando al «yo inferior». ¿Cómo puede la mente disipar esa cosa llamada el «yo»? ¿Qué es el «yo»? -¿es un haz de recuerdos?- o ¿es algo permanente? Si es un haz de recuerdos entonces es del pasado; eso es la única cosa que tenemos y no es nada permanente. El ego es el «yo» que ha acumulado conocimientos y experiencias, como memoria, como dolor; y eso se convierte en el centro desde el cual se origina toda acción. Véalo como realmente es. Toda religión, toda sociedad y cultura se da cuenta de que el «yo» desea expresarse; la autoexpresión es tremendamente importante en el arte; es también muy importante en su afirmación por dominar. Toda religión ha tratado de destruir el yo -«No se preocupe por el «yo», “Ponga a Dios en su lugar, o sustitúyalo por el Estado». Pero eso no ha tenido éxito. El yo se ha identificado a sí mismo con Dios ‑no importa lo que eso sea- y así continúa. Estamos diciendo: observemos ese yo en funcionamiento, aprendamos sobre él, observémoslo, démonos cuenta de él, no lo destruyamos, no digamos «Tengo que deshacerme de él», o «Tengo que cambiarlo», sino limitémonos a observarlo, sin elección alguna, sin ninguna distorsión; y entonces, con ese mismo observar y aprender, se desvanece el yo.


Roma, 21 de octubre de 1970














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